DEPORTES
argentina-alemania en brasil 2014

Aún en la derrota

La frustración por la final perdida ante Alemania y la aparición de Mascherano fueron los dos episodios que marcaron el mundial de Brasil. Este texto del escritor Juan Sasturain, que se incluye en la reciente reedición de un libro suyo, elogia a ese equipo y rescata a Masche: “Se rompió el culo y se rompió el alma”.

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La frustración por la final perdida ante Alemania y la aparición de Mascherano fueron los dos episodios que marcaron el mundial de Brasil. | salatino

Domingo 13 de julio: vigilia del vacilante

Estoy lejos de casa y sólo sé del Mundial y de Argentina cuando enciendo la tele a la hora señalada. Veo los partidos en transmisión española y al rato escribo treinta líneas. Eso es todo. Me alcanza, no quiero saber más. Ni siquiera espío internet. Como no miro ni leo ni escucho, no sé; pero me imagino –sin demasiada perspicacia– que debe ser un lugar común entre nosotros establecer la analogía con la final del 90. Incluso describir paralelos que van mucho más allá de la identidad del rival en la final: cómo llegamos, el grupo, los heroicos penales, ir de punto, la posibilidad de que el Diferente que tenemos, disminuido (en una gamba entonces, con media pila ahora), haga la jugada que nos salve. Pero solo hasta ahí nomás.

Porque soy de los muchos que no se enorgullecen del papel que hicimos en el Mundial de Italia; por la conducción lo digo, no por los jugadores, que pusieron todo lo que tenían. No me gustó entonces el plantel ni el planteo de juego y –más allá del buen partido con Italia– terminamos siendo una banda mañera dispuesta a sobrevivir literalmente de cualquier modo y por cualquier medio. Y casi lo logramos. Al respecto escribí –por el modo, por la idea, por el precedente que sentaba– que si hubiésemos ganado, como deseábamos con toda el alma, habría sido peor. Para nuestro fútbol, claro. Y sigue siendo lo que me parece.

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Por eso en esta vigilia vacilante en la que la historia parece que vuelve a repetirse –incluso el hecho casual de que de nuevo, como en el 90, veo el Mundial fuera de Argentina, en contexto de visitante– me quiero aclarar algunas cosas, decírmelas en voz alta. Primero: aunque sea a veces seducido por el ominoso espíritu bilardiano (el desbalance cierto en la ele-cción del plantel y la temerosa formación inicial ante Bosnia) Sabella es él, tiene su propia y saludable cabeza. Segundo: los ajustes en el medio que repercutieron hacia atrás y hacia adelante (proteger a Mascherano, desacompañar a Messi) fueron motivados, me parece, sobre todo por el déficit de producción de los delanteros-delanteros: se arriesgaba de más para generar muy poco. Hay que confiar en que mejorarán. Tercero: las tablas contra Van Gaal –más que contra Holanda– fueron un partido muy especial, casi un ejercicio teórico-práctico aprobado con ocho y final feliz, que prueba la eficacia ocasional de una estrategia que no puede ser la norma y el modelo sino la excepción. Cuatro: por todo lo anterior, para mañana, una cita –de memoria– de Leónidas Lamborghini: “Recuerda que es importante que te teman”. Por eso, después de que Mascherano le cambie las pilas al Enano y le explique que es el partido de su vida, por favor: vayamos para adelante.

Lunes 14 de julio: Acerca de la ocasión

Un rasgo clave, que hace a la belleza y al interés del fútbol, reside en la dificultad que supone hacer un gol: es difícil, cuesta. Tienen que darse muchas cosas, sobre todo tres, solas o combinadas: virtudes del atacante, errores del defensor y cierta dosis del indefinible azar (el comportamiento del árbitro, entre otras). Los goles son los que determinan los resultados. Solo ellos. Si lo sabremos…

Pero precisamente porque es difícil hacerlos, se suelen computar, además de los goles, en una tabla más o menos equívoca que alimenta el devaluado “mereciómetro”, las llamadas ocasiones de gol. Es decir: la cantidad de veces que un equipo llega a esa instancia inminente durante un partido. Al respecto, uno de los criterios más válidos de evaluación de las virtudes de un equipo reside, precisamente, en dos cosas: una, que cree más ocasiones de gol que el rival; dos –y la más importante–, que concrete en goles un alto porcentaje de las ocasiones que genere. Y ahí es donde comienzan a operar, en el análisis, los tres factores intervinientes para que un gol se produzca, para que una ocasión se concrete: porque las ocasiones las produce, en general, el equipo, pero los goles los hacen o los impiden jugadores puntuales. Entonces es donde/cuando entra a tallar esa cosa tan difícil de definir que es la jerarquía, que redunda en la tan buscada eficacia.

Es obvio que es el doloroso desenlace de anoche (Alemania 1-Argentina 0, en el suplementario) lo que nos hace filosofar tan tonta, pajeramente: en el mereciómetro, tuvimos/ creamos más oportunidades de gol que Alemania (variante uno) por virtudes del equipo; pero en el hecho de que no se hayan convertido en goles el factor principal no han sido virtudes del rival ni cuestiones de azar, sino la ineficacia propia (variante dos). Nada que decir, entonces. Si a la ocasión la pintan calva –por la dificultad de atraparla– esta vez la hemos manoteado mal. Ya está.

Quedan para otra ocasión –perdonando la palabra– las reflexiones/discusiones acerca del plantel elegido y de la estrategia general de juego, las múltiples virtudes y las ocasionales defecciones. Además, ya hemos opinado al respecto largamente. La cuestión es que ha sido un Mundial muy bueno de Argentina y salimos del último partido con un equipo (sic: un equipo) mejor que el que llegó, con varios jugadores clave que estuvieron por encima de nuestras a veces mezquinas expectativas. Probablemente –bah: seguramente– lo que nos faltó fue, en el último tramo, ese plus que siempre teníamos con el mejor Messi y el Fideo fundamental. Pero no vamos a llorar por eso. Ni por nada.

Tal vez una lagrimita apenas porque se acabó el Mundial. Es que lo vamos a extrañar.

Lunes 14 de julio: Elogio irrestricto de Javier Mascherano

Pocas veces nos ha tocado asistir, en nuestra experiencia de espectadores, a una demostración tan plena y conmovedora de entereza física y espiritual, solidaridad, entrega personal, y aptitud y actitud futboleras como la que nos regaló Javier Mascherano durante los partidos definitorios de este Mundial. Ha sido una actuación ejemplar.

Sobre todo porque esa muestra de su jerarquía como jugador y –animémonos– de su calidad como persona, se manifestó en el lugar y en las circunstancias precisas que lo requerían, y del modo, de la manera que fuera más eficaz para el conjunto. Mascherano estuvo dónde y cuándo debía estar a la altura de lo que se esperaba e incluso más; pero sobre todo estuvo buscando y encontrando lo que él mismo necesitaba dar de sí para sentirse satisfecho ante el desafío. En ese sentido, entonces, la suya ha sido también una verdadera lección moral.

Porque, literal y metafóricamente, Mascherano se rompió todo: se rompió el culo y se rompió el alma. No se guardó nada para otra vez, que acaso será nunca. La calidad de la gente se mide por lo que intenta, por el grado de entrega y convicción en lo que cree que debe hacer. Sin mirar a los costados. O mirando a los costados solo para socorrer, apuntalar, hacer con el otro lo que sea necesario.

Siempre decimos que el fútbol (no el espectáculo, no el negocio, no los caprichosos premios sino el juego, lo que pasa ahí adentro) es tan interesante y conmovedor porque se parece –es una versión condensada– de los avatares de la vida cotidiana: se vive como se juega y se juega como se vive. Con todas sus variantes de altruismo y miseria, torpeza y destreza, mezquindad y entrega. Por eso, jugando y viendo jugar se conoce a la gente: en estos días hemos terminado de conocer –por si fuera necesario– a Javier Mascherano.

Un lujo. Valió el Mundial.