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Nada

Habría que hablar de “encuentrapié”, así como se habla de buscapié, para explicar el gol de Mercado: ese tirito de Messi que Mercado quiso esquivar y no pudo y terminó en la red justamente por eso.

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Postal. Los argentinos, buscando un consuelo en alguna parte. | AFP

Habría que hablar de “encuentrapié”, así como se habla de buscapié, para explicar el gol de Mercado: ese tirito de Messi que Mercado quiso esquivar y no pudo y terminó en la red justamente por eso. Y habría que hablar de “desencuentrapié”, así como se dirá encuentrapié, para explicar lo que pasó entre Fazio y Armani: ese mal paso de comedia o de tragedia que no terminó en gol porque Fazio agarró de la camiseta a Griezmann, y no terminó en penal porque no es verdad que el VAR es la utopía realizada del panoptismo. Entre lo que encontró, un poco porque sí, y lo que desencontró, a fuerza de andar perdida, transcurrió la Argentina.

Una cosa que me parece valiosa, en lo que llevo visto de este Mundial, es que son varios los equipos que han demostrado un armado defensivo consistente (lejos de los torneítos en los que todos los equipos, los fuertes y los débiles, los buenos y los malos, van para adelante: unos para la victoria, los otros para el suicidio). Marcar bien: virtud del juego. Argentina en general no la tuvo. Corrió de atrás, cerró mal, miró mucho. Recibió nueve goles en cuatro partidos. Poner a un arquero bueno en lugar de uno más o menos no bastó para alterar ese rumbo.

Haber estado dos a uno arriba en el partido contra Francia fue un milagro y una oportunidad (como lo había sido el gol de Rojo contra Nigeria faltando apenas cuatro minutos). En la memoria involuntaria de Di María había un gol de Luque a Francia y, presiento que sin saberlo, le ofreció un homenaje en espejo al cabo de cuarenta años. En la amnesia voluntaria de Sampaoli había tres eventuales nueves: Higuaín, Dybala y Agüero. Los tres sentaditos en el banco: ese banco en el que él, caminador infatigable, raramente se sienta. Cuando puso por fin a Agüero, su camiseta ya estaba rota. Toda una señal: entró en jirones. Hizo un gol, el de la vana ilusión (Francia, acaso con imprudencia, había dado el partido por concluido un rato antes), poniendo en evidencia dos cosas: que para que Messi ponga alguno de sus grandes pases, hay que moverse, hay que picarle; que se puede ser petiso y cabecear entre grandotes si uno sabe moverse en el área. Verdades tardías, inútiles y, además, perogrullescas.

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Yo no soy, en lo personal, un curioso de las experiencias, pero me gustaría saber qué se siente al pegarle como lo hizo Benjamin Pavard: inclinar el cuerpo, volcarse entero, patear como quien sentencia o pronuncia una verdad; que el empeine (antes que nada, el empeine) nos diga que lo hemos hecho bien; que el resto del mundo (el arco, el ángulo, la volada del arquero, el rugido de la multitud, la tapa de Le Monde y de Libération) nos lo confirme un poco después. Me gustaría preguntarle a Kylian Mbappé (fantasía de hincha de fútbol) cómo se hace exactamente para pasar con el tranco largo, estilizado; si piensa a veces en Zinedine Zidane; en qué diagonal de París se inspiró para meter el cuarto gol. Antes debería poner a punto mi francés, que tiene fallas de carburación. Y en castellano, si me encontrara (fantasía de hincha de fútbol) nada menos que con Messi, ¿qué le diría? ¿Qué le preguntaría?

Ya lo sé: nada.

*Escritor.