Uno de los grandes fracasos de la crítica y análisis sobre Retrato del artista adolescente, de James Joyce, fue querer hacer coincidir la cronología del protagonista de esta novela, Stephen Dedalus, con la vida del propio autor. La trampa, por su parte, era difícil de eludir, ya que el texto publicado en la revista The Egoist, entre 1914 y 1915, y luego en libro en 1916, es considerado no solo uno de los ejemplos más perfectos de lo que llamamos novela de aprendizaje (Bildungsroman), al tiempo que una suerte de autobiografía del autor del Ulises.
Además, al estar contada desde el punto de vista del propio Stephen, nombre que aludiera al primer mártir cristiano, san Esteban, expone una subjetividad que se refuerza por el uso del indirecto libre y el monólogo interior, que nos hacen asistir en directo a los pensamientos de este joven sensible en sus luchas contra las convenciones burguesas de su tiempo. En este sentido, se les ha hecho más caso a las coincidencias entre el protagonista y el autor que a la construcción elaborada, a la selección del detalle, a la composición. Es decir, atender a la arquitectura de la novela que le hace honor a Dédalo en el Dedalus de ese apellido y nunca transcribir una vida sino volver a vivirla en la ficción.
Esta indicación, por su parte, no exime ni resta ingredientes para contar una vida. Por el contrario, lo hace de la manera que el siglo XX indicó cómo hacerlo. Poniendo, entre otras cosas, patas para arriba la relación entre lo público y lo privado, desarmando la idea decimonónica de individuo, reformulando las nociones de vida y experiencia. No es casual que Retrato del artista adolescente esté en los albores del siglo pasado, en 1914, cuando muchos dicen que recién empezaba.
En Mi otro siglo, la exhibición de Alberto Passolini, hay razones para hacer coincidir la vida del artista con sus obras. Podemos pensar, incluso, este conjunto de retratos, cuadros, series, objetos y hasta un video como una retrospectiva pero sobre todo como una autobiografía. Asimismo, Passolini, artista adulto, recompone su trayectoria de artista joven. Ese otro siglo es el siglo XX, precisamente, los años 80 y 90 de su formación, de sus comienzos, de su historia.
Sería errado, de nuevo también para esta ocasión, proponer la concurrencia biográfica que mutilaría las múltiples lecturas y achataría el espesor sensible de esta muestra. Sería mejor, entonces, arriesgar que Mi otro siglo es un conjunto de particularidades y gestos. De pormenores y finezas al momento de la evocación del pasado, que está en la génesis de lo que serán los posteriores grandes formatos, los patterns, las series. La relación con la patria y con el cuerpo, los grandes maestros y las evocaciones. La pincelada definida, el gran dibujante, el chico de pelo largo, extraño y gay. El humor delicioso, preciso, inteligente; su relación ineludible con Mildred Burton.
Es una versión Conurbano de My Own Private Idaho, la película de Gus Van Sant que moldeó el amor entre muchachos, la ilusión y la desgracia en los años 90. Las condiciones de posibilidad de lo que vino; de lo que Passolini es: el gran pintor que llegó a ser. El artesano en que se transforma de vez en cuando, el estudioso de la historia del arte, el lector voraz. Aunque este entrelazado de obras es algo más: es la “emoción recordada en la tranquilidad”. Que es nada menos que como William Wordsworth definía a la poesía.
Mi otro siglo
De Alberto Passolini. En Para Vos, Norma Mía, Galería de arte
Darwin 891, CABA.
De miércoles a viernes de 17 a 20.