CULTURA
“La clase de la tarde”

Docencia, filosofía, crisis de pareja y económica: los ejes de la última novela de Laura Kogan

La escritora eligió situar a una pareja en crisis, con un hijo adolescente sordo en medio de un país en decadencia. El aprendizaje y la educación son protagonistas. “Quise poner de manifiesto los vínculos que se establecen, que estimulan la comprensión de los fenómenos, producen emociones, despiertan la motivación y el entusiasmo”, contó la autora a PERFIL.

Laura Kogan
Laura Kogan | Gtlza. Mansalva

Una pareja tiene su primer hijo y recibe la noticia de que es sordo, no puede ni podrá escuchar. El padre en ese momento abandona su guitarra para siempre, por la culpa que le genera crear una música que su hijo no percibe. La madre busca confort comprando baratijas en los Todos por dos pesos. Son los noventa en la novela La clase de la tarde (Mansalva) de Laura Kogan que eligió poner a todos los personajes en diálogo con diferentes formas de educación: la formal, la de los lazos entre compañeros de una fábrica que se cierra, entre adultos que repasan filosofía y ponen en los debates de los griegos sus emociones, el amor por una estudiante o el romance con un profesor.

Laura Kogan es poeta, narradora y bioquímica. Trabajó en la Universidad de Buenos Aires y en el ámbito de la Salud Pública como docente, investigadora y en la gestión de programas sanitarios. En 2017 Mansalva publicó Un barco, su primera novela.

En La Clase de la tarde tanto Emilio, el protagonista, como Marta, su pareja, descubren lentamente cómo volver a sentir en el medio de la crisis. El primer paso fuera del vínculo lo da él, un matemático y docente universitario que de un día para otro decide estudiar filosofía. A través de un aviso en un diario conoce a Blas, un profesor con el que comenzará a tomar clases. Durante esos encuentros, el protagonista se abre a nuevas reflexiones que lo llevarán a replantearse la aparente estabilidad de su matrimonio.

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Laura Kogan

Marta, a su vez, pierde su trabajo y esa cachetada la obliga a avanzar en algún sentido. “Iba perdiendo el deseo de ver gente y relacionarse con amigos. ¿Quién era sin trabajo? Ella era ella, sí, pero sus vacilaciones y un incipiente sentimiento de vergüenza lo desmentían. ¡¿De qué hablaba la gente, los noticieros, los diarios? Le parecía haber perdido el lugar desde donde se leía el mundo, como si perdido el salvoconducto de circulación legítimo, hubiera quedado afuera de los temas centrales, sin poder hablar en el idioma con el que día a día se participa de las cosas importantes”.

En este nuevo libro, Laura Kogan muestra individuos a la intemperie, vulnerables, condicionados por sus experiencias, la hostilidad del medio y sus propias elecciones y
subjetividades. 

Entrevista con Laura Kogan

- Cómo fue el proceso de escritura de este libro, qué pasó desde que apareció la idea hasta su publicación.
-Surgió con la idea de un personaje, el de Emilio. Tenía algunas características: sabía que estaba interesado en estudiar a los presocráticos, era padre de un hijo sordo y
tenía una amante
. Con eso empecé a contar la historia. Lo demás fue surgiendo a medida que escribía. La escritura comenzó en el 2018, después de haber publicado
Un barco, y la entregué a la editorial a mediados del 2023. No escribí el primer año de la pandemia, ¿para qué inventar una historia de ficción si ya estábamos viviendo una
experiencia colectiva en el borde de lo real? Sin embargo, de alguna manera seguí trabajando, ya sea tomando algunas notas o leyendo o buscando información útil para
lo que proponía escribir y que en algún momento iba a retomar.

- ¿Cómo es su historia personal con la literatura?
-Básicamente como lectora y desde edades muy tempranas. Las colecciones infantiles, Robin Hood, Lo sé todo, historietas (desde Patoruzú, Susy, El Tony, Mafalda),
cualquier cosa me venía bien. Tuve sarampión a los 8 años y lo que recuerdo de esos días de fiebre es que me la pasé leyendo los libros de tapa colorada de Monteiro
Lobato, eran 23 tomos y leí la mitad durante esos días. En la adolescencia empecé a leer los libros de la biblioteca familiar. Mi mamá leía y en casa había versiones de obras completas de los clásicos, los libros en papel biblia de la editorial Aguilar, autores argentinos y los latinoamericanos del boom, literatura francesa, española, libros de historia, entre otras cosas. También compraba libros. Leía vorazmente todo lo que encontrara, me dormía con los ojos irritados, sumergida en otro mundo. No había diferencias de  jerarquía entre los cuentos de Maupassant, novelas como Crimen y Castigo (fue un descubrimiento feroz), Ana Karénina, las policiales de la serie negra americana -las  adoraba, leí una detrás de la otra- o las de Agatha Christie o las del boom latinoamericano. Leía a los poetas. Todo me gustaba. A veces leía a escondidas. Si bien tenía entrada libre a los libros, algunos parecían que decían cosas que no eran para mí. Eran lecturas robadas, con temas de adultos. La vida quedaba en suspenso. En algún momento me di cuenta de que quería escribir y empecé a observar la factura, cómo estaban escritos los libros, pensaba otras cosas sobre los textos además del argumento. Me gustaba conocer algo de la vida de los autores. Me enteré de que algunos escribían diarios personales o escribían sus autobiografías. Leía diarios con espíritu voyeur, como una manera de espiarlos. Me gustaba leer biografías. Bastante más tarde empecé a escribir. Me llevó mucho tiempo empezar a publicar, ocuparme formalmente de eso. En algún punto me vino bien. Fueron los tiempos de mi vida, no pude hacerlo de otra manera.

 

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-¿Por qué eligió situar esta historia en los noventa?
-Cuando llegué a la mitad, cuando empecé a contar la historia de Marta (la pareja del protagonista) me pareció que era una época oportuna para narrar las peripecias que atraviesan los personajes. Reescribí lo anterior, ahora ubicado en esa época. Fue un momento histórico que me afectó en lo personal, no solo por sus efectos adversos en lo
económico si no por la banalidad con que se valoraban socialmente algunas cosas. Había una atmósfera de éxito ficticio, de consumo excesivo, de acceso aparentemente
fácil a ciertos bienes mientras otras personas de carne y hueso se caían a pedazos. Había un borramiento de la historia reciente de nuestro país, de los crímenes de la
dictadura. Fue una borrachera de superficialidad. Al principio, las marcas eran invisibles y silenciosas hasta que finalmente explotó todo por el aire. Fue un período bastante largo, una década con diferentes momentos -algunos los percibieron como buenos, relativamente estables, veníamos de la hiperinflación- que terminó muy mal.
Me pareció interesante narrar la vida de una familia, sus experiencias personales, sus vínculos amorosos, la toma de decisiones concretas en un mundo que se quiebra.

-Hay muchos personajes que enseñan, que transforman y son transformados en el aprendizaje ¿Por qué eligió darle relevancia a este tema?
-Aprender es una capacidad que ejercemos a lo largo de la vida. Aprendemos a hablar, a caminar, a leer. Siempre hay un otro involucrado, es una experiencia humana que
nos relaciona. Están los procesos de enseñanza y aprendizaje en el contexto de las instituciones educativas, pero también, entre un profesor y un alumno, como son Blas y
Emilio en la novela, dos adultos que se encuentran y deciden enfocarse en los griegos. También se aprende en los procesos de trabajo, cualquier experiencia de
trabajo supone aprendizaje. La experiencia amorosa es un aprendizaje. Quise poner de manifiesto los vínculos que se establecen, en el mejor de los casos, vínculos
afectivos que estimulan la comprensión de los fenómenos, producen emociones, despiertan la motivación y el entusiasmo, abren a lo desconocido, al deseo de saber.


-¿Cuáles son los libros que más disfrutó leer de los últimos años?
-Canadá de Richard Ford, tiene un gran principio que te obliga a seguir y ya no podés dejarlo. El Baile de Natacha de Orlando Figes, un libro hermoso que describe varios
siglos de historia cultural rusa. Es un autor del que leí varios libros en el 2020, en el encierro. Me gusta mucho Selva Almada, No es un río, El viento que arrasa. Rabia, Era
el cielo,
de Sergio Bizzio no los había leído y los leí hace poco, muy entretenidos, muy buenas ideas. La escritora norteamericana Joyce Carol Oates, Un libro de mártires
americanos
(leí Delatora también, pero me gustó menos). Los libros de la escritora irlandesa Claire Keegan, bellísimos todos, Tres luces, Recorre los campos azules,
Antártida
(tengo otros dos que me están esperando), una narradora muy interesante que me atrae mucho y no puedo parar de leer, con una traducción que acerca al lector
y que se agradece. Otra vida por vivir, de Theodor Kalifatides, un autor griego que vivió exiliado en Suecia. Del matrimonio como una de las bellas artes, de Julia Kristeva y
Philipe Sollers. Todos nosotros, poesía completa de Raymond Carver. Y ahora estoy leyendo a la poeta peruana Blanca Varela, Las cosas que digo son ciertas, es
maravillosa. Y la Ilíada, que leí otra vez para escribir la novela y disfruté en cada página.