Durante mucho tiempo pasamos por Dr. Nicolás Repetto y Avenida Rivadavia sin prestar atención. Una esquina más: con un edificio alto, funcional, de estilo moderno, sin ningún detalle imaginativo. Solo luego descubrimos que, en ese cruce de calles en el barrio de Caballito, por un tiempo brilló una obra magnífica: la Villa Carú.
Las ciudades tienen muchas formas de ser; la urbe que se dice de muchas maneras. Pueden ser en parte lo demolido y perdido, como el ejemplo de arriba; o lo abandonado y decadente, o lo brillante y preservado. En la ciudad de Buenos Aires esos tres perfiles coinciden en la obra de un genial artista arquitecto: Virginio Colombo (1884-1927).
Colombo se suicidó a los 43 años, en su estudio de la calle Moreno 2091, por causas no del todo claras. Final aciago para una vida de creación: 50 obras en su destino argentino, luego de dejar su Italia natal, en un momento en el que los arquitectos europeos viajaban a la Argentina, como ahora lo hacen a Shanghái, Singapur o Azerbaiyán, en pos de una meca de oportunidades y muchos contratos.
A comienzos del siglo XX, una ciudad de Buenos Aires favorecida por el comercio agro-exportador crecía frenética, y con ínfulas de imitar la opulencia arquitectónica de Europa. La formación y preferencia de los muchos arquitectos europeos aquí arribados, se expresó en un modernismo ecléctico, con su fusión de muchos estilos.
Por 1906 se construía el Palacio de Justicia con los planos de Norbert Maillart. Procedente de Lombardía, llegó entones Colombo, de 21 años, contratado por el Ministerio de Obras Públicas para colaborar en la decoración del monumental edificio consagrado a leyes y pleitos.
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La imaginación ornamental del lombardo pertenece al art nouveau, movimiento artístico así llamado en Francia, y que en Alemania se denominó Jugendstil; en Barcelona Modernismo catalán; en Viena, La Secesión; y en Italia Liberty o Floreale.
En el liberty milanés se inscribe la senda creativa de Virginio Colombo, que se expresa a través de querubines, cariátides femeninas, pavos, dragones, halcones, cornucopias, cabezas de león y de mujer. En el país se encontraban los escultores y herreros necesarios para satisfacer la creatividad del arquitecto, en la que gravitó la influencia de su maestro Camillo Boito de la Escuela de Arte de Brera, en Milán, y de Giuseppe Sommaruga y su Palazzo Castiglioni.
En 1910, en el primer centenario de la Revolución de Mayo, Colombo fue uno de los constructores de los muchos pabellones para el evento; construcciones efímeras, circunstanciales. Sin embargo, uno quedó, el único, el de Colombo, en Palermo, hoy oculto entre un hipermercado y el Regimiento de Patricios: el Pabellón de Servicio Postal. Lo visitamos hace varios años; aun en su interior devastado se percibía algo misterioso y lejano.
En Villa Carú
Colombo imaginó sus edificios en la Argentina de la inmigración y el crecimiento; un desarrollo que no beneficiaba a todos por igual. Abundaban entonces los palacios, peti hoteles, mansiones. También los conventillos.
El matrimonio Eduardo Carú y Juana Costa de Montarcé representaban las máquinas amasadoras Pensotti para panaderías, que importaban desde Italia. Luego de sus viajes a la tierra de Garibaldi, Carú volverá como primer concesionario de autos de la marca italiana Alfa Romeo.
En 1917, a horcajadas de su prosperidad, los Carú Costa encargaron a Colombo una edificación para uso familiar, a erigirse en Avenida Rivadavia (Nº 5491) y Añasco (hoy Repetto), donde antes se encontraba la Quinta de Ocantos. Será la obra más extraordinaria del artista lombardo. La Villa Carú, hoy una grandeza perdida.
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La Villa Carú se alzó como una magnética villa italiana en su estilo art nouveau en su versión del liberty milanés. La residencia se remataba con una gran torre circular, con columnas y aberturas. El mirador de un palacio encantado que contrastaba con el modesto entorno barrial. En su interior, una escalera que se doblaba sobre decorados de hierro, junto a escalones de mármol cubiertos por alfombras, bajo techos con detalles distribuidos geométricamente; y junto a una pared circular en la que unos angelitos, cual atlantes rodeados por decoraciones florales, impresionaban como los custodios de la magnificente casa, con un hall con los retratos de Dante Alighieri y Miguel Ángel.
En la fachada, en un primer piso, descansaban unos querubines del escultor Bianchi Peletti; no muy lejos de unos leones ornamentales y vigilantes.
Aun hoy, hay personas que evocan con nostalgia su niñez, y las impresiones que les causaba la residencia hipnótica. Una vecina de Caballito recuerda que “cada día me fascinaba con la imagen de esa casa de Rivadavia y Añasco, que provocaba en mí una mezcla de fascinación y misterio, hasta que fue demolida cuando yo tenía nueve años”.
Por cuatro décadas la gran casa embrujó a quienes la contemplaban como aquella vecina de barrio. El gran sueño arquitectónico de Colombo terminó en 1967, cuando Villa Carú fue demolida, para dar lugar a un edificio de departamentos.
La grandeza en ruinas
En los tiempos de la gran inmigración, funcionaban organizaciones civiles italianas que ofrecían educación y cooperación. Era el caso de la Societá Unione Operai Italiani, fundada en 1874, que dos años después construyó la primera escuela primaria italiana para niñas.
Para comienzos del siglo XX, la Unione Operai agrupaba a miles de afiliados. Las sociedades italianas se esparcían aquí como en ningún otro lugar. En 1913, Colombo fue contratado para remodelar su sede social en Sarmiento 1374, barrio de San Nicolás. Otra de las obras extraordinarias del artista lombardo. Hoy es un obsceno espécimen de abandono.
El edificio en agonía tiene 5600 metros cuadrados, y cuenta solo con una protección estructural parcial. Ha sufrido incendios, derrumbes; y depredaciones de su riqueza artística inicial: su puerta principal original desapareció, como sus carpinterías, herrerías, y sus escudos de Argentina e Italia.
Por su gran Salón de Actos inaugurado en 1885, pasaron desde Julio A. Roca, J. D. Perón, hasta el anarquista Severino Di Giovanni. Luego de la desaparición de la Unione Operari pasó a la Unione e Benevolenza (la primera sociedad italiana fundada en 1858, ubicada muy cerca, en Perón 1372); y en 2011 la adquirió la Cienciología, el movimiento creado por Ron Hubbard en 1954, para ser su sede central en el país, y con la promesa de su restauración.
La fachada es de tradición clásica en su regularidad, embellecida por la fantasía decorativa de Colombo, que dispuso, en los costados conjuntos de cariátides, de ágiles mujeres que despliegan finas túnicas junto a las ventanas, y figuras ornamentales de traviesos niños de inspiración renacentista, como si fueran parte de una mágica recepción a los visitantes; mientras que, en su parte central se extienden balcones con arco rebajados y columnas de estilo corintio.
Luego de una década de su compra, el mal estado del gran edificio de la inmigración italiana aún entristece; aunque sus compradores aseguran que su intención de restauración continúa y que se completaría para 2014.
El legado todavía vivo
La genialidad de Colombo es en parte hoy el trazo de lo abandonado o lo demolido. Pero su legado es también lo conservado, e incluso restaurado. Como lo que aún el caminante de la ciudad de Buenos Aires puede descubrir ante la Casa Grimoldi (Avenida Corrientes 2548/60, 1918), la Vivienda unifamiliar para la Familia Gigena-Seeber (Tucumán 1961), o la Casa de San Luis (Azcuénaga 1083).
O al deambular por Avenida Rivadavia 3216/36, el transeúnte puede embelesarse ante la Casa de los Pavos Reales, edificio de 1912, construido a petición de la firma comercial “Rossi hermanos” que fabricaba calzado femenino e infantil. Originalmente contaba con un local comercial de la firma y el resto vivienda de rentas, que luego de la ley de propiedad horizontal de 1948 pudieron ser comprados por sus inquilinos. Tras un periodo de acusado deterioro, rupturas de ornamentos y rajaduras, en el 2003 se contrató la restauración de la fachada completa del volumen edilicio, compuesto en realidad por dos edificios residenciales con 14 departamentos en cada bloque: seis al frente y ocho al contra frente, distribuidos en una fachada de 25 metros de extensión.
La Casa de los Pavos Reales fascina por su rareza ecléctica y simétrica, y por sus cuatro pares de pavos reales que despliegan sus figuras en cuatro balcones de símil piedra en un primer piso, y ocho leones de hirsutas melenas que sostienen cuatro balcones rematados en sendos arcos puntados, que se continúan en un tercer piso cuyo frente luce adornado por arcadas con mosaicos que recuerdan una decoración veneciana. El resto de la fachada muestra una superficie rojiza de ladrillos que se extiende hasta la planta baja en símil piedra rosa, y profusos ornamentos en las herrerías de las ventanas y la piedra. Y, en su interior, murales esmaltados en los vestíbulos con imágenes de la campiña italiana. Exuberancia del liberty milanés.
Hechizo sensorial que también se experimenta al pasar frente a otra gema del legado del arquitecto lombardo: la Casa Calise, en Hipólito Yrigoyen al 2500, con seis pisos de altura, construida en 1911. En la misma calle, enfrente, en el 2569, se encuentra otro edificio de Colombo, con fachada símil piedra, una puerta con un par de leones magníficamente tallados en madera, y una placa de homenaje al gran arquitecto colocada por la Junta de Estudios históricos de Balvanera.
En 2017 se completó la restauración de la Casa Calise, con puertas metálicas con motivo orgánicos en hierro forjado, pisos de teselas, vitrales, escaleras de mármol, boiserie. Con una fachada fantástica, con color piel, con partes de símil piedra, con la clara firma del arquitecto, y con 13 figuras femeninas, estilizadas, gráciles, semicubiertas por finos velos trasparentes, obras del escultor Ercole Pasina a partir de bocetos de Colombo, estatuas que se repiten en el hall de entrada; y doce ángeles, y 12 cabezas de mujeres. Y en lo alto de la fachada, en su parte central, una pareja desnuda que se abraza bajo una antorcha, y que nada impide imaginar como un símbolo de la luz que emana la belleza y la fuerza del arte.
Al sur de todo
Las obras de Colombo son parte de la ciudad como teatro del arte de la ornamentación. Ese lenguaje creativo de la decoración propio del art noveau y sus distintas manifestaciones, luego reemplazado por la monotonía del estilo racionalista puramente funcional, de fachadas contenidas, despojadas de todo caudal ornamental. Pero lo más fértil para el desarrollo arquitectónico de una ciudad no es el conflicto entre los estilos, sino la sumatoria de los mismos. Las obras de Colombo, por ejemplo, junto a entornos de edificios de cristal, seguramente le sumarían su propio brillo.
Pero sus edificios demolidos o deteriorados son parte de la mengua patrimonial. Solo las fotografías y la imaginación ayudan a evocar esas obras perdidas del brillante Colombo. Y nada impide que, al pasar por la esquina de Rivadavia y Repetto, imaginemos de nuevo la silueta de la Villa Carú, cumbre del arte del artista lombardo, que el destino quiso que no se alzara en Europa, sino en una ciudad al sur de todo.
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(*) Esteban Ierardo es filósofo, docente, escritor, su último libro La sociedad de la excitación. Del hiperconsumo al arte y la serenidad, Ediciones Continente; creador de canal cultural “Esteban Ierardo Linceo YouTube”. En mayo y junio dará cursos sobre filosofía y arte, y cine anunciados en página de Fundación Centro Psicoanalítico Argentino. Sobre Colombo puede consultarse su catálogo en obras online en los blogs patrimoniales de Alejandro Machado.