Independiente está quebrado. Dividido. Anímicamente partido al medio. Hay, en definitiva, dos Independiente, y juegan un tiempo cada uno. Primero aparece un equipo posible, que intenta marcar un quiebre, que enciende el entusiasmo. Después, uno improbable, que evidencia una continuidad, que vuelve a desparramar desazón. En esta bipolaridad futbolística se podría sintetizar el 2-2 de ayer contra Aldosivi. El pico adrenalínico se mantuvo durante los primeros quince minutos, con dos goles y la fantasía de un despegue en una categoría tan ajena. El pico depresivo duró todo el segundo tiempo, y trajo un empate que derrumbó toda expectativa posible. El Rojo, vestido de azul, volvió a decepcionar. Tres fechas, tres camisetas, dos puntos.
Desde el arranque pareció que Independiente había dado en la tecla con la terapia. Fue un equipo que salió a buscar, a presionar a Aldosivi en su campo, con el Rolfi Montenegro en su rol de creador, un mediocampo ordenado y efectivo, Cristian Menéndez inquieto, con el regreso de Facundo Parra y hasta con alguna buena intención. Juego por abajo, movilidad y poco pelotazo. La fórmula pagó bien: a los 7 minutos Federico Mancuello coronó una jugada colectiva bien intencionada. Uno a cero, y creció la confianza. Ocho minutos después el árbitro Mauro Giannini cobró un penal (dudoso, sí) y el Rolfi facturó. Dos a cero, y la autoestima intacta.
Pero, claro, la bipolaridad tiene estas cosas. Un tropezón puede ser catastrófico. Y llegó al comienzo del segundo tiempo. Damián Martínez fue el responsable: convirtió el descuento y encendió la usina de terror. A pesar del 2-1, Independiente perdió la seguridad, empezó a dudar. Ya no era el equipo del primer tiempo, era el equipo que había perdido con Brown de Adrogué, el que se trajo un punto de Corrientes, el que descendió la temporada pasada. Y las vacilaciones se pagan. El empate, más que anunciado, llegó: tiro de esquina, rebotes, Vildozo, gol.
En la última jugada del partido, Montenegro se hizo cargo de un tiro libre en el borde del área y estrelló la pelota contra el palo de Pablo Campodónico. Diez centímetros hubieran cambiado el resultado y ahora el mundo Independiente respiraría aliviado. Pero tampoco hubiese sido una solución, sino un parche que apenas taparía los huecos anímicos de un equipo que no le encuentra la vuelta a su nueva vida.