Hacemos mil intentos para sacarnos a nuestras mujeres de encima durante el partido. Pero a veces fallamos y ahí termina ella, ocupando el 15% del sillón que el tío Beto, Carlitos el vecino de al lado-, el mecánico de la esquina y nuestos culos excedidos de cerveza dejaron libres. Estamos preparados para vivir una gran pasión, envueltos en nuestras banderas, con la picadita sobre la mesa ratona y la corneta que venimos guardando como cábala desde México '86 (la última vez que funcionó bien). Pero ella está distante. No es parte del fervor del momento. No es parte de ese sentir nacional y masculino.