En el Suplemento Cultura de Diario PERFIL, ofrecemos cada semana "Narcolepsia - Coordenadas para una aproximación a la poesía", y el elegido en esta ocasión es "Ibis, vv. 110-125", del poeta romano Ovidio (43 a. C.- 17 d. C.):
Que te niegue la tierra sus frutos, el agua sus corrientes,
que el viento y la brisa te nieguen sus soplos.
Ni que el sol resplandezca, ni que Febe brille para ti,
y que los claros astros engañen tus ojos.
Que ni siquiera Vulcano te provea aire,
ni encuentres camino ni en tierra ni en mar.
Que seas desterrado, erres pobre
y vagues por fronteras extranjeras,
y que tu boca temblorosa ruegue por comida.
Ni que tu cuerpo ni tu mente estén libres de dolor,
Y que el día y la noche sean
más severos que el anterior.
Que siempre seas miserable
y que a nadie le importe tu miseria.
Que hombres y mujeres gocen de tus desgracias.
Que el odio ingrese en tus lágrimas,
y seas considerado digno
de ser quien ha sufrido mucho, para sufrir más.
Y que, -cosa rara- si tus fallos compadecen,
la fortuna despierte la envidia en tu cara.
Y que no te falte el motivo,
pero que la muerte se olvide de ti:
y que la vida deseada
obligada huya asesinada,
y que tu espíritu, después de tanto luchar,
se tarde en abandonar
tus miembros torcidos.
(Traducción de Mario Chávez Carmona)
Publio Ovidio Nasón nace en Sulmona, actual Abruzzo, el 43 a.C. Es considerado por la filología un poeta-mitógrafo, dado que su poesía está repleta de referencias míticas grecolatinas, así se nos muestra en sus obras más evidentes como Las metamorfosis, Heroidas y la presente Ibis, aunque la mitología nunca queda ausente del resto de su obra. Realizó estudios de retórica en Roma junto a su hermano mayor. Heredó fortunas de su padre y viajó por Atenas, Asia Menor y Sicilia, su influencia griega lo llevó a ejercitar la poesía por completo. Su vida privada, su don de elocuencia y cortejo explica su maestría y desplante evidente en el Arte de Amar y en el Remedio del Amor, obras “pedagógicas” que giran entorno al amor como «enfermedad divina del alma». El 8 d.C., tras un conflicto con César Augusto, fue exiliado a Tomis, actual Constanza, Rumania, donde escribe Tristes y Pontos. Al final de su vida escribe Ibis, poema largo considerado como una «oda-maldita». En él Ovidio desea los peores males a un enemigo anónimo, siendo coherente con su estilo: enumerando y describiendo las peores desgracias presentes en la mitología grecorromana, mostrando todas las posibilidades de la animadversión y del fracaso. Ovidio no fue perdonado de su condena, muriendo lejos de su tierra en el año 17 d.C. en edad senil.
Admirado por poetas como Ezra Pound, quien en su ABC of Reading (1934) ha escrito: “Virgilio era la literatura oficial de la Edad Media, pero todo el mundo seguía leyendo a Ovidio”.