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El mayor farsante de la historia

Si Abraham Lincoln hubiera conocido al Kaiser, o al menos se hubiera enterado de su historia, tendría que haberse arrepentido de aquella famosa frase: “Se puede engañar a pocos mucho tiempo, se puede engañar a muchos poco tiempo, pero no se puede engañar a todos todo el tiempo”.

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Si Abraham Lincoln hubiera conocido al Kaiser, o al menos se hubiera enterado de su historia, tendría que haberse arrepentido de aquella famosa frase: “Se puede engañar a pocos mucho tiempo, se puede engañar a muchos poco tiempo, pero no se puede engañar a todos todo el tiempo”. Así es Abraham, hubo un personaje que burló esa sentencia. Es el protagonista de un caso emblemático. Un tipo que les mintió a todos todo el tiempo. Si hasta se lo podría definir como el mayor embustero de la historia del fútbol. Alguien que durante diez años fichó para los clubes más importantes de Brasil sin haber jugado ni un minuto de un partido oficial. ¿Cómo lo logró? Puro talento.

Carlos Henrique Raposo nació en Botafogo y fue criado por una madre alcohólica en una favela. Ahí se dio cuenta de que para sobrevivir dependía de sí mismo. En la adolescencia descubrió la noche y sus encantos. Era muy carismático y tenía cierto parecido con Franz Beckenbauer, por eso empezaron a llamarlo Kaiser. El destino fue inevitable: se hizo amigo de jugadores de fútbol: Renato Gaúcho, Romario, Branco y Bebeto, entre otras glorias de Brasil. Con ellos compartió fiestas, sexo y dinero. De ahí a firmar contrato como jugador profesional hubo un paso, aunque este Kaiser jamás había tocado una pelota.

A mediados de la década del 80 la información que circulaba era escasa, entonces al Kaiser se le ocurrió inventar que había integrado el plantel de Independiente que había salido campeón de la Copa Intercontinental en el 84. Con ese currículum ficticio y las gestiones que hicieron sus amigos futbolistas entre los dirigentes, arrancó su carrera profesional. En Brasil fichó para Botafogo, Flamento, Bangú, Fluminene y Vasco da Gama. También pasó por Puebla, de México, y El Paso Patriots, en Estados Unidos. Firmaba contratos de pocos meses, así podía desvincularse antes de que lo descubrieran. En ningún club jugó ni un minuto.

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El Kaiser pensó estrategias para evitar los papelones. En las prácticas se tomaba un muslo, acusaba un tirón y terminaba en la enfermería. Un amigo médico le pasaba certificados que lo excusaban de entrenarse durante unas semanas. Pasaban los meses y el Kaiser no podía demostrar todo lo que había prometido. Hacía llamados telefónicos a representantes imaginarios en un inglés sanateado para sostener la farsa y en la causa colaboraban algunos periodistas amigos que estaban encandilados con su carisma. En el 89, cuando había firmado para Bangú, el entrenador decidió que ingresara en el segundo tiempo. No había salida. O sí. El Kaiser dejó el banco de suplentes, se puso a trotar cerca del alambrado y respondió al primer grito que escuchó de un hincha. Se armó una discusión y casi terminan a las piñas. El árbitro, por supuesto, lo expulsó antes de que ingresara.

El año pasado se estrenó el documental Kaiser, que cuenta su historia. Allí el protagonista reconoce: “Todos los equipos a los que me uní celebraron dos veces, cuando firmé y cuando me fui”. Por último, el más adorable de los farsantes justifica todo: “No me arrepiento de nada. Los clubes engañan mucho a los futbolistas. Alguno tenía que vengarse de ellos”.