¿Sabe el lector cómo funciona la industria cultural? ¿Tendría que saberlo? ¿Querría? ¿Saben los lectores que en 1983 se publicaron 4.230 títulos; en 1993, unos 8.215; en 2003, 14.375, y que en lo que va de 2006 esa cifra ascendió a 16.875? ¿Sabe el lector que la mayoría de esos títulos no llegan siquiera a exhibirse en las librerías, que van derecho a los depósitos, y que sólo son desempolvados para emprender un corto viaje a las mesas de las librerías de saldo? ¿Sabe que es imposible asimilar o reseñar, que ya no leer, el diez por ciento del volumen de ejemplares que las editoriales distribuyen cada mes?
¿Sabe el lector que, según un estudio del Sistema Nacional de Consumos Culturales, el 52 por ciento de los argentinos afirmó, en 2005, no haber leído un solo libro? ¿Que el libro más leído es la Biblia? ¿Sabe que los editores no tienen, por lo general, idea de cómo va a funcionar cada libro que editan? ¿Sabe que como se supone que las mujeres compran más libros que los hombres, hay gerentes editoriales que piden, por estos días y a los gritos, “libros de mujeres sobre mujeres para mujeres”? ¿Sabe que hay otros editores, los menos, que serían capaces de jugarse la vida por un libro más allá de cómo pueda funcionar comercialmente? ¿Sabe que hay otros, muchos, que viven de cobrarles a incautos escritores noveles precios exorbitantes por editar libros de mala factura que ni siquiera llegan a distribuirse?
¿Sabe el lector que el promedio de venta de un escritor argentino son 400 o 500 ejemplares? ¿Sabe que la literatura argentina existe, que no se agota en Borges, Cortázar, Soriano, Aguinis o Andahazi? ¿Le interesa, acaso, saberlo? ¿Sabe el lector cuántos ejemplares vendidos se necesitan para convertir a un autor en best seller? ¿Sabe que un libro que venda, pongamos, unos mil ejemplares, en diez días figurará entre los cinco primeros puestos del ranking? ¿Sabe que el tiempo de mayor venta –deberíamos decir: de la única venta fuerte– son las fiestas de fin de año?
¿Sabe el lector que no existen más de dos o tres escritores argentinos que viven de la venta de sus libros? ¿Sabe que, en el mejor de los casos, estos autores cobran sólo el diez por ciento del precio de venta de tapa de cada ejemplar? ¿Sabe que los escritores suelen vivir de becas y concursos, de la docencia, de dictar talleres o ejercer el periodismo cultural? ¿Sabe que las librerías, que por lo general reciben el material en consignación, se quedan con el 40 o el 50 por ciento del precio de tapa de cada libro que venden? ¿Sabe que entre las dos o tres cadenas de librerías más importantes del país se reparten el 80 por ciento del mercado?
¿Sabe el lector que se sospecha que la mayoría de los premios literarios están arreglados de antemano? ¿Que existen, y no son pocos, los periodistas culturales radiales y televisivos –y deberíamos decir, aunque en menor medida, gráficos– que cobran cachet por entrevistar a autores, por llevarlos a un estudio y quemar con ellos segundos de aire? ¿Sabe que algunos de los artículos que lee en los suplementos culturales y revistas especializadas son en verdad una extensión de la pauta publicitaria, que esos espacios se ofrecen y negocian?
¿Sabe el lector que no sólo se publica sino que también se escribe de más? ¿Sabe cuántos kilos de manuscritos y originales que no tienen el menor valor artístico –y algunos otros que sí lo tienen, y caen en la redada– son rechazados sin haber sido leídos, todas las semanas, en las editoriales? ¿Cuál es el futuro de una industria cultural y editorial que se acerca de manera irrefrenable a su punto máximo de saturación? ¿Cuál?