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Manuel, saca del medio

¿Dora o Manuel? Y, es difícil compararlos. En principio, les tocaron épocas distintas. Eso es determinante. En veinte años el mundo cambió, es otro.

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¿Dora o Manuel? Y, es difícil compararlos. En principio, les tocaron épocas distintas. Eso es determinante. En veinte años el mundo cambió, es otro. Además, Manuel integró planteles de equipos grandes, se rodeó de estrellas; Dora, en cambio, brilló en el ascenso. ¿Cuál fue mejor, entonces? No tiene demasiado sentido enfrentarlos. Que cada uno elija. Argumentos sobran. A Manuel lo favorecen las estadísticas. Pero Dora es única.

La carrera de Manuel, hay que reconocerlo, es impecable. Arrancó en Estudiantes y logró que ganara la Copa Libertadores. Después hizo lo suyo para que Independiente festejara en el Maracaná otra Copa Sudamericana. Y hasta salió ileso de una parada bravísima, cuando la Selección le ganó a Ecuador en la altura de Quito el partido decisivo para clasificar al Mundial de Rusia. El tipo tiene una trayectoria intachable, la envidia de cualquier brujo.

Pero lo de Dora fue antológico. Brilló desde la humildad. Nunca integró un equipo grande ni tuvo proyección internacional. Lo admiten hasta los propios doristas. Pero también protagonizó la mejor historia de brujerías que puede ofrecer nuestro fútbol. Ocurrió a mediados de los 90, cuando la contrató Quilmes para ascender a Primera. Y la rompió.

Faltaban cuatro fechas para que terminara el torneo de la B Nacional 93/94 y el Cervecero peleaba el ascenso con Gimnasia de Jujuy. A algún dirigente se le ocurrió apelar a la ayuda divina y viajó hasta Chascomús para contratar los servicios de Dora. Acordaron pagarle la mitad del dinero por anticipado y el resto después del próximo partido. Pero en el próximo partido hubo un imprevisto: Quilmes le ganaba 2-1 a Morón y el encuentro se suspendió por un petardo que tiraron de la tribuna. Dora reclamó la mitad del pago que habían acordado, pero los dirigentes se hicieron los distraídos con el argumento de que el partido no había terminado. No pagaron y les salió carísimo. En la reanudación, Quilmes perdió 3-2. No volvió a ganar ninguno de los tres partidos que quedaban y después cayó en el reducido. Esta frustración fue solo el principio: a la maldición Dora le quedaban muchos capítulos.

Cinco años después Quilmes había armado un equipazo, con Czornomaz, el Chapu Braña, el Chori Domínguez y Giampietri. Llegar a Primera, esta vez, debería ser más sencillo. Pero no: el Cervecero desperdició cinco finales consecutivas para ascender, con penales errados, goles en contra y derrotas en tiempo de descuento. ¡Cinco finales consecutivas! ¿Será una mala racha? ¿Una maldición? ¿O Dora? ¡Claro, Dora! Un dirigente recordó el episodio de cinco años atrás y viajó a Chascomús para saldar la deuda y destrabar la maldición. Pero cuando llegó se encontró con el peor escenario: la bruja había fallecido. Ya no había manera de revertir el conjuro, de reparar aquel error de principiante.

Quilmes logró ascender recién en 2003, nueve años después del pagadiós. Desde el paraíso de las brujas, o desde el infierno de las hechiceras, vaya uno a saber, Dora había planeado una venganza eficaz, un padecimiento lento. Sin prensa, sin redes sociales ni fotos en Olé. Había hecho un trabajo fino desde el más allá, algo que nadie logró en el fútbol argentino. A Dora, la bruja que le gusta a la gente, solo le faltó nacer en Fiorito.