Burrito, el siete, tendrá la camisa número sete de Corinthians. Román, el Diez, podría ser el Dez. El fútbol argentino se devalúa y entrega banderas. Brasil es un gran destino, ya no sólo turístico. Con la crisis europea, la bocaza del país de Pelé se traga a las abotinadas figuras argentinas; la sexta economía mundial es una fiesta de glamour comparada con contratos pesificados.
“El fútbol nuestro se muere”, avisa, apocalíptico, el vicepresidente segundo de Vélez, Julio Baldomar. El club de Liniers no pudo hacerse cargo de Burro Martínez, el segundo mejor futbolista pago del país. Y tampoco de Augusto Fernández; es el éxodo. Vélez, el club modelo y equilibrado, es la metáfora del mundo al revés: en un año y medio tuvo que dejar ir o transferir a sus joyitas: Marcelo Barovero, Nicolás Otamendi, Fernando Ortiz, Leandro Somoza, Víctor Zapata, Augusto Fernández, Maximiliano Moralez, Ricky Alvarez, Darío Ocampo, Jonathan Cristaldo y Santiago Silva. Un equipo completo.