CULTURA
La ciudad pensada XVII

La Buenos Aires de Leopoldo Marechal

A veces las ciudades se convierten en territorio de una épica literaria, que reinventa lo urbano. Lo hicieron Borges y Mujica Láinez respecto a Buenos Aires, y también la epopeya de "Adán Buenosayres", imaginada, lenta y amorosamente, por Leopoldo Marechal.

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La tensión poética de su "Adán Buenosayres" fluye principalmente dentro de Villa Crespo y Saavedra. | Laura Navarro


La novela máxima de Marechal respira en una ciudad trasformada por la imaginación. En tiempos pre-pandémicos se convocaba a los vecinos y otros curiosos a participar de caminatas, a veces guiados por la propia hija del escritor, María Magdalena Marechal, fallecida en 2019.  

Muchos de los vecinos participantes conocían su barrio hecho de calles, casas, edificios, transeúntes, perros, gatos, árboles y cielo. Pero en aquellas caminatas marechelianas, asombrados, percibían cómo la atmósfera barrial renacía, con colores distintos, gracias a la escritura de Marechal. La tensión poética de su Adán Buenosayres fluye principalmente dentro de Villa Crespo y Saavedra.  

A Marechal le demandó 18 años parir su novela superlativa. Nació en 1900 y murió en 1970. De origen humilde, hijo de Alberto Marechal, mecánico uruguayo, descendiente de un francés exiliado de la Comuna. Las letras le iluminaron los ojos ya a los 12 años, cuando empezó a escribir poesía. Casi al mismo tiempo conoció el trabajo de una fábrica como obrero. Protestó ante los abusos y el bajo salario. Su entusiasmo por la justicia social lo acercará luego al peronismo, lo que, a su vez le supondrá su rechazo respecto a la elite literaria local.  

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Maestro egresado del Mariano Acosta, como Cortázar; fue también bibliotecario y profesor de enseñanza secundaria. Como suele ocurrir, los contrarios pueden convivir y el Marechal de origen obrero y de la protesta social, a la vez fue refinado literato, de exquisita y laboriosa cultura, próximo al Grupo de Florida, llamado así por su lugar de reunión en la Cafetería Richmond, ubicada en la famosa peatonal; grupo ansioso de vanguardismos e identificado también con la revista Martín Fierro.  

Pocos años después del fin de la primera guerra mundial, Marechal marchó a París. Allí fue amigo de Picasso y Antonio Berni, y establecido en Montparnasse, en 1930, frecuentó a muchos otros artistas (como el escultor Fioravanti y su esposa, la pintora a veces no tan valorada Raquel Forner), y empezó a mover las hélices de su gran novela bajo la influencia de la Odisea de James Joyce, y la Divina comedia de Dante.  

Al poco de aparecida la obra, el goce de la crítica por destruir no perdió la oportunidad. Muchos estigmatizaron el nuevo libro como desecho de papel y adefesio. Cortázar, más allá de los dictadores del gusto, entendió la aventura de un Adán que regresaba al Occidente moderno, y despertaba en una pensión en Villa Crespo, para entonces empezar su viaje épico entre las calles de Buenos Aires.  

Hoy al caminar por los alrededores del lugar de la ciudad reinventada por Marechal encontramos algunas pocas casas centenarias, el ex Mercado San Bernardo, tendales de negocios modestos, algunas veredas pocos saludables, alguna vieja fábrica reciclada, la discreción de un sitio que despega gracias a un escritor que sigue vivo por una novela.  

 

El otro barrio.  

Como en el Otelo de Orson Welles, la novela de Marechal principia con el entierro de Adán. Es decir, un inicio desde el fin de un viaje simbólico que empieza un Jueves Santo y se extiende hasta un Domingo de Resurrección, de un año que no se precisa en la década de 1920.  

La peripecia del Adán porteño comienza “... desde su despertar metafísico en el número 303 de la calle Monte Egmont, hasta la medianoche del siguiente día, en que ángeles y demonios pelearon por su alma en Villa Crespo, frente a la iglesia de San Bernardo, ante la figura inmóvil del Cristo de la Mano Rota”.  

Monte Egmont es hoy la calle Tres arroyos. El lugar de la pensión ya no existe. En Monte Egmont 280 vivió Marechal entre 1910 a 1934, con su madre Lorenza Beloqui, y sus hermanos y abuela materna, de origen vasco. La casa se desvaneció en el tiempo. Hoy allí se acomoda un taller mecánico, y una placa que al menos recuerda la relación de ese lugar con el escritor. En la Biblioteca Popular Alberdi, en Acevedo 666, el poeta Marechal, con 19 años, fue el primer bibliotecario rentado. En Avenida Corrientes, entre Acevedo y Gurruchaga, en el café San Bernardo, que todavía existe con su estampa de art nouveau, entre sus mesas y billares, un Marechal también juvenil, descubrió cómo el cuerpo se mueve al son de las cadencias tangueras.  

Y ya de nuevo en el barrio, dentro de la novela, desde la pensión, Adán abre sus ojos, escucha los sonidos matinales, los ecos de las conversaciones del barrio, cuando “la Gran Capital del Sur era una mazorca de hombres que se disputaban a gritos la posesión del día y de la tierra”. Su compañero de cuarto es Samuel Tesler, un filósofo de barrio inspirado en Jacobo Fijman, el poeta místico de triste final. En su periplo, a Adán lo acompañan personajes del grupo martinferrista: Pereda es Borges, Schultze, el astrólogo, es Xul Solar, Raúl Scalabrini Ortiz inspira al petiso Berni.  

Cerca del lugar del comienzo de la aventura en Villa Crespo, está la avenida Warnes; hoy lugar de negocios de piezas para reparar autos averiados o para mejorarlos. Al trasponer esa calle, irrumpe ante nuestros ojos, lo mismo que ante Adán Buenosayres, la Iglesia de San Bernardo, en Gurruchaga 171, donde se encuentra la estatua, en la novela, del Cristo de la Mano Rota. En tiempos de Marechal, la figura hecha con materiales poco nobles perdió una mano, hoy repuesta. Cuando ocurre el viaje de Adán, la torre de la iglesia era el punto más alto de la zona. En la entrada de la iglesia, una placa de bronce en la que se recrea la escena en la que Adán monologa ante las verjas de San Bernardo, fue retirada por temor a robos. En lo exterior, ya nada recuerda la relación del templo con la obra.   

 

Entre cueros, recuerdos y letras.  

Por el barrio evocado en la novela circulaba el hedor de la curtiembre La universal. Su nombre en el mundo real era La federal, con una inesperada relación con París. Sobre el final del siglo XIX en la ciudad luz se erigió la Torre Eiffel, durante la Exposición Internacional en la que se ofrecían los avances de la industria. Al concluir la exposición, algunas de las estructuras metálicas presentadas se desarmaron, pero una de las naves industriales cruzó el océano para llegar hasta Buenos Aires, y se convirtió en la nave central de la curtiembre levantada en Villa Crespo, junto a la Fábrica Nacional de Calzado, entre las actuales calles Serrano, Padilla, Gurruchaga y Murillo.  

Desde 1890, el crecimiento se aceleró con la llegada de los inmigrantes, italianos principalmente; y luego, en menor grado, los españoles, en especial los vascos; pero también luego de la Primera guerra mundial llegaron muchos escapando de Polonia, Ucrania, Rusia, para ubicarse en el recodo del barrio conocido como “Villa Kreplaj”.  

Fue a través del cuero y la Fábrica Nacional del Calzado que el barrio progresó, impulsado por Salvador Benedit, estimado por la historiografía barrial como Padre Espiritual de Villa Crespo, promotor de la Industria del Cuero.  

El cierre definitivo de la curtiembre fue en 1991. El viejo edificio de tanta historia y trabajo fue demolido. De sus ruinas, se alzaron 3 inmensos edificios torres rodeadas de retazos de pasto y un enrejado en todo su perímetro.  

Sobre Gurruchaga, casi en la esquina con Murillo, sobrevive un silencioso testigo de los días de la energía fabril: un gomero se alza, poderoso, entre las baldosas de la vereda y con sus ramas abiertas sobre toda la calle. Su sabiduría adaptativa ha hecho que el gran árbol extienda dos grandes raíces buscando agua, mientras que otras raíces penden de su tronco como gruesas venas de savia y madera que delatan su vida intensa, reconcentrada. No pudimos evitar demorarnos unos segundos ante ese sobreviviente de los tiempos del trabajo intenso en esa manzana. Pero también la novela de Marechal recuerda aquellos días, cuando Adán “había cruzado la calle Murillo, y ahora marchaba entre las paredes negruzcas y los carros pestilenciales de la curtiembre La Universal”.  

Y cerca reposa el conventillo de La paloma que inspiró el sainete de Alberto Vacarezza. Y en lo que hoy es un edificio, también en la calle Gurruchaga, los parroquianos disfrutaban un descanso en el café Izmir “cuyas cortinas metálicas, a medio bajar, le permiten (a Adán) ver un interior brumoso en el cual se borronean figuras humanas que se mantienen inmóviles o esbozan soñolientos ademanes.”  

Momentos de poetización por los que el escritor de una novela epopeya le da a una parte de la ciudad un aire mitológico. Ecos del barrio perdido, lejanos inviernos y primaveras en los que en la mesita de una peluquería se podían encontrar ejemplares de revistas desaparecidas como El hogar, El gráfico, Mundo Argentino.  

 

La ciudad del cielo y el infierno  

Marechal conoció la marginación por su compromiso con el peronismo. Tiempo de aislamiento obligado, durante el que siguió su escritura que dará como frutos El banquete de Severo Arcángelo (1965), y luego Megafón o la guerra (1970), mientras su Adán continuaba divagando por Villa Crespo, y las “lejanías” de Saavedra.   

La novela pretende ser una epopeya moderna, su protagonista entonces es un héroe coronado por un destino épico y trágico. El propio autor, en Las claves de Adán Buenoyres declara que el viaje de su héroe es un símil del viaje de Dante en la Divina comedia.  

La travesía entonces debe unir el cielo y el infierno dentro de la ciudad convertida en lugar de la utopía espiritual y la caída en lo infernal. Como en Dante, lo que eleva es la guía de la mujer como símbolo de una sabiduría que agiganta el espíritu. En el libro VI de la novela, en el “El cuaderno de las Tapas azules”, viaja hacia el encuentro con la muchacha de Saavedra, esa “extraordinaria criatura” que “tenía el color del aire y en el aire sutil se disipaba, no es asombroso que yo la tuviera por una visión y me preguntara si la tarde no se habría personificado en aquella suavísima figura de mujer”. La contemplación de su belleza trasporta a Adán a un amor divino, movimiento de ascenso que recuerda el ensayo marechaliano de Ascenso y descenso del alma por la belleza, con la influencia del célebre Banquete de Platón.    

Pero Marechal hace de Buenos Aires también la ciudad que oculta su doble, otra ciudad subterránea e infernal que descubre en el libro VII, con su “Viaje a la Oscura Ciudad de Cacodelphia”. Todo héroe se eleva a lo alto, pero también debe bajar a lo infernal (la catábasis de los viejos mitos) para luego volver mejorado. Adán de Buenosayres no podía hacer menos.  

A este infierno Adán baja a través de su Virgilio que es el astrólogo Schultze, que lo guiará en la ciudad infernal de Cacodelphia. En el bajo Saavedra, se encuentra la entrada al averno porteño. Solo los rituales del astrólogo consiguen ingresar a lo subterráneo secreto. Y Schultze aclarara “entonces imaginé un rascacielos subterráneo cuyos diferentes pisos constituían otras tantas moradas infernales, atravesados todos ellos por el tubo de ascensor, que sería el eje vertical…”  

En el asombroso descenso a Cacodelphia lo satírico se desborda para cuestionar la mitología clásica. Y Adán luego regresará a la ciudad y su barrio, en el que una inesperada batalla final lo espera.  

   

Una batalla frente a una iglesia.  

La iglesia del Cristo de la Mano Rota nos invita de nuevo. La estatua sin una mano ve cada mañana el reinicio de los ritos del barrio, los negocios que abren sus puertas, los autos que pasan a veces esquivando baches, los niños yendo a las escuelas, las serpientes de humo ondulado desde las chimeneas hasta las nubes o el cielo desnudo.  

 Y el Cristo de la Mano Rota presencia una rara batalla, cuyos rugidos y choques de espadas repercuten en lo invisible: “espadas angélicas y tridentes demoníacos chocan sin ruido en la calle Gurruchaga: se disputan el alma de Adán Buenosayres…”  

Al final de su viaje, Adán muere, su rara epopeya concluye, entre las calles de Villa Crespo y Saavedra, en la trasformación del asfalto y las paredes por el juego de las letras.  

La ciudad pensada a través del Adán Buenosayres es un acto de reinvención literaria de lo urbano. La urbe no termina en el hormigón y el cristal, continúa en una ciudad escrita. La ciudad es la trama de los conflictos y deseos, y es también la ciudad fotografiada, o escrita, que se extiende por las narraciones que provoca, como la historia del Adán de Marechal, por cuya alma ángeles y demonios siguen combatiendo frente a una humilde iglesia de barrio.  

 

(*) Esteban Ierardo es filósofo, docente, escritor, su último libro La sociedad de la excitación. Del hiperconsumo al arte y la serenidad, Ediciones Continente; creador de canal cultural “Esteban Ierardo Linceo YouTube”. En estos momentos dicta cursos sobre filosofía, arte, cine, anunciados en página de Fundación Centro Psicoanalítico Argentino (www.fcpa.com.ar).