Durante la Cumbre de Líderes sobre el Clima desarrollada el pasado 22 de abril, el presidente Alberto Fernández hizo referencia a la deuda externa del país y planteó a los líderes del mundo el canje de la misma por acción climática.
El mandatario mencionó ante los líderes mundiales presentes el concepto de deuda ecológica al pedir por la "justicia social, financiera y ambiental". De hecho, esta no fue la única vez que el presidente trajo el tema a colación: durante la XXVII Cumbre Iberoamericana afirmó que "Un canje de deuda por clima debería ser el mecanismo capaz de vincular a los sistemas de pago de deuda con la acción climática. Es el puente intergeneracional que debemos ser capaces de construir en Iberoamérica”
En este sentido, Alberto Fernández destacó la necesidad de “renovar la arquitectura financiera global”, mediante un “canje de deuda por acción climática y nuevas asignaciones de derechos especiales de giro sin discriminar a los países de renta media, para así mejorar nuestro medio ambiente”.
Pero, en términos prácticos, ¿en qué se basa la idea de “deuda ecológica”?
El concepto de deuda ecológica nace a principios de la década de 1990 a partir del análisis histórico de la relación del Norte para con el Sur global. En este contexto, el economista catalán Martínez-Alier plantea que la deuda ecológica es un concepto económico que surge de conflictos de distribución de dos tipos:
- El intercambio ecológicamente desigual, o "el hecho de exportar productos de regiones y países pobres, a precios que no tienen en cuenta las externalidades causadas por estas exportaciones o el agotamiento de los recursos, a cambio de bienes y servicios de regiones más ricas".
- Y la tendencia de los países ricos a utilizar desproporcionadamente el espacio ambiental sin pagar por ello. En este caso, el autor se refiere particularmente a las emisiones de carbono por parte del norte global, que han generado durante el último siglo lo que hoy se conoce como deuda climática (Martinez-Alier, J. (2003). The Environmentalism of the poor: a study of ecological conflicts and valuation. Edward Elgar Publishing.)
Del concepto a los números
Por su parte, el antropólogo Jason Hickel, afirma que el “desarrollismo” es simplemente una versión más reciente del colonialismo, y resalta que los países en desarrollo reciben cerca de $130 mil millones de dólares en ayuda anualmente, pero que esto resulta una miseria en comparación con el dinero que devuelven: por cada dólar de ayuda que recibe el Sur, pierde 24 en salidas netas hacia el Norte ( Hickel, J. (2017). The divide: A brief guide to global inequality and its solutions. Random House.)
El caso de Argentina
Es pertinente sumar a este análisis también un reciente estudio de la Universidad de Cambridge que concluye que Argentina es uno de los tres países que tendría un superávit crediticio positivo al incluirse la variable climática en el análisis de las deudas financieras de todos los países del mundo. De hecho, la mayoría de los países del norte global, tendrían un déficit crediticio si contabilizaran la variable climática. Ahora bien, en este contexto Martinez-Alier admite que si bien estimar esta deuda en términos monetarios es complicado, si se calculase, la deuda externa financiera que poseen los países del sur global ya se encontraría ampliamente saldada.
En el marco de la crisis climática y ecológica actual, es clave seguir trayendo a la conversación este concepto. En primer lugar, porque refleja claramente las interconexiones entre sociedad, naturaleza y economía, que a menudo suelen percibirse como ejes separados. En segundo lugar, porque aporta una dimensión histórica a las discusiones sobre sostenibilidad y cambio climático, trayendo a colación también la idea que las complejidades que el sur global presenta hoy para “desarrollarse” derivan de procesos muy largos de acumulación de capital por parte del norte global. Finalmente, este concepto podría incluso acercarse a la idea de que la reestructuración y hasta la cancelación de la deuda financiera de nuestros países, es casi una obligación moral.
Es hora de que el norte global reconozca y compense la gran deuda ambiental que tiene para con el sur global. Si se pretende honrar el principio internacional de responsabilidades comunes pero diferenciadas, institucionalizado en la Declaración de Río sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo 1992, la deuda ecológica del norte para con el sur global debe ser puesta sobre la mesa de ahora en más a la hora de negociar compromisos ambientales pero, sobre todo, compromisos financieros