Cuenta Lucas que su papá, antes, no dejaba que nadie cambiara de canal si había un partido de fútbol. Pero que ahora alcanza con que Victoria, la nieta mayor, le pida ir a jugar para que el hombre apague la tele, así Argentina esté definiendo el Mundial. Recuerda Lucas que su papá, antes, era un duro. Pero que ahora basta con que Luciana, la nieta menor, lo abrace para que el hombre se emocione. Y llore. Habla Lucas Passarella de Daniel, su papá, el presidente de River, el que lo hizo temblar de nervios la otra noche, la del sábado, la que terminaría con toda la familia unida celebrando el triunfo en las elecciones.
Retrata Lucas el costado más íntimo de ese hombre que dijo en público que “en River se acabó la joda”, y que en privado le había prometido a Sebastián –el hermano de Lucas, fallecido en un accidente en 1995– en su tumba que algún día iba a ser presidente del club. Y refuerza el lado B de su papá con una anécdota fresquita: “Un rato antes de que se conociera el resultado, estábamos los dos abrazados con un amigo, en silencio. Yo miraba el piso, estaba muy tenso. En un momento, instintivamente, me saqué un anillo y se lo puse en el dedo meñique de su mano izquierda. Yo tenía miedo de que lo perdiera porque le quedaba grande. Se lo besó y me preguntó de quién era: ‘De Sebastián’, le contesté. Dos segundos después nos avisaron que había ganado. Fue increíble”.