CULTURA
vigencia y legado de ruth benzacar

La porción fecunda

Todo comenzó en 1965 en la casa familiar de Caballito, motorizado por una entusiasta Ruth Benzacar, entregada a la compleja tarea de sofisticar y ensanchar los límites del mercado del arte argentino. Desde entonces, las distintas sedes de la galería fueron nutridas con lo más destacado del ecosistema de las artes visuales. Este año, en el que se cumplen seis décadas del nacimiento del espacio, dialogamos con las actuales directoras de la galería, Orly Benzacar y Mora Bacal –hija y nieta de la fundadora–, que sentencian: “Somos muy herederas de Ruth en su coraje, que da plena libertad creativa, y en el ojo del galerista que se entrena mirando mucho, y con la cabeza muy abierta”.

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Herencia. Mora Bacal, nieta de Ruth, junto a su madre, Orly; ambas dirigen la galería, que actualmente se encuenta en Villa Crespo. “La manera de curar también distingue a la galería. Estamos convencidas de que tener muestras de nivel de museo hace bien a la carrera del artista”, aseguran. | SERGIO PIEMONTE

Cuando el arte contemporáneo era un barco en la niebla por Buenos Aires, Ruth Benzacar se propuso en los sesenta una galería que sería la casa de Antonio Berni y Liliana Porter, pero también de Adrián Villar Rojas y Sofía Durrieu. Y adelantó una barbaridad. Tanto que recién en los noventa aparecerían galerías de arte contemporáneo en Argentina, con el envión de la misma Benzacar, destacada como una de las doscientas galeristas del mundo en ARCOmadrid. A la cual fue la primera latinoamericana en asistir, al igual que en Art Basel Miami Beach en los dos mil. En la misma época que la casa de Ruth vencía dinteles en Caballito en tertulias de intelectuales y artistas, en simultáneo al Di Tella, tanteando un modelo de gestión inédito basado en complicidades y profesionalismo, la crítica Marta Traba se preguntaba si existía el arte latinoamericano. NO EXISTIMOS. En mayúscula, su respuesta, “nuestra existencia artística ni siquiera se plantea como posibilidad”.

Ruth Benzacar demostró lo contrario y en sesenta años hizo posible proyectar nuestra experiencia fuera del continente con valores e identidades. Y ahora se mira al Sur en bienales y ferias por la labor fecunda de la “zarina de los marchands” y, además, señala Orly Benzacar, “existe un mercado interno vivo, dinámico, con nuevos jugadores, gracias al trabajo de todas las galerías, hoy más de setenta, muchas que siguieron el ejemplo de pasión y trabajo de Ruth”.

En el año celebratorio de Ruth Benzacar Galería de Arte, que arrancó en marzo con Ana Gallardo y Marina De Caro en las salas de Ramírez de Velazco 1287, ahora Delia Cancela y Eduardo Basualdo, hasta el 27 de agosto, y actividades especiales en el espíritu inquieto de Ruth, la hija, Orly Benzacar, y la nieta, Mora Bacal, se confabulan en un noviembre inolvidable con la publicación de la copiosa documentación del archivo de la galería, más una muestra antológica con nombres de peso. Digamos que se puede elegir entre los artistas que exhibieron con la galería a Roberto Aizenberg, Luis Benedit, Emilio Renart, Pompeyo Audivert, Juan Carlos Distéfano, Alberto Heredia, Enio Iommi, María Juana Heras Velasco, Marcelo Pombo, Víctor Grippo, Sebastián Gordín, Tomás Saraceno, Marie Orensanz, y “son incontables, no tenemos un registro acabado de todos los que pasaron por Benzacar”, puntualiza Mora Bacal.

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Antenas de sesenta años al papel. “El libro va a ser un libro importante, va a tener bastante material, pero al mismo tiempo está contando la hoja de ruta de seis décadas con, obviamente, una pequeña muestra de lo que es el gran archivo de catálogos, recortes de prensa y fotografías. Algo poco común esta voluntad en este tipo de emprendimiento de resguardar su propia memoria”, señala la curadora Sofía Dourron, quien junto a la investigadora Belén Coluccio se zambullen en un repositorio con sucesos y nombres que marcaron épocas, antenas que apuntan a poéticas y éticas heterodoxas. Y agrega Dourron, curadora recientemente de El aire vacilaba a su alrededor, del Museo Sívori: “Ya pensando en esta historia del arte contemporáneo desde una iniciativa privada, nacida en el ‘vos podés vender, Ruth’ que sugerían sus amigos artistas, hay que ponderarlo en el contexto argentino, donde las instituciones y empresas no duran tanto. Lo que podríamos comparar más cercano en arte contemporáneo es el Museo de Arte Moderno, pero que nació en un buque, y recién tuvo sede definitiva en 1986, mientras ya la galería Benzacar era la caja de resonancia de los artistas nacionales modernos, desde el Grupo CAYC a Juan Pablo Renzi, más otros ditellianos, en la mítica sede de Florida 1000”.

Para 1965, puntapié de Ruth Benzacar galerista, y momento familiar complejo por problemas financieros que obligan a vender –literal– los cuadros colgados en el living de Valle al 300, entre ellos algunos de La Nueva Figuración de Felipe Yuyo Noé y Rómulo Macció o Joaquín Torres García, eran escasísimos los antecedentes de mercado para el arte contemporáneo argentino. Menos en el exterior. Con apenas el previo de la exposición en la sede de la Unión Panamericana, curada por Rafael Squirru en 1963, Ruth Benzacar llegó en 1967 con un video, musicalizado por Ástor Piazzolla, y que presentaba a sus artistas al board del Museo de Arte Moderno de Nueva York (MoMA), en viaje costeado con ahorros. “Y lo más interesante de esa aventura de Ruth es el vínculo que estableció con Waldo Rasmussen, el director de relaciones institucionales del MoMA. Y con ese señor se hicieron muy amigos. Y cuando Rasmussen se iba a retirar, decidió irse con una exposición de arte latinoamericano, la famosa Latin American Artists of the Twentieth Century (1993). Y esa muestra, que dio vueltas por América del Norte y Europa, fue impulsada por mi mamá en su vínculo con Waldo”, recuerda Orly.

“Yo creo que lo que la galería hizo en todo este tiempo es entender cuál es la función de una galería de arte contemporáneo. Y no es solo la función comercial de compraventa, sino el acompañar una carrera, el acompañar un crecimiento y, de esa manera cuidadosa, formar precio. Eso es parte del sistema y creo que ahora está mucho más profesionalizado, y más claro, el rol que ocupa cada actor del sistema. Pero antes era difuso y las galerías ocupaban un montón de roles”, remarca Orly Benzacar de los tiempos en que Benzacar pasaría de Caballito al señorial edificio de Talcahuano.

“Que tuvo instalaciones increíbles en los setenta, como la de Juan José Cáceres, y fue un refugio de arte y cultura en los años de la dictadura”, sostiene Orly Benzacar, y se instalaría acunada en la democracia, en la mágica sede de Florida 1000. Allí orbitó con las nuevas camadas, bajo la mirada de Orly que cambió ciencias por arte debido al “trabajo fino” de Ruth, y una vez fallecida la “zarina de los marchands” en 2000, sostuvo la apertura a nuevos horizontes en Asia y Oriente Medio. Allí sumó a los artistas del Rojas más los surgidos en el fructífero programa Currículum Cero, instaurado por la galería durante una década. Matías Duville, Leopoldo Estol, Lila Siegrist, Estanislao Florido, Luciana Lamothe, Cotelito, Ad Minoliti, entre otros, que continuaron el legado renovador de Benzacar, que recibiría en 2009 a Mora Bacal.

La hija de Orly, que corría por ARCOmadrid detrás de Ruth, y años después traducía en trenes las ofertas a la madre, de París a Basel. Mora, actual directora, encabezó el ambicioso proyecto de mudanza y nueva sede en Villa Crespo en 2015, uno que revalorizó el barrio mucho antes de las arenas, hoy espacio cultural abierto a exposiciones, charlas y ferias. “Nos ha hecho felices. Podríamos habernos vuelto multimillonarias, je, pero preferimos armar un circuito en un barrio porteño que no existía en el mapa artístico. Es una fantasía eso del galerista millonario, y en este país es una fantasía inalcanzable”, asegura Bacal.

Mirar y confiar. “La manera de curar también distingue a la galería. Nosotras creemos y estamos convencidas de que tener muestras de nivel museo hace bien a la carrera del artista. Cualquier persona que entra a Benzacar tiene la dimensión del artista, de lo que el artista puede abarcar, y así te va a avalar y respaldar cualquier cosa que le ofrezcas, o si desean comprar en el futuro. Si vos hubieses colgado solo una muestra de dibujos, hermosos, superbién hechos, y nada más, ponele en el caso de las muestras actuales de Cancela y Basualdo, te quedás corto. Y ese riesgo es el sello de la galería también”, enfatiza Bacal. En un siglo en que las grandes obras se hacen en el mercado de arte y el arte contemporáneo se transformó en la vedette del ecosistema cultural, tanto por bienales y ferias como por precios e interés de los museos, fundaciones y coleccionistas cada vez más entrenados, la galería Benzacar lideró alineamientos tectónicos como Meridiano, que actualmente nuclea espacios en Buenos Aires, Córdoba, Santa Fe, San Juan y Salta, con diversas trayectorias y experiencias, y que representan a su vez a más de mil artistas.

El rol social de la galería es otro de los sellos que destellan en Benzacar. Allí enhebra el papel fundamental de la galería en envíos internacionales argentinos: desde 2001 siete de los doce artistas en Venecia fueron propios como Guillermo Kuitca, o del programa de la galería de la talla de León Ferrari (León de Oro en 2007, a sus 86 años). O la estrecha colaboración en instituciones públicas, o acciones cruciales en la consolidación de un siempre impredecible circuito donde el valor cultural suele ser más significativo, en la cuenta que importa, que el bruto lucro.

Entonces, el primer arteBA en el Centro Cultural Recoleta en 1991 que recibía con el stand de Benzacar y la impactante instalación de Clorindo Testa sobre la fiebre amarilla de 1871. Y aterradoras camas inspiradas en el viejo hospicio del mismo solar. “Somos muy herederas de Ruth en su coraje de ese tipo de locuras que dan plena libertad creativa y, además, en el ojo del galerista que se entrena mirando mucho, y con la cabeza muy abierta. No pensando en que vas a vender. No. Pensando en lo que estás viendo, si está bueno o si te hace acordar algo repetido. Y también confiando. Pero primero mirando, luego escuchando”, comparte Orly.

No es de bronce, es de Benzacar. “A mí me gustaría que se hable bien porque es una historia rica, es una historia de coherencia, de honestidad, de compromiso y exigencia. No esperaría una frase de bronce, es decir, me parece que ya estar inscriptos en la historia del arte en este país y con esa seriedad, con ese prestigio, es un montón. Yo, más que satisfecha, estoy orgullosa de ser parte de esa historia y hoy tener una continuidad”, confiesa Orly Benzacar, en la búsqueda cómplice de los ojos de la tercera generación galerista en Mora Bacal.

Ecos resuenan mantras de las palabras de la matriarcal Ruth Benzacar: “Las diferencias que tenemos con otros países que cuidan su cultura no empieza y termina con una política cultural. Hay un problema de mentalidad, de querernos un poco más, de querernos bien. Querernos bien significa primero ser autocríticos y después asumir que no solo tenemos defectos, también tenemos virtudes únicas. Los artistas contemporáneos que ha dado la Argentina se pueden contar algunos, pero algunos maravillosos, que no han sido cuidados, y no han sido tratados como corresponde”. Y Benzacar, a través de su galería ventana al mundo, o de aquella mano cuando más lo necesitaban, fue la primera que los abrazó. Como se escuchó una noche más de inauguración en la calle Florida, fin de los noventa, ‘el paraíso es aquí, bajando las escaleras de Benzacar’”.

Cancela y Basualdo, el pájaro y el hoyo. “Trabajo con el ayer, hoy, mañana, atrás, para adelante, junto cosas”, sorprende la inmensa Delia Cancela frente a las dos salas de Oh Dear Oh Dear, ¡How queer everything is today!, un gabinete de curiosidades de la justa actualidad. La cita carrolliana que nos arroja en las aguas sensibles, a veces saladas, bienvenidas, contaminadas, en las cuales la pionera del arte y la moda argentina mueve olas desde los sesenta. Pedacitos de cosas, recortes de papeles, retazos de tarlatán, de pequeños objetos, y también frases y libros, visibilizan a las mujeres-pájaros, entre flores a veces amables, otras calientes, y donde Cancela no para de erigir nuevas rebeldías con altares bordados a la botanista del siglo XVII Maria Sibylla Merian. Lo humano, lo vegetal y lo animal, ese inefable queer con el que Delia hace vibrar los colores y materiales en sus dibujos, collages, pinturas y esculturas, atrapando mariposas en lo “queer, lo raro. Queer puede ser varias cosas como acá”, indica Cancela. Y “en estas salas aparte de ser un cuarto botanista, no es un cuarto, es una escuelita de botánica. Y al lado es ornitológica, de mujeres pájaras, y también es un estudio. Además todo es un homenaje a Lewis Carroll. Los surrealistas lo amaban, yo también. Por eso el título lo puso él, no lo puse yo. Cuando buscaba títulos que no encontraba, dije, voy a agarrar Alicia y lo encontré así, je”, sonríe Cheshire Delia Cancela con ese “trayecto” que rescata la filósofa Marie Bardet, que interrumpe, cada vez, el uso esperable de los cosas y las vidas.

“Es todo menos arte femenino”, subraya Marie Bardet, quien “entendió todo así”, chasquea los dedos Delia Cancela, y prosigue la también performer francesa, “hay algo que es, obviamente, lo primero que se puede decir a priori sobre sus obras, que es delicado, fino y tan femenino. Tan florido. Ella sabe muy bien que está jugando con esto, y para mí lo hace de manera muy sutil y muy pertinente en este momento, y que rebota cualquier posibilidad de aplicar lo femenino igual a lo inofensivo. Lo sutil no necesariamente es inofensivo”, advierte Bardet.

“La sorpresa y el misterio de lo que estamos hechos” son las sendas a la montaña que Eduardo Basualdo explora en In medias res en las salas amplias de Villa Crespo. Grandes volúmenes de negritud avanzan sobre esculturas móviles y dibujos en carbonilla, incluso sobre las novedosas piezas color del artista, y presienten futuros ancestrales y hordas primordiales. “La tradición argentina de trabajar el cuerpo –en mi caso me interesa Alberto Heredia– aparece pero de una manera mucho más lejana, y se habla más sobre qué hacer con el cuerpo. No tanto con remordimientos del pasado y sus violencias, sino pensando que hoy el cuerpo es un territorio de disputa y de interpretación. Incluso camino de aprendizaje. Yo creo que lo más dramático que vivimos es la escisión entre la mente y el cuerpo, y las distintas velocidades de ambos. Y fue por ahí, que me interesó la obra de Juan Mattio, uno de los escritores que más reflexionan sobre este momento poshumano”, acota Eduardo Basualdo.

Tejedoras, el texto de Mattio en folleto, resulta, en palabras del autor del premio Filba 2021 Materiales para una pesadilla, “una chispa de la próxima novela, que presentaré el año próximo y que nació luego de ver la muestra Pupila, de Basualdo, en el Museo de Arte Moderno en 2023”. Surgido el contacto para la muestra de Benzacar, “no quise tener un texto que la vuelva más accesible”, aclara Basualdo. Juan Mattio empezó a trabajar sin resultados hasta que comprendió que los unía artísticamente “el concepto de la oscuridad” del mundo al filo deshaciendo la carne.

“El esqueleto, la piel, todo se abre para revelar algo. Yo no sé si es una tesis, quizás es más un antídoto que una tesis lo que aparece en In medias res, algo de cómo el cuerpo es una reserva de sensibilidad. Quizá te encontrás al final, que es como un secreto, como una nueva especie. ¿Vos llegaste hasta el final?”, inquiere Basualdo. Siga al pájaro florido al hoyo negro.