CULTURA
Libro / Reseña

Clásico de la semana: "Una belleza vulgar", de Damián Tabarovsky

La primera novela argentina de "entorno". Todo sucede en el exterior. Galería de fotos

Damián Tabarovsky y su libro Una belleza vulgar 20191203
Damián Tabarovsky (Buenos Aires, 1967) es editor de Mardulce Editora y columnista de Diario Perfil. | Cedoc Perfil

Una belleza vulgar (2011), de Damián Tabarovsky es la primera novela argentina de "entorno". La primera también significa la única hasta ahora, y tal vez la última. Todo sucede en el exterior, incluyendo los acontecimientos de la imaginación, dados por hechos en el momento en que aparecen como lo que son: un catálogo infernal de novelas no escritas. Ni falta que hace: ya suceden en la realidad a una velocidad supersónica y a la vez simultánea de aquella otra, la velocidad de la suspensión de una hoja en el aire, la verdadera trama de la novela en la que se sostiene un volumen de historias dispersas tan grande como la suma de todas las aventuras materiales y sentimentales del universo.

Por supuesto, no se cuentan todas las historias. Alcanza con que Tabarovsky haya encendido las tolvas de la factoría que las reproduce mediante una estructura exponencial. La clave fabril de esta reproducción es la “cabeza de escritor”, una especie de antena que gira descontrolada sin descartar ningún suceso mientras descubre un hecho fatal: que una novela es algo imposible de escribir si es que lo queremos hacer seriamente.

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Lo que hace Damián Tabarovsky es producir un contraste literario equivalente a un choque de planetas. Lo ínfimo, lo intrascendente, lo invisible, lo que no figura en la agenda de ningún novelista -la hoja que cae de un árbol en la calle Thames- es rescatada del olvido hiperactual en el que se presenta y extendida en el sitio donde transcurre la eternidad. La operación, indefectiblemente duchampiana, se completa dándole la importancia de partículas que flotan en el aire a todas las novelas que se acumulan en la imaginación y que son todas las que pasan por Una belleza vulgar y, también, las que se desprenden de ellas.

La suma nos da todas las novelas del mundo. La paradoja -y Tabarovsky no mueve un dedo sin hacérnosla ver- es que la novela total sólo se hace posible mientras las historias que la componen van pasando de largo. ¿Para qué necesitaríamos que una novela se quede después de haber visto pasar la idea que la imagina? .

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En la hoja “protagonista” que cae del árbol, podría sospecharse un homenaje y una burla al modo de composición prousteana. Siempre armado con metales de doble filo, Tabarovsky ve que en cualquier homenaje hay, implícito, el chiste que lo sabotea. Sin embargo, no hay dudas de que esa hoja manierista, arrogante e invalorable es el vehículo del arte literario. Por alguna razón el narrador va perdiendo interés (empieza las historias pero no las termina) por las novelas familiares, políticas, laborales y amorosas que se ofrecen “encuadradas” en las ventanas de los edificios.

Si esa máquina de triturar lugares comunes que es la escritura de Tabarovsky tiene entre ceja y ceja una presa, esa presa es el realismo bobo. Ese realismo es para Tabarovsky una zona artística en la que sólo puede caber el pesimismo y su pariente optimista: la ironía. Pero, por otro lado,  ¿hay algo más realista que una hoja que cae de un árbol?

Tabarovsky es el escritor del realismo reprimido. Escribe sobre la realidad de la literatura que sólo está en los escritores que la saben ver.