CULTURA
entrevista a beatriz sarlo

El cuerpo del escándalo

En La intimidad pública (Seix Barral), Beatriz Sarlo analiza la polémica mediática como el género que mejor se adapta a la dispersión imperante, donde el nivel de atención del lector suele durar apenas un instante.

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TV basura. El escándalo como relato popular. | cedoc

Desde hace algunas semanas, en los medios hay un tema excluyente: el Cuadernogate. Los cuadernos de Centeno, que podría ser un título de César Aira, atraviesan la programación de casi todos los canales, activando el pathos de la indignación –un gaje del oficio, hoy– de quienes no tienen herramientas más que para comunicar emociones primarias.

En lo que queda de tiempo, se produce un desplazamiento entre dos mundos cuyos límites son cada vez más difusos: se pasa de las lágrimas de Oyarbide a las de Rocío Marengo, o de la calidad de la fotocopia del cuaderno Gloria de Centeno a la calidad de las nalgas de Wanda Nara, y a la pregunta importante, eso que “la gente” quiere saber: ¿tiene celulitis o le trucaron la foto? ¿Son reales las estrías o se trata de una operación periodística destinada a mancillar el ethos y la credibilidad de su trasero?

Quizá la discusión es vana, porque acaso, como diría Baudrillard, ni la Guerra del Golfo ni el culo de Wanda han existido alguna vez.

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Pero, en cualquier caso, lo que interesa destacar aquí es que de estas polémicas es difícil sustraerse. El mensaje, de un modo u otro –a través de las redes, por un comentario en la cola del banco, una cadena de WhatsApp–, siempre nos llega. Es prácticamente imposible, salvo que uno sea un huraño, no estar al tanto de que Nicole le puso un “bozal legal” a la novia de Cubero, o de que el inefable Javier Milei se puso de novio con la cantante Daniela, o de que Pampita a lo mejor podría haberse separado de Pico Mónaco, ¿o será una operación para luego vender la puesta en escena de una reconciliación?

Ahora Beatriz Sarlo, con quien dialogamos, acaba de publicar La intimidad pública, editado por Seix Barral, donde analiza el escándalo como un género discursivo que se caracteriza por el uso de una figura retórica: la hipérbole. El escándalo mediático, dice en el libro, no tiene una estructura hiperbórea, rizomática, tipo Deleuze, sino que procede por acumulación de enunciados cuyo carácter polémico debe ir siempre in crescendo. “Por eso, el escándalo es una forma especialmente apta para el tipo de atención corta que imponen los medios visuales, los escritos y las redes sociales. Se puede entender el escándalo aunque se llegue en la mitad de la representación”, escribe Sarlo en este libro que, por cierto, se puede leer como una continuación del análisis de la novela rosa que había llevado a cabo en los años 80, aunque por supuesto ya no nos rijan las leyes de un imperio de los sentimientos sino, y en todo caso, las de un “imperio de los sentidos”.

En ese momento, recuerda, se había tomado el trabajo de leer varios centenares de novelitas románticas, ese “género menor” que otros intelectuales trataban de forma despectiva o decidían ignorar, a pesar del impacto que esas narraciones han tenido en la sensibilidad y en la subjetividad de tantas generaciones.

Ahora, y con esa misma lógica, a sus lecturas habituales del New Yorker les sumó las de la revista Paparazzi. También estuvo merodeando las redes, de incógnito. Ella no tiene cuentas con su nombre, pero se creó varios perfiles relacionados al mundo del espectáculo –“total, ¿quién va a saber que soy yo?”–, y una de las primeras cosas que advirtió es que todas las plataformas transmiten el mismo mensaje: “El me dejó pero yo voy a vengarme”, o “vamos a tener un hijo y la felicidad nos arrastra como un vendaval”, dice.

—Es como un esquema de Propp reducido, ¿no?  

—En efecto, como un esquema de Propp reducido, o como mensajes muy elementales que es muy fácil que pasen de una plataforma a otra: que pasen de los programas de la mañana o de la tarde a las redes sociales o viceversa, que sean retomados, y que después las revistas los tomen. El escándalo presenta la cualidad, por así decirlo, de que la narración es muy corta: nos conocimos y nos amamos locamente, por lo tanto él dejó a su mujer o yo dejé a mi marido, y a las cinco semanas me traicionó, no voy a olvidar esa traición, y ya está: no hay más argumento.

—No hay tampoco profundidad psicológica. Son tipos: el amante traicionado, el marido infiel, etcétera.

—Son tipos, sí. Y la narración es muy fácil de leer, lo cual quiere decir, no que la tiene que leer solo el público que busca narración fácil, sino que cualquiera de nosotros puede consumir decenas de escándalos en una hora de lectura. El quiosquero que me juntaba las revistas está al tanto de todos los escándalos que suceden en Buenos Aires, porque recibe esas revistas, y ni siquiera las abre: mira las tapas, las volantas, y ya está. Entonces, son narraciones infinitamente más sencillas que una anécdota. Y las de la maternidad también tienen esa sencillez, con la ventaja de que son muchísimo más gráficas.

Sarlo cuenta que el tema de la maternidad se le apareció con una foto de Serena Williams donde exhibía un enorme vientre de embarazada. A partir de esa imagen, que la impactó sobre todo porque se trataba de un personaje que no ha sido particularmente exhibicionista, empezó a advertir que ese tipo de fotos proliferaban en muchos medios, y que sus protagonistas suelen ser los mismos que protagonizan los escándalos. “La semana anterior, que se han dicho de todo, al mes siguiente dicen: ‘Estoy enloquecida, la maternidad me ha bendecido’”.

—Aparecen angelados. Vos lo analizás bien como una contracara del escándalo.

—Es una especie de redención.

—Es como si la narración del escándalo, que vos decís que no tiene desenlace, porque termina abruptamente cuando se pierde la audiencia, encontrara un desenlace ahí...

—Es probable. Y además muchas de las fotos tienen un parecido, es decir, las mujeres en el escándalo muestran sus cuerpos con la misma generosidad con que después muestran sus cuerpos en la maternidad, donde además se agrega algo que yo señalo en el libro, que es que se ha puesto de moda un cuerpo globuloso.

—Un “cuerpo oxímoron”, decís. O sea: delgado y, al mismo tiempo, con formas redondas y generosas.

—Sí, un cuerpo que era imposible antes de las cirugías. La tipología de lo que es un pecho de mujer, de lo que son nalgas, ha cambiado radicalmente, y por tanto el vientre de embarazada entra perfecto en esa tipología, y los pechos de alguien que está amamantando también.

—Y eso es algo que vos analizás sin emitir juicios, pero luego sí tenés una postura en relación con la exhibición de bebés o chicos menores en los medios, ¿no?

—Lo que yo pienso es: ¿qué pasaría si mañana para ilustrar esta nota PERFIL pone una foto, que no existe pero que podría existir, donde mi padre me lleva a una manifestación del Partido Conservador y yo estoy saltando como una loca por el Partido Conservador a los 10 años? Seguramente esa foto no me gustaría. Una cosa es que yo lo narre. Que en mi casa mi padre era profundamente antiperonista y me enseñó la marcha de la Revolución Libertadora cuando yo tenía 12 años. Entonces, una cosa es que yo narre eso, manejando la narración, y otra cosa es que alguien lo diga de ese modo, o que diga: se paraba en la puerta de la casa y la cantaba para molestar a los vecinos. Entonces, quizá los chicos sean iguales a los padres y no haya problema, o quizá muchos hijos no somos iguales a nuestros padres, y puede haber problema, y somos nosotros los que queremos hacer la historia de nuestra relación con los padres que hemos tenido: eso es todo lo que digo.

La mayor parte de los famosos, sin embargo, tiene una posición distinta. El relato de la maternidad, o de la paternidad –hoy Mirko ya tiene más de un millón de seguidores en Instagram y probablemente también ostente el récord de tener más fotos que días de vida– se impone y obtura la posibilidad de ese otro relato del que habla Beatriz. Hoy Saturno se devora a los hijos sin claroscuros dramáticos: solo con el rictus naïf de quien sabe monetizar los likes, o de quien no se quiere bajar del Olimpo de una Paparazzi.

Adrián Pallares, panelista de Intrusos, con quien también dialogamos, lo dice con bastante claridad: “La verdad es que dejó de importar la vida profesional de la gente. Nadie te hace una nota por la vida profesional. Difícilmente sea noticia eso. Los medios solamente hacen notas con algo que tiene que ver con la vida privada”.

—¿Y por qué te parece que al público le interesa tanto eso?

—Porque los escándalos son los cuentos infantiles de los adultos. ¿Cuál es el chiste del cuento infantil? El chico quiere que le cuentes todas las noches el mismo cuento; sabe cómo termina, pero lo quiere igual.

En La intimidad pública, Sarlo dice algo parecido. Lo único que salva a este tipo de relatos de la repetición, de lo siempre igual –X acusó a Y de Z; N habría terminado su relación con B–, es la variación de las figuras retóricas, entre las que se destaca la hipérbole, que se expresa en esa metáfora popular de “levantar la apuesta”. En cierto modo podría decirse que para que un escándalo funcione, es decir, para que no pierda audiencia, los escandalosos tienen que estar dispuestos a convertirse en una suerte de parresiastas, como lo era Diógenes de Sinope y como quizá lo sea hoy Yanina Latorre.

Aunque, por supuesto, y a diferencia de los griegos que practicaban la parresía, aquí la cuestión de la verdad ocupa otro lugar, porque se sabe que algunos escándalos son ciertos, que otros son vagamente ciertos, pero que otros directamente pertenecen al plano de la ficción. “Hay gente que te arma escándalos. Yo te digo: voy a ir a comer con tal o cual compañera de trabajo y vos sacame fotos desde ahí afuera, y también está el famoso topless de la pileta de la vedette... Eso está arreglado, y ya está demodé también”, dice Pallares, para quien, por otro lado, ese tipo de escándalos no vende más entradas de un espectáculo teatral, como se suele pensar habitualmente. “La gente no paga por algo que ve gratis en televisión. Si yo tengo a dos personas peleándose gratis en la televisión, ¿por qué pagaría una entrada? En 2007 estalla el video de Wanda Nara. Wanda hacía una revista en el teatro que yo administraba y que producía Guinzburg. Era un miércoles eso. Ese día se vendieron siete entradas más que el miércoles anterior”, dice.

Sin embargo, y aunque el escándalo no le sirva al espectáculo, sí le sirve a la “figura”, entre otras cosas porque, como dice Sarlo en el libro, se trata de personajes que saben que el resto de sus cualidades no alcanzan y terminan, por lo tanto, convirtiéndose en una especie de “trabajadores proletarios del escándalo”, ya que “lo necesitan para comer”.  

Si tienen otro trabajo, nadie lo sabe. Algunos cantan un poco, otros bailan; en ciertos casos, pueden jugar el papel de ingenuos; en otros, el de freakies o denunciadores seriales.

Según Pallares, cada uno interesa por distintos motivos; sin embargo, hay una condición sine qua non, y es que “tienen que ser capaces de decir cualquier cosa, sin filtro. Tienen que ser kamikazes: contar que a los cuarenta años tuvieron por primera vez sexo en la playa”, dice.

Uno de los que más encajan con ese perfil es el inefable Jacobo Winograd, que fue uno de los que inauguraron la categoría de “mediáticos” con el caso Coppola.

Al hablar con él, lo primero que sorprende es una cuestión ontológica. El hecho de que no es un personaje: es así, como se muestra. Y en medio de la verborragia de vez en cuando tiene algún rapto de lucidez: “Nosotros éramos tipos que hacíamos Zap y nos mataban. Y hoy nos imitan todos. Hoy la televisión se convirtió toda en Zap”, dice el autor de la apoteósica sinécdoque “billetera mata galán”, y agrega que “la televisión dejó de verse, no por Netflix, sino porque aburrieron todos los programas políticos que hablan siempre de lo mismo, de los cuadernos, de la corrupción, y en el show de Intratables se ríen mientras la gente se caga de hambre”.

Ahora, y mientras se despereza –son las cuatro de la tarde, pero se acaba de levantar–, cuenta que lo que más le interesa, y lo preocupa, es lo que está pasando en la política. En sus últimas participaciones televisivas, de hecho, se lo vio hablando de Magnetto y de Calcaterra. Dice que hay blindaje sobre el gobierno de Macri y que por eso Tinelli bajó a su hija del “Bailando” y a él no lo volvieron a llamar de ningún programa.

Tenga o no razón, es probable que, en efecto, a la tele le sirviera más el Jaboco que se peleaba con Guido Süller, “el que se lastra el pinocho”, o el que discutía con distintas chicas del medio –que por cierto ya no son gatos: son el mismísimo león de la Metro-Goldwyn-Mayer, dice–, y no el que habla de hambre o de inflación.

El escándalo mediático –Sarlo lo dice en el libro– no debe comprometer los principios de nadie, y mucho menos, podríamos agregar, el de algunos periodistas o empresarios de medios que tienen los suyos pero que, obviamente, si al poder no le gustan, como diría Groucho, también pueden tener otros.

 


 

La banalidad de lo cotidiano

Están los escándalos trágicos y aquellos cuyo dramatismo afecta solo a sus protagonistas y no tocan en profundidad a nadie (X se acostó con el novio de Z) o a muy pocas personas, solo las directamente implicadas. De estos escándalos que, por suerte, son los que más abundan, se construye una trama de sospechas y los lectores o los consumidores nos convertimos en espías. Se ofrece el video borroso y movido de una pareja de famosos mediáticos sorprendida sobre la cama de un tráiler durante una filmación; se ofrece la imagen de un joven político en contacto erótico y clandestino con una famosa embarazada de varios meses; se ofrece la cara llorosa de la mujer que ha sido traicionada por su marido y que lo acusa por todas partes como si la acusación fuera parte de una terapia de pareja (…). ¿A quién pueden importarle esos capítulos banales de vidas cotidianas que ascendieron por los medios?

A todos. Entonces habría que ver qué quiere decir banal. La vida cotidiana es banal, salvo que se apodere de ella la buena literatura, o sea objeto de investigación del gran periodismo. Lo cotidiano no es banal para cada uno de los sujetos que lo experimentan como su experiencia. Pero es banal porque esas experiencias tienen fuertes modelos culturales y las narraciones se repiten. La reiteración de lo ya conocido es alterada solo por la felicidad o la desgracia, situaciones que tienden al extremo. Lo curioso del escándalo mediático es que esas banalidades de la intimidad, al ser puestas en la esfera mediática y ser comentadas en las redes, se convierten en circunstancias que merecen ser vistas y compartidas. Todo sucede como si, de pronto, los celos de una novia engañada adquirieran la reverberación de un drama.

El escándalo es dramático, aunque su argumento, considerado desde otros puntos de vista (el de la literatura, la sociología o la política), sea una trivialidad. Por alguna razón, esa trivialidad nos interesa de un modo que los medios registran y nos devuelven multiplicado. Las series televisivas o las grandes producciones de ficción, los best-sellers y algunos films encaran narraciones, que dan su batalla por la audiencia sostenidas por el exotismo, la lejanía o la extrañeza de los escenarios (…). Pero esa gran producción va a un público dispuesto a otorgar cierto grado de atención a su entretenimiento. El escándalo va en otra dirección y no tiene a la pantalla televisiva como único destino.

Fragmento de La intimidad pública, de Beatriz Sarlo (Seix Barral, 2018.