Desde que comenzó el segundo y actual milenio cristiano, el fútbol profesional y confederado cava su propia tumba, curiosamente con más desesperación que antes pero, como siempre, sin arrepentimientos. Palea la tierra como esas víctimas de mafiosos que se ven en los filmes, obligados a forjar su sepultura antes de recibir el tiro fatal en la nuca. En este caso específico y apenas como analogía retórica, los responsables, ‘capo di tutti capi’ son los dirigentes, claro, pero no solo ellos son ‘los malos de la película’; sería injusto echarles toda la culpa apenas porque sus manos estén sucias con tierra de fosa y sangre de fútbol. Existen muchos otros actores también nefastos aunque no manchen sus ropas ni estén fichados.
Sin embargo, a los directivos y no a otros es a quienes les cabe la simbólica condena perpetua y en ciertos casos un figurado corredor de la muerte. Son indefendibles. Los demás actuantes, en cambio, no pasan de residuos arrastrados por la corriente. Generalmente son cómplices menores, incautos que hacen de campana o chofer en la vía de escape, no conocen todo el plan, no saben lo que ‘los pesos pesados están haciendo adentro’ y –salvo los barrabravas– no van armados ni tienen pólvora en las uñas.
Ese resto acompaña por inercia y lo componen desde colaboradores de subcomisiones a periodistas y de jugadores a allegados, va de socios a empleados rentados y desde vecinos bien intencionados a jubilados que buscan ser útiles. Son gente como uno, sin protagonismo, no pasan de actores de reparto, sus nombres no aparecen en el comienzo de la película y pocas veces en el final. Es el casting de figurantes que va por el asado de fin de año o para ‘estar ahí’, por amor al club, por tradición familiar, esas cosas que antes eran lindas y convocantes. No hay premio para ellos y si no hay premio tampoco habrá castigo. Ingenuos, muchos hasta ponen plata de su bolsillo. La vida, a veces, traiciona más que los malos amigos...
A los directivos es a quienes les cabe la simbólica condena perpetua y en ciertos casos un figurado corredor de la muerte. Son indefendibles.
Peligrosos son los que aparecen en el programa oficial, los que suben al escenario a retirar la estatuilla, los que tienen medio minuto para agradecer o decir lo que deseen mientras los iluminan las principales luces de la ceremonia mediática. Como en todo, en el fútbol también hay víctimas y victimarios; y entre ellos jamón de sándwich, nosotros, solo que en casos la mayonesa camufla y enmascara a los unos y a los otros y los mixtura con los jamones. Ah, también hay títeres y titiriteros. Es un teatro completo en el que no siempre se sabe quién es quién.
Enganchando las rajaduras de la Copa Libertadores (por ahora hilo conductor de de este vaticinio pesimista), con los causantes de tales fisuras, emerge la figura del ‘Director de Competiciones de Clubes’ de CONMEBOL, el brasileño Frederico Nantes. Después de la primera ‘final única’, en 2019, disputada entre Flamengo y River Plate, en Lima, exultante, quiso demostrar los beneficios del nuevo modelo para la ciudad sede. Según él, la capital inca habría tenido “un impacto económico positivo de 62 millones de dólares en una semana”, generados por la presencia de los 26 mil brasileños que regresaron a Rio de Janeiro festejando y los 18,5 mil argentinos que volvieron, tristes, desde la metrópoli peruana.
Este ‘hombre del fútbol’ habló con propiedad de hotelería a full y de otras sandeces por el estilo, como si fuese un eficiente ministro de turismo peruano. Mas, no dijo qué tiene que ver ‘ese impacto’ con los clubes y con el fútbol; tampoco explicó cómo ese turismo a orillas del Rimac se vincula con los riverplatenses y flamenguistas más genuinos, los pobres, los que no pueden pagar tickets aéreos para viajar cuatro mil kilómetros y tampoco contratar esos hospedajes encarecidos en estas ‘fechas especiales’. Mucho menos estableció relación entre la fiesta limeña y los dólares, por derechos de transmisión, que se pierden al no haber un segundo partido, ni se refirió a la renguera deportiva que significa la falta de revancha. Con tantas piezas con rebarba y fuera de lugar, el rompecabezas no se arma.
En el fútbol hay víctimas y victimarios; y entre ellos jamón de sándwich, nosotros, solo que en casos la mayonesa camufla y enmascara a los unos y a los otros.
Ahora, un año más tarde de aquel primer y desafortunado discurso, momentos antes de la segunda ‘final única’ en el Maracaná, el 30 de enero 2021, el mismo Nantes declaró que uno de los motivos del cambio –de dos partidos para uno solo–, responde a que “la final es mucho más que un partido, es una celebración, es un evento de una semana, donde paramos una ciudad, la activamos y entregamos una experiencia única para los actores”. Lo dijo de traje y corbata, sin ponerse colorado y con convicción de quién no sabe que está orinando fuera del tarro, como dirían, desde el extremo opuesto, los descamisados agitadores de ‘La 12’, ‘La Guardia Imperial’, la ‘Gloriosa Butteler’ o ‘Los Borrachos del Tablón’ que no quieren ninguna modernidad que complique sus reprensibles acciones.
En el Rubicón de la geografía futbolera la aventura es más que radical: tiene riesgo doble sin necesidad de cruzar el rio romano. En una orilla están ellos, los ‘constructores’ (de obras ‘con vuelto’, los sospechados dirigentes) y en la otra margen se encuentran los ‘destructores’ (de toda civilidad deportiva, los barrabravas que introdujeron la droga en los clubes y la violencia deliberada en las tribunas). Equilibrar esas dos orillas con un dique de cordura parece imposible, como no olvidar que ambas existen por causa del fútbol, de un juego que se llama fútbol y se está dejando de lado... Tanto como se aparta de ese duelo a los demás partiquinos, los que estamos a la deriva y en el medio de un cauce cada día más poluido y revoltoso. ¿Ganancia de pescador?
Tan desbordada está ‘la cosa’ que cuando se revolea la moneda al aire uno ruega que caiga de canto, porque cara es ‘guatemala’ y cruz es ‘guatepeor’... El portavoz de CONMEBOL, como si fuese un enviado del diablo, también habló de la experiencia del consumidor, tanto del pudiente y presente en el estadio como del resignado y televisivo espectador, quienes –según él y gracias a la ‘final única’– “reciben un nivel de servicio totalmente diferenciado, igual al de las principales competiciones internacionales, como la UEFA”. ¡Tenía que ser! Necesitaba decirlo como Franco De Vita canta ‘Te amo’: con sentimiento. Si por la boca muere el pez, don Nantes ya tiene el anzuelo enganchado en el labio.
Tan desbordada está ‘la cosa’ que cuando se revolea la moneda al aire uno ruega que caiga de canto, porque cara es ‘guatemala’ y cruz es ‘guatepeor’...
La Federación Europea de Fútbol es una fatídica obsesión de estos indoamericanos de grandes puestos y pequeños pensamientos propios. Si no la copian no vale, pero copiar también es un arte, exige maestría, la del holandés Vaan Meegeren, por ejemplo, que engañó a los nazis y, recientemente, a Donald Trump con la perfección de sus falsificaciones pictóricas. A nuestros directivos el juego de la imitación les sale tan mal como a una ballena nadar en una bañera (para no copiar –como ellos– y caer en el lugar común del elefante en un bazar).
El confuso ejecutivo de nuestra confusa confederación sudamericana, don Frederico –con ‘r’ después de la ‘F’– luego, mientras masajeó su ego y el de sus jefes, como un moderno Nostradamus predijo: “creo que estamos en el camino correcto”. Si es hacia el precipicio final, sí, van en la dirección más rápida y directa. Pero no lo es para la sobrevida que se le puede dar al fútbol. Evidentemente, Nantes maneja la ambulancia del fútbol subcontinental en dirección opuesta al hospital que puede proveer respiradores.
No convence, ‘no lo compro’; dicho esto con el respeto que merece el curriculum de este gaúcho de Novo Hamburgo, especialista en logística (fue lo que hizo con las Selecciones participantes del Mundial 2014, además de tareas de coordinación en los Panamericanos 2007 y, por último, miembro del comité organizador de los Juegos Olímpicos 2016, todos eventos con sede en Brasil). Por sus decires y solo por ellos, Nantes no es santo de mi devoción para desarrollar el bendito y envidiable papel que le asignaron en la CONMEBOL: organizar competencias de clubes.
Evidentemente, Nantes maneja la ambulancia del fútbol subcontinental en dirección opuesta al hospital que puede proveer respiradores.
Parece obvio, Nantes no es ‘del palo’, como se decía en los noventa; y si lo es, si es futbolero también es un actorazo porque lo disimula con talento y perfección. Pero aunque lo sea, no lo quiero manejando el Uber que me lleve a una cancha, sospecho que no entendería mi excitación pre-partido. Se reiría de mí descabellado apuro por llegar cuando sobra tiempo y no comprendería mi almuerzo anticipado. Mis vaticinios optimistas o mis severas críticas –según día y rival– lo desconcentrarían del Waze. Parece alguien sentimentalmente ajeno al fútbol, que no lo siente, ni lo interpreta. Sus palabras llevan a pensar que para él una pelota solo es una esfera y no un ícono sagrado.
Ese mismo día, Nantes, siempre hablando de la gloriosa Libertadores pero no de fútbol, asustó a los más atentos con otra declaración. Dijo, circunspecto y persuadido: “El desafío actual (de la CONMEBOL) es disminuir las diferencias entre los países participantes, que tienen distintas realidades. Queremos tornar la organización de los partidos más uniformes, especialmente en términos de estructura”. Aquí, este joven de cara buena y palabras malas, abandonó su imagen naif. El vocablo ‘estructura’ pide que suenen las alarmas.
Salvando las distancias, los momentos y las realidades, sus declaraciones me recordaron las del periodista televisivo francés Jérome Valcke, quién terminó Secretario General de la FIFA pero... ¡no hablaba de fútbol! No, solamente hablaba de obras de infraestructura y de la construcción de estadios, proyectos monumentales que mueven más millones y ‘propinas’ que una transferencia de Cristiano Ronaldo. Elefantes blancos que en los últimos mundiales, especialmente en el de Brasil 2014, fueron la mayor fuente de fraude, dilapidación y robo que el fútbol ya conoció.
No quiero a Nantes manejando el Uber que me lleve a una cancha, sospecho que no entendería mi excitación pre-partido. Se reiría de mí descabellado apuro por llegar cuando sobra tiempo y no comprendería mi almuerzo anticipado
Estadios que hoy, en Brasilia y en Manaos, por ejemplo, no reciben partidos porque esas ciudades no tienen clubes en Primera División, ni equipos populares capaces de llenarles un cuarto de su capacidad ni justificar su apertura. El de la capital del país recibe shows y tras el Covid-19 dependerá de la economía estatal para subsistir; mientras, el de la capital del Amazonas solo alberga eventos religiosos que pagan su alto costo de mantenimiento. ¿Hasta cuándo? Como su desmatada floresta, esta Domus Aurea sin Nerón, erguida en Manaos, no sobrevivirá si no ocurre un milagro. Que, sabemos, solo ocurren en la ficción bíblica.
En Cuiabá, capital de Mato Grosso, que tampoco tiene clubes importantes y ningún representante en la llamada Serie ‘A’, ciudad donde, en ese 2014, jugarían Australia vs Chile, Rusia vs Corea del Sur, Nigeria vs Bosnia y, luego, Colombia vs Japón, por exigencia de FIFA y con anuencia de los políticos locales, no solo se construyó una insensata ‘Arena Pantanal’, también se hicieron obras de entorno que, por su magnificencia, nueve de ellas no se terminaron para el Mundial: se terminaron cinco años después, tal el caso del VLT (abreviatura en portugués de Veículo Leve sobre Trilhos).
El pretexto del multimillonario ‘vehículo leve sobre rieles’, entonces, era que las imaginarias mareas humanas de bosnios, nigerianos y australianos que invadirían la ciudad y acompañarían a esos ocho países antes mencionados, viajasen “seguros y confortablemente desde sus hoteles hasta el estadio”. Ese era el ‘padrón FIFA’ que Valcke controlaba tan celosamente como Gerard Piqué cuida a Shakira cuando baila su famosa bachata. ¡Ah!, en dos de aquellos partidos de Cuiabá faltó agua en los vestuarios... Y ese estadio, hoy, se usa para cross urbano. Créanlo: el ‘Gordo Valor’ es un bebé de pecho al lado de algunos de estos ejecutivos futboleros más empeñados en la infraestructura urbana que con el rodar de la pelota. Desde la muerte de Jules Rimet, el juego en sí cuasi nunca fue tema en la agenda FIFA.
Desde la muerte de Jules Rimet, el juego en sí cuasi nunca fue tema en la agenda FIFA.
Julio Grondona, sí, él mismo, quién fue vicepresidente de la FIFA ¡26 años!, meses antes de morir, en una entrevista en el Haytt de São Paulo, donde se hospedaba, me dijo que en las reuniones de Comité Ejecutivo jamás tuvo problemas por hablar solo castellano. “El problema lo tenían los otros si no hablaban español, no yo, porque en general casi todos hablaban en inglés de ‘otras cosas’... Pero cuando, a veces, se necesitaba hablar de fútbol venían a mí y conmigo tenían que hablar español sí o sí, o hacerse traducir...”. ¿Quedó claro? Se habla más de fútbol en cualquier café que en FIFA, CONMEBOL, UEFA o la confederación que sea porque los mayores negocios, los millonarios y los de grandes vueltos, están en otros lados –eventos, infraestructuras, derechos y patrocinios– y no en el juego propiamente dicho.
Más que una pintoresca anécdota del mítico Grondona fue la confesión de cómo se promueve, por ‘mala praxis’, la muerte del fútbol. Sin pretenderlo, ‘Don Julio’ reveló la negligencia y planificación de este crimen de lesa humanidad, que así es como figurativamente debe caratularse al asesinato en masa y universal del ‘juego del fútbol’, porque extermina centenas de sentimientos, millares de ilusiones y millones de alegrías, tres pilares que nos sostienen a los humanos más allá de diferencias raciales, económicas, sociales, étnicas y religiosas. El fútbol ya detuvo guerras. Pero no consigue detener a ineptos y corruptos.
Cuando el molinete de acceso al estadio y los megaproyectos de mercadotecnia son más relevantes que el goleador del torneo, el asunto se politiza y hay que pedirle a la vigilancia que esté atenta. A los sobornos y a los desvíos... El Comité de Ética de la ‘Fédération Internationale de Football Association’, condenó a Valcke por “mal uso de fondos y otras infracciones a las reglas y regulaciones de la FIFA” a la vez que fue “suspendido de las actividades del fútbol por nueve años”, imponiéndosele también una multa de 100 mil francos suizos. La sacó barata, casi un premio. No se puede confiar en un sistema corporativista tan dudoso.
Se habla más de fútbol en cualquier café que en FIFA, CONMEBOL, UEFA
Para no confundir los porotos, hasta que no se demuestre lo contrario y ojalá eso nunca ocurra, Nantes no es Valcke y es tan inocente como cualquiera que no esté acusado, juzgado y condenado. Que en este particular momento su inadecuado discurso despierte nuestra paranoia, no es un cargo en su contra ni una prueba que lo inculpe. Sus palabras, por ahora, no denuncian nada, solo constatan aquello de que “quién se quema con leche cuando ve la vaca llora”.
A propósito de los muchos Valcke que despellejan al fútbol, si al mundo lo presiden detonadores como Trump, Robert Mugabe, los hermanos Castro, Kim Jong-un y su papá, Teodoro Obiang y Paul Biya por citar un pequeño porcentaje de deplorables y contemporáneos mandatarios, y en nuestra errática Sudamérica se vota a Fujimori, Evo Morales, Ollanta Humala, Chávez, Maduro y Alejandro Toledo por no citar a los ‘argentos’ que merecen integrar la lista, ¿por qué al fútbol lo dirigirían mayoritariamente mejores personas, más parecidas a Barak Obama, Ángela Merkel o Nelson Mandela que son contadas con los dedos de la mano? Si ‘A’ es igual a ‘B’ y ‘B’ es igual a ‘C’, ‘C’ no puede ser diferente de ‘A’...
Continuará...
* Ex director asociado de ‘Diario Perfil’ y creador de la icónica revista ‘Solo Fútbol’