Varias generaciones de argentinos nos formamos sentimentalmente mirando las películas de Carlos Gardel y Luis Sandrini. De ellos parte la gran influencia melodramática del cine, la televisión y desde hace unos años, las series. Juan José Campanella es un hijo directo de esa formación sentimental y quizá quien mejor la interpretó. Su obra mayor, mejor aún que El secreto de sus ojos, que le dio un Oscar, o El hijo de la novia, que tuvo una candidatura a ese premio, es la miniserie Vientos de agua, que cuenta con maestría 70 años de la historia y las ideas sociales de la Argentina y del mundo.
Ahora Netflix vuelve a poner a disposición de sus usuarios desde el 15 de diciembre los 13 capítulos protagonizados por Héctor y Ernesto Alterio, Eduardo Blanco y Pablo Rago, que son una maravilla del primero al último. Como el mejor cine argentino, se trata de un drama con toques de humor, maravillosamente actuados por un elenco de notables que acompaña a los protagonistas con un trabajo impecable.
Vientos de agua fue filmada mucho antes de la aparición del streaming y su estreno en televisión pasó casi inadvertido para el gran público. Fue considerada como un fracaso de rating y perjudicada aún más por los cambios de horario y de día de emisión. Pero fue un gran éxito del boca a boca, la primera edición en DVD que realizó Perfil se agotó rápidamente y hoy es un objeto de colección.
Como la saga de El padrino, como Star Wars, como Casablanca, como Esperando la carroza, Vientos de agua es irresistible y basta con echarle un vistazo para engancharse definitivamente y “maratonear”, como se dice ultimamente. Y verla cinco veces no le quita sorpresa ni emoción.
Es imposible no engancharse con la vida de José / Andrés Olaya, que viene desde España a la Argentina en la década del ‘30 y en espejo invertido, la de su hijo menor, Ernesto, que hace el camino inverso siete décadas después a partir de la frase "Vete tú" durante la crisis argentina del 2001. La vida, los amores, la lucha social, las ideas son retratadas con maestría por la sensibilidad del mejor Campanella en una miniserie que no envejece y que forma parte del extraño y contradictorio sentimiento de argentinidad.