En el primer capítulo de esta serie de seis notas(‘Un tiro en el pie’) se señaló el grosero error de la CONMEBOL al rebanar uno de los dos partidos finales de las copas Libertadores y Sudamericana, decretando una injustificada ‘final única’ en cada competición. Ejemplo cuasi perfecto de cómo se horada –sistemáticamente– la piedra del fútbol profesional y (con) federado. El desacierto, por su importancia, no se agota allí; hay mucha más tela para cortar y mentiras para desmentir. También hay estadísticas para demostrar que la dirigencia actual escupe hacia arriba tanto o más de lo que ya esputó en el pasado, salivándonos a todos quienes tatuamos este deporte en el alma. Y a ellos mismos.
En ambas copas de la reciente edición 2020 –segunda experiencia de ‘final única’– hubo inusual suerte en los sorteos. En ambos casos los finalistas fueron del mismo país de la sede rifada. Nadie tuvo que usar sus pasaportes, aunque los innecesarios traslados, entre otras complejidades, enseñaron que es un sistema tan ortopédico que no resiste su continuidad. Deportivamente siempre serán mejor dos cotejos finales, uno ‘de ida’ y otro ‘de vuelta’, uno en cada cancha/país.
El presidente que la Argentina no tuvo
Económicamente también es mucho mejor, aunque ello amplíe la gama de fraudes, coimas y cohechos, como la historia reciente reveló en Zúrich, Suiza, cuando se encarceló a 16 dirigentes latinoamericanos y diez ejecutivos más de otras latitudes, sin dejar de contar a la decena prófuga y a los once directivos que fueron suspendidos. Justicia americana aparte (ellos lo hicieron), no existe ningún contraargumento sólido que consiga oponerse en defensa de la absurda ‘final única’.
Claro que, con el nuevo sistema, hay una merma en la recaudación, pero la mayor degradación que causa es deportiva. Un partido, un solo partido, no define con exactitud quién es –de verdad– superior, especialmente cuando las fuerzas son parejas como sucede en las finales. Noventa minutos pueden contaminarse de ‘acasos’ arrojando un resultado injusto: errores arbitrales (VAR incluido), ausencia de jugadores decisivos por lesiones o contagios y otros detalles de cualquier tipo, incluyendo a ‘la suerte’, que va y viene.
Los recientes enfrentamientos en semifinales de Libertadores, entre River Plate y Palmeiras, lo mostraron categóricamente. ¿Fue el verdadero River el que perdió 3 a 0 como local en la cancha de Independiente? ¡Claro que no! Esa noche vivió su peor pesadilla, lo derrotaba hasta el último del torneo de las Islas Comoras. ¿Fue el Palmeiras real el que perdió la revancha, 2 a 0, en el Allianz Parque de São Paulo? ¡Tampoco! Ese no fue el campeón de América como terminó siendo y el cuadro de mejor campaña entre todos en la Fase de Grupos como había sido. Quienes siguieron ambas campañas lo saben.
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Jugar solamente un partido y en otro lado que no en sea tu casa, allá lejos, es apagar el fuego sagrado del barrio o ciudad que le da sentido a los clubes. El hincha vive ese día como un injusto exilio sin salir de su tierra. Es defender la potestad de las Malvinas en una guerra en Gibraltar. Ni el dipsómano Leopoldo Fortunato Galtieri pensó en recuperarlas tomando el mediterráneo peñón inglés. No tiene lógica. Los estadios son templos, son punto de encuentro y son tradición; junto a las camisetas de los clubes son los eslabones que unen el presente y el pasado, ellos amarran la historia del club, son memoria viva y merecen consideración. Son los palcos naturales de esa fecha que puede ser única, que tal vez nunca más se repita. No usarlos en las finales es faltarles el respeto a ellos y a su gente.
El presidente de la CONMEBOL, el casi cincuentón y paraguayo Alejandro Domínguez, en su momento y al respecto dio una explicación ridícula y mendaz; dijo: “En el sistema ida y vuelta nos percatamos que el equipo que definía de local tenía el 70% de probabilidades de terminar siendo el campeón. Quisimos hacer justicia deportiva, que ninguno llegue con ventaja ni estrategias”. No es verdad, lo informaron mal de aquello que él debiese saber de memoria; la historia y los números lo desmienten.
Jugar solamente un partido y en otro lado que no en sea tu casa, allá lejos, es apagar el fuego sagrado del barrio o ciudad que le da sentido a los clubes
El propio inicio de la Libertadores demuestra lo contrario. Ya en 1960, el primer campeón, Peñarol de Montevideo, se consagró en Asunción del Paraguay contra Olimpia. Y al año siguiente, en 1961, el mismo Peñarol repitió su título jugando –otra vez– el segundo partido de visitante, ahora contra Palmeiras en Brasil. Y solo dos ediciones después, en 1963, el Santos de Pelé y Coutinho se consagró en la mismísima ‘Bombonera’ derrotando al Boca Juniors de Antonio Rattín y de Angel Clemente Rojas...
Así, en las primeras 11 finales de Libertadores, solo cinco campeones surgieron jugando el segundo partido de local (en tres de ellos necesitando un tercer partido en campo neutral): Santos en 1962, Independiente en 1964 y ‘65 y Estudiantes de La Plata en 1968 y ’69. Los otros seis campeones jugaron primero ‘en casa’: a los ya citados, súmese otra vez Peñarol, en 1966, Racing en 1967 y nuevamente Estudiantes, en 1970.
Pero dudemos, pensemos que las cosas pudieron cambiar radicalmente desde los nostálgicos sesenta al atribulado hoy. ¿Qué pasó en el último año de ‘final doble’ sin contar la anomalía de Madrid, entre Boca y River, que no fue ni una cosa ni la otra? Lo mismo que en los años sesenta, ganó quién cerró la serie fuera de su terruño. Gremio de Porto Alegre, Brasil, se impuso jugando de visitante su segundo match, contra Lanús, en la cementada ‘Fortaleza Granate’...
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¿Y cuál es el balance general de las 58 ediciones disputadas a lo largo de la historia con doble cotejo final?: 25 copas fueron ganadas por quien jugó el primer partido de local y 33 por el equipo que definió la revancha en casa. Solo hay ocho coronaciones de diferencia, un tacaño 13,80% en más de medio siglo. Nada que justifique el cambio de sistema desde el punto de vista deportivo. No tiene mérito. La ventaja en favor de quién es local en el segundo partido no es 70% a 30%, señor Domínguez, sino 57% a 43 %. ¿Acaso hay ‘gato escondido’ en la decisión tomada, o solo ignorancia, ineficiencia y una mala base de datos?
Por otro lado, tres de las copas que en ese periodo conquistó el equipo que disfrutó de la localía en la revancha, no debiesen contabilizarse, simplemente porque el otro finalista, el perdedor, era mexicano... En ese raro momento en el que el reglamento permitió que los ‘invitados’ llegasen a la final, disimuladamente se allanó el camino para que ganen los clubes de la CONMEBOL y no los de la CONCACAF, tal como ocurrió las tres veces (sería ridículo para el torneo y humillante para el orgullo sudamericano perder ante un fútbol considerado inferior y obviamente ajeno a su confederación).
Tres de las copas que en ese periodo conquistó el equipo que disfrutó de la localía en la revancha, no debiesen contabilizarse, simplemente porque el perdedor era mexicano.
Así, en 2001, Boca Juniors se erigió ante Cruz Azul; en 2010, Internacional de Porto Alegre fue campeón sobre Guadalajara; y, en 2015, River Plate se consagro frente a Tigres de la Universidad Autónoma de Nuevo León... Si se excluyen esas tres finales ‘acomodadas’, el porcentaje que supuestamente favorece al cuadro local en la revancha, cae de 57% a 52%. La diferencia, entonces, se estrangula aún más... La mentira tiene patas cortas hasta en el fútbol, estimado presidente, y usted como hijo de un conocido político paraguayo y exitoso dirigente deportivo debiese saberlo y no decirlas.
No obstante, el dato que más debe tomarse en cuenta para ver si alguien se favorece exageradamente jugando en su cancha el segundo cotejo, es cuántas veces en total ganó el dueño de casa –sea abriendo o cerrando la serie–. En los 116 partidos finales (sumados todos los ‘de ida’ y todos los ‘de vuelta’ que se disputaron en esas 58 ediciones de Libertadores), se registraron 67 triunfos locales. Solo 16 más que las 51 victorias cosechadas por los visitantes.
Contra el imaginario general, así, apenas el 56,78% de las veces venció el dueño de casa, el otro 43,22% lo ganó el visitante o empataron. Por ello, para romper ese ajustado equilibrio, 14 veces fue necesario disputar un tercer match en un país neutral, en otras tres ocasiones debió jugarse una prórroga y en 13 oportunidades más se precisó definir por penales. Hubo, entonces, un total de 30 definiciones extra, número que refuerza que quién es local (primero o en la revancha) no las tiene todas consigo. La Libertadores es muy ardua y más equilibrada que cualquier otra copa en el mundo, por eso es la más emocionante.
La Libertadores es una copa muy ardua y más equilibrada que cualquier otra competencia en el mundo, por eso es la más emocionante.
Más detalles al respecto. El equipo que jugó el primer partido en condición de local ganó 31 veces, mientras que el cuadro que disputó la revancha en su estadio venció en 36 ocasiones (otros 32 juegos fueron empates y en 19 oportunidades triunfó el visitante). Cinco victorias de diferencia entre quien abre la serie y quién la cierra, son nada, no justifican la abolición de los dos partidos y la instauración de la ‘final única’. Valga decir que el criterio que últimamente disponía quién definía la final en su cancha, era absolutamente lógico y técnico: aquel de mejor campaña en la Fase de Grupos, la etapa jugada por puntos.
Si se migra de la Libertadores a la Copa Sudamericana los números son más contundentes todavía, aun cuando el historial es más corto. Son 15 las finales computables de las 17 programadas con partidos de ida y vuelta (dos de ellas no resisten la estadística, una porque Tigre, de Argentina, en 2012, abandonó su partido ante São Paulo, no presentándose a jugar el segundo tiempo, y otra, entre Atlético Nacional de Colombia y Chapecoense de Brasil, en 2016, se canceló por el accidente aéreo que mató a casi toda la delegación brasileña...).
De esas 15 finales válidas, siete copas las ganó el cuadro que jugó el primer partido de local y ocho quien definió, en su estadio, en la revancha. Un mezquino 6,66% de diferencia. Además, tres de los títulos ganados por quien jugó en casa el segundo cotejo, luego necesitaron definirse por penales, mientras que apenas un campeón que disputó el primer partido en su cancha precisó ser más eficiente en los remates desde los doce pasos.
Una diferencia tan mínima entre una y otra situación, entonces, no precisa de abogado defensor ni de juez alguno para concluir que la ‘final única’ es más que una copia caricaturesca
Una diferencia tan mínima entre una y otra situación, entonces, no precisa de abogado defensor ni de juez alguno para concluir que la ‘final única’ es más que una copia caricaturesca, es un cambio equivocadofundamentado en datos errados. O en mentiras que esconden ‘otra cosa’ y tornan falaz el alegato de Alejandro Domínguez, quién recrea de modo inverso ‘Las Aventuras de Pinocho’. En el cuento del florentino Carlo Collodi, el abuelo Gepeto talla una marioneta de madera mientras esta cobra vida humana. Aquí es el presidente conmeboliano quien parece transformarse en una marioneta de madera.
Domínguez (sucedió al también paraguayo y demostradamente corrupto Nicolás Leoz –fallecido– y a los destituidos y condenados por el mismo crimen, Eugenio Figueredo, uruguayo, y Juan Ángel Napout, otro paraguayo), tres años atrás, cuando creía anunciar el ingreso de la CONMEBOL al primer mundo por pasar a jugar una ‘final única’, aclaró con ‘cola de paja’: “Nunca nos comparamos a la UEFA”. Comentario que subconscientemente demostró lo que el austríaco Sigmund Freud explicaría mejor, que al decirlo confesó la efectiva intención de copiar a la venerada confederación europea, también envuelta en casos de corrupción que debiesen inhibir tamaña admiración ‘sudaca’. Sin embargo, no.
Por fin, metiendo una vez más los pies en el plato, el dirigente que es economista –graduado en Kansas, Estados Unidos–, argumentó que la seguridad del club que definía de visitante “fue igualmente clave para establecer la final única”. Antes, con orgullo de alumno que pasó con cuatro, refiriéndose a la primera de todas las ‘finales únicas’, la disputada entre River y Flamengo, en Lima, en 2019, dijo textualmente: “Los dos equipos pudieron descansar en sus hoteles, sin problemas. En el pasado era típico que el visitante sufra en la noche previa. Con esta fórmula solucionamos esos problemas de seguridad”. Se sospecha que ni su familia se tragó semejante sapo.
Así y suponiendo que a veces, en algunos sitios, esas irregularidades nocturnas todavía puedan ocurrir en la víspera de los partidos finales, CONMEBOL no supo combatirlas. Adhirió a una lógica tan inadecuada como eliminar un plan de inmunización porque los enfermeros que aplican las vacunas descansan en un ambiente barullento. En vez de resolver el ruido suprimió la campaña. Todo lleva a imaginar que Domínguez, antes de soltar sus declaraciones intentando justificar la ‘final única’, debió escuchar ‘Engañame que me gusta’ de Wanessa Camargo. El problema es que algunos no bailamos cualquier música que toca por ahí...
Continuará...
* Ex director asociado de ‘Diario Perfil’ y creador de la icónica revista ‘Solo Fútbol’.