Cuando se empiezan a leer las primeras páginas de este libro, es bastante probable que el horizonte de expectativas del lector lance una alerta: ¿una vez más habrá que padecer las cavilaciones solemnes de un escritor que duela al padre –o a la madre, en este caso– a través de una autoficción? ¿Otra vez leeremos los mismos reproches hacia un progenitor que no le dedicó el tiempo suficiente a su novelista progenitado? ¿O habrá, en cambio, un panegírico piadoso?
Digamos que cuando uno ya está casi convencido de que la mano viene por ahí, la novela –casi en ese instante, y por suerte– toma un rumbo inesperado y cambia, por así decir, de género: pasa de lo testimonial, en el sentido estricto de la palabra –la primera página es un acta policial–, a una zona de frontera entre el surrealismo y el realismo delirante.
La acción se inicia cuando el narrador, que se presenta como Iosi Havilio, desembarca en la Isla Martín García luego de la muerte de su madre, la pintora Mónica Rossi, y advierte que en el hotel hubo un error con su reserva, de modo que no tiene más alternativa que aceptar el alojamiento que le ofrece un hombre extraño llamado Norenko, en cuya casa –resumámoslo– pronto encuentra el elemento que produce el giro en la trama: un niño encadenado en un sótano. A partir de entonces, todo se empieza a enrarecer y el texto de a poco se va transformando en una reescritura un poco disparatada, lamborghiniana, de La vida es sueño –ese niño, Edmundo, reproduce y exacerba el conflicto de Segismundo–, que desemboca en una suerte de reescritura del Entenado, de Saer, en un movimiento que se puede leer desde Lukács –filósofo que aparece citado– y su concepción de la novela como “el relato del alma que sale a buscarse”.
Vuelta y vuelta
Autor: Iosi Havilio
Género: novela
Otras obras del autor: Opendoor; Estocolmo; Paraísos; La serenidad; Pequeña flor; La Serenidad
Editorial: Random House Mondadori, $ 699