desde Kazán
La imagen del final es la que queda grabada en las retinas. Ese grupo de jugadores con cabezas gachas. Messi solo, con los brazos en jarra, con la mirada perdida como después de otras frustraciones. Solo su amigo Mascherano se acerca y le da un abrazo. Los demás respetan ese espacio del diez, un líder que no consuela a los otros.
Unos metros más allá, Armani llora y es consolado por Tocalli, el entrenador de arqueros. El de River seguramente se imaginaba en otro tipo de foto, no en la película de ir a buscar cuatro veces la pelota en su propia red. También trata de confortarlo Biglia. Di María no lo puede creer: hizo un golazo pero quedaron afuera.
Es un velorio a puerta abierta bajo la mirada de millones. No hay privacidad posible para este plantel golpeado por muchas batallas perdidas. Los hinchas que viajaron a Kazán hacen silencio ante la escena, también porque son partícipes del final menos deseado. Algunos lloran, otros se llevan las manos a la nuca, también están los que se quedan congelados, incrédulos.
“Somos locales otra vez”, habían cantado con razón unos 25 mil hinchas argentinos que les ganaron la pulseada a los franceses, mucho más raleados en las tribunas. A la hora de los ejercicios precompetitivos, abucheos de los cuatro costados para los franceses, ovación para los argentinos. Lo esperable, tanto como los silbidos dirigidos a Sampaoli, cuando su rostro apareció en las gigantes pantallas LED. Es cierto, al entrenador lo silbaron un poco menos que en San Petersburgo, pero igual en el aplausómetro perdió por goleada con respecto a los jugadores.
Cuando Di María la embocó, la pantalla gigante mostró por primera vez a un Diego Maradona festejando el empate parcial con mesura, más tranquilo que el martes en San Petersburgo.
Al igual que contra Croacia, llamó la atención que en el entretiempo Messi saliera del campo antes que sus compañeros. Sin cabeza gacha como entonces, pero visiblemente molesto.
Los hinchas, curados de espanto porque el mejor jugador del mundo (a nivel clubes) más de una vez se ausenta de partidos decisivos con la albiceleste, lo protegieron con un manto de silencio, durante la disputa y una vez consumada la derrota. No se vivó demasiado su nombre pero tampoco se lo cuestionó.
Pasó tanto durante el partido y fue tanta la garra que le pusieron los hinchas para llegar a Kazán, que fieles a la divisa celeste y blanca la odisea pronto quedó en el recuerdo y se abocaron al duelo de la tristeza infinita, del alma en pena que cargaban.