DEPORTES
despedida en el monumental

Llorar y hacer llorar, el último pase de magia de Ortega

Sesenta mil personas en las tribunas y decenas de amigos en la cancha ambientaron una fiesta que tuvo picos altos de emoción. A los 39 años, el Burrito se llevó la ovación definitiva del pueblo de River.

Comienzo y final. Entró a las 17, mientras los demás lo esperaban adentro. Todavía podía respirar. Después, se emocionó abrazado a sus tres hijos
|

Contuvo las lágrimas en el vestuario, reprimió el llanto mientras recorría los pasillos del Monumental, tampoco quiso llorar cuando pisó el campo de juego, pero un par de horas después Ariel Ortega estalló. Ya había terminado el partido, ya había saludado a amigos y ex compañeros que compartieron el homenaje, ya había convertido tres goles, y el Burrito se abrazó con sus tres hijos y se quebró. En el centro de esa cancha tan familiar, en el centro de la mirada de las 60 mil personas que lo fueron a despedir, la postal que quedó es la del ídolo abrazado con sus tres hijos, los cuatro bañados en lágrimas.

Si lo que se suele rescatar de estos partidos homenaje es la emoción, ayer hubo de sobra en la tarde de Núñez. Fue intenso en las tribunas, donde lloraron hasta chicos que sólo lo vieron jugar en videos. Fue emotivo en el campo de juego, donde Ortega volvió a lucir la banda roja en el pecho. Pero el momento más conmovedor fue, sin duda, el del abrazo familiar. Las nenas, Sol y Manuela, y Tomás, que recién había jugado en el equipo de su papá, se juntaron con el hombre de la tarde y el llanto fue incontenible. Desde la pantalla del Monumental desfilaron mamá Mirtha, papá José y las hermanas Mónica y Analía. Los Ortega en pleno hicieron moquear al Monumental.

Esto no les gusta a los autoritarios
El ejercicio del periodismo profesional y crítico es un pilar fundamental de la democracia. Por eso molesta a quienes creen ser los dueños de la verdad.
Hoy más que nunca Suscribite

Después vino la vuelta olímpica de la mano de sus hijos, los fuegos artificiales, el “Orteeega, Orteeega...” que se impuso como el leitmotiv de la tarde, y la despedida: Ortega bajó por última vez los escalones del túnel del vestuario local, con la mano en alto y los ojos nublados. Con este homenaje se cerró un ciclo personal en la vida del Burrito, y un ciclo deportivo en la historia de River. Cuesta imaginar figuras que en el futuro puedan alcanzar esta empatía con los hinchas, ídolos que logren juntar 60 mil personas sólo para que le digan chau.

Ocurrió con el Beto Alonso, con el Enzo, y ayer con Ortega.
Entre amigos. Antes de las lágrimas del final y de la emoción de un adiós definitivo, hubo un partido. En realidad, hubo un picado entre amigos. Sorín, Ayala, el Enzo y Saviola para el equipo de camiseta roja. Astrada, Ponzio, Gallardo y Coudet para los de River. Y Baldassi en el rol de árbitro. Mucho ex jugador, mucho ídolo, mucha gente que sabía que tenían que hacer todo lo posible para que el Burrito se luciera.

Hernán Díaz fue el clown: inventó un penal, provocó otro, lo expulsaron y siguió jugando, y hasta se atrevió a apurar a su amigo Leo Astrada después de una infracción. Enzo Francescoli fue la nostalgia: tiró por lo menos cuatro tacos, pateó un penal a pedido del homenajeado, devolvió sutilezas y recibió la segunda mayor ovación de la tarde. Gallardo fue el jugador interminable: tan fino como siempre, tuvo movilidad, habilitó a compañeros y también convirtió un gol. Baldassi fue el barroquismo: sobreactuó siempre, amagó con tarjetas que no sacó, regaló penales y hasta tiró una pared con Ortega que lo dejó mano a mano con Guzmán.

Pero si hubo un jugador que convocó la atención del Monumental, fue Tomás, el hijo del Burrito. Pantalón gris, camiseta de River, el pibe entró en el segundo tiempo, y la primera pelota que tocó fue a través de un pase de Ariel que lo dejó de frente al arquero, para que el chico definiera ante la pasividad de propios y extraños.

El último ídolo se despidió. Dijo adiós como debía: con la camiseta de River y en esa cancha donde dejó los mejores fragmentos de su fútbol. A él seguramente le quedarán por siempre esa tarde de tribunas repletas, las lágrimas, el abrazo con sus tres hijos, los gestos de afecto de amigos y compañeros. Los 60 mil hinchas se llevaron momentos emotivos, pinceladas del Enzo, una pizca de nostalgia, alguna payasada de Baldassi y esa frase final que el Burrito les dejó como una cuestión de principios: “Agradezco a Dios por haberme hecho hincha de River”