Fue un clásico extraño. Sin los fuegos artificiales de Mourinho ni el juego deslumbrante del Barcelona del pasado reciente, la tapa del partido se la repartió una sucesión de fotos desparramadas. Porque hubo más imágenes sueltas que fútbol a admirar. La de Valdés, decisivo en dos atajadas, una por tiempo; la de la risa franca de Neymar, triunfador en su primer Barcelona-Real Madrid; la de Alexis Sánchez, el revulsivo justo en un momento complicado para su equipo; la de Tata Martino, mejor en la estrategia inicial e inteligente en los cambios; la de
Ancelotti, italiano en la elegancia de su traje e italiano en su esquema temeroso; la de Messi, confinado a un rol secundario por una vez; la de Cristiano Ronaldo, faro y única esperanza de un equipo montado para defender. La del Camp Nou, destinado a celebrar ante su rival de toda la vida, costumbre de los tiempos modernos.
Espejismos. El amontonamiento de números puede engañar. Que el Barcelona haya ganado los últimos veinte partidos de la Liga jugados en su estadio no esconde que, aunque parezca raro, el equipo perdió brillo. Que el Real se muestre demoledor en el inicio de temporada de la Champions League no explica que todavía está en construcción.
Nada para dramatizar, al cabo: apenas van diez fechas de campeonato. Pero ayer ninguno de los dos mostró plenas sus señas de identidad. El Barça mezcló toques en continuado con pelotazos largos, sin destino seguro (en ese ítem, Mascherano fue infeliz protagonista). El Real se desnudó al entrar a la cancha: Sergio Ramos sería el volante central y Modric, un empleado a sueldo más que un creativo libre. El contraataque, ese salvavidas calzado en los cuerpos de Ronaldo y Di María en ocasiones incluso más turbulentas que la de ayer, apareció paradójicamente recién en la jugada del gol del descuento de Jesé, con el partido ya moribundo.
Será una semana de palos para Ancelotti, que cuando con los cambios quiso borrar el guión mal escrito por él mismo, se dio cuenta de que el final de la historia ya tenía firma. La de Martino, tan debutante en el clásico como Carletto; el rosarino supo leer la debilidad de su equipo en el segundo tiempo y mandó a la cancha a Alexis para ganar peso ofensivo y taponar a Marcelo. El chileno terminó siendo el dueño del gol más lindo de la noche, encima. Pero los focos, al final, apuntaron a Neymar, la irreverencia en persona, el amague que rompe caderas, pero también el esforzado wing puesto a defender cuando hizo falta. Fue una noche de homenaje al Mercosur en plena Catalunya: Neymar-Alexis Sánchez-Martino.
¿Y Messi? Leo fue aquel que usaba la 30 del Barça, diez años atrás. Un chico corrido a la derecha del ataque que participaba de a ratos. Imposible saberlo, pero el capitán de la Selección no pareció feliz. Su única sonrisa lo delató generoso: fue cuando abrazó a Neymar tras el gol del brasileño. Acostumbrado al protagonismo, a Messi esta vez le tocó hacerle pasillo a su nuevo socio. Está visto: el de ayer fue un clásico extraño.