DOMINGO
Envejecer

Dar batalla

Si me preguntan a mí, yo creo que hemos sido muy cobardes. Hemos escondido la cabeza en la arena y disfrazado nuestra falta de valor de entendimiento, respeto por la naturaleza, aceptación, una dosis de religión (como si Dios no pudiera esperar para vernos) y el convencimiento de que no se puede vivir más de lo que se vive.

Y eso que el enemigo estuvo a cara descubierta todo este tiempo. Desde siempre hemos visto envejecer y morir a nuestros seres queridos y, aun siendo evidente que el paso del tiempo era el que traía una larga lista de enfermedades como cáncer, arteriosclerosis, demencia, diabetes y otras, decidimos darle batalla a cada enfermedad individual en lugar de buscar el común denominador de todas: el envejecimiento.

Hace mucho que no escucho decir de alguien que “murió de viejo”. Me parece que es algo más del pasado para catalogar cuadros que no eran claros y como la ciencia actual tiene un nombre para todo ya no se dice tanto. Pero esa expresión resumía un poco nuestra actitud ante la vejez: era algo que a todos nos tocaba, contra lo que no tenía sentido pelear. Algo digno e inevitable, hasta un honor.

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Sin embargo, a las manifestaciones individuales del envejecimiento, a las enfermedades que nos aquejan en forma creciente a medida que avanza nuestra edad, sí les dimos batalla. Una por una. En investigación y tratamiento del cáncer la humanidad ha gastado trillones (millones de millones de millones) de dólares. Solo en Estados Unidos, el presupuesto del Instituto Nacional del Cáncer para investigación en 2024 fue de 7,22 miles de millones de dólares.

Aunque sufrir cáncer a una edad temprana es a todas luces una desgracia, se trata sin duda de una enfermedad cuya prevalencia aumenta exponencialmente con la edad. El 46% de la gente que muere de cáncer tiene 70 años o más, mientras que las personas menores de 14 años solo representan el 1%.

Cuando mi mamá, diagnosticada con cáncer a los 72 años, preguntó a su médico sobre las causas, considerando que nunca había fumado y había vivido una vida en general frugal y con buenos hábitos, el médico contestó: “Bueno, lo único que hay que hacer para tener cáncer es vivir suficientes años”. ¡En su momento me pareció lógico! Hoy hubiera pataleado bastante ante la idea. Pero sí funcionó la explicación, en su momento, para mi mamá, que se quedó tranquila al saber que “no había hecho nada mal” sino que, bueno, era lo que tocaba en la lotería de la vida.

Si tomamos la diabetes, por ejemplo, hay que reconocer que la industria de la alimentación está haciendo un esfuerzo fenomenal por igualar todas las edades llevando esta enfermedad a niños de edades que nunca antes la habían sufrido. Pero en general sabemos que a medida que envejecemos nuestro cuerpo se vuelve más resistente a la insulina a la vez que acumula otros factores y es más probable padecer la enfermedad. Se calcula que en el mundo del 20% al 25% de los mayores de 65 años padece diabetes, más que nada tipo 2, mientras que el grupo de 20 a 44 años solo suma el 4%.

Y así una tras una se acumulan enfermedades cuya prevalencia aumenta con la edad y que llevan a la muerte, y los seres humanos hemos dado pelea a cada una en forma individual, pero no fue hasta hace unos cincuenta años que se empezó a analizar la causa común de todas ellas, y cómo al envejecer nos volvíamos más susceptibles a todas hasta terminar engrosando alguna de las estadísticas mencionadas. Y si nuestro cuadro no va con ninguna, bueno, hemos muerto “de viejos”. Noble razón y hasta motivo de envidia.

¿Cuánto es razonable vivir y con qué derecho un grupo creciente de científicos está investigando sobre longevidad y tratando de empujar límites de la vida en el tiempo? Es probable que declarar hoy nuestra intención de vivir 100 años motive más de una carcajada. La misma que si en 1900, cuando la expectativa de vida era de no más de 45 años, ¡alguien declaraba su anhelo de llegar a los 70!

A menudo olvidamos cómo incrementamos durante los últimos cien años nuestra expectativa de vida. La hemos casi duplicado. Y esto sin poner foco en vivir más, sino solo combatiendo las enfermedades que nos aquejan, sumando tecnología, mejorando nuestra higiene y con avances como las vacunas.

¿Qué podríamos hacer esta vez con un esfuerzo enfocado en extender no solo el tiempo que vivimos sino también la calidad con la que lo vivimos?

Este concepto es importante y es algo que preocupa a los escépticos. La idea de vivir más pero con mala salud nos aterra, con razón. En las últimas décadas nos hemos vuelto cada vez mejores en evitar la muerte pero no tanto en conseguir salud. Una persona puede pasar los últimos veinte años de su vida entrando y saliendo del hospital, con poca salud, sin independencia y sin posibilidad de disfrutar los años que está ganando, para finalmente perecer, pero aportando una edad elevada a la estadística. Muchos cuestionan que no tiene sentido tomar como objetivo la prolongación de la vida sin salud.

*Autor de Contrarreloj, editorial Dunken (fragmento).