“Érase un zapallo creciendo solitario en ricas tierras del Chaco. Su historia íntima nos cuenta que iba alimentándose a expensas de las plantas más débiles de su contorno, darwinianamente; siento tener que decirlo, haciéndolo antipático. Pero la historia externa es la que nos interesa, esa que solo podrían relatar los azorados habitantes del Chaco que iban a verse envueltos en la pulpa zapallar, absorbidos por sus poderosas raíces”.
Así comienza El zapallo que se hizo cosmos, de Macedonio Fernández, el porteño nacido en 1854 y fallecido en 1952, que cuenta la ramificación de esa hortaliza como una extraordinaria expansión vegetal y metafísica.
De la misma manera que el vegetal atrapó a los chaqueños, el escultor Libero Badii (Arezzo, Italia, 1916-Buenos Aires, Argentina, 2001) no pudo resistirse al delirio inclasificable de Macedonio e ilustró ese libro con el entusiasmo de un lector apasionado y con la consistencia de las esculturas que en 1966 le había dedicado al autor de Museo de la Novela de la Eterna.
Porque para Badii, el arte era uno y lo que hizo fue explorar sus distintas intensidades.
Hijo de marmoleros italianos, como sus coterráneos Lucio Fontana y Enio Iommi, no pudo menos que ser escultor, hasta que en 1980 se dedicó únicamente a la pintura. Sin embargo, al mármol lo abandonó mucho antes.
Sus investigaciones sobre los distintos materiales del arte americano precolombino comenzaron a mediados de los años 40, momento en el que decidió quedarse definitivamente en la Argentina y hacer de las dos vertientes, la americana y la europea, su gran estilo.