Alguien sale a recorrer el otoño mendocino y encuentra una libélula posada que le llama la atención. Le toma una foto y quizás la publica en sus redes sociales. Pero unos días después también la comparte en una plataforma digital. Quiere conocer su nombre: sólo sabe que es una libélula. Y puede identificarla en esa plataforma, que es visitada por muchas otras personas. Entre ellas hay otra persona que se dedica a estudiar la fauna de la provincia y también le llama la atención la libélula.
Pero por otra razón: se da cuenta de que está viendo la primera foto que se sube a internet de esa especie. Y hay más: se creía extinta en la región pues no se la registraba desde hace más de un siglo, cuando se la describió para la ciencia por primera vez. Le comunica esto a quien fotografió la libélula y lo felicita.
Finalmente aparece una tercera persona, un especialista en esta familia de insectos quien confirma que el registro es correcto y valida la identificación. Al final del día, la colaboración entre tres personas que probablemente no se conozcan entre sí le ha devuelto a la provincia una especie que se consideraba perdida. La libélula es Rhionaeschna haarupi. Fue observada por Marcelo Zanotti, identificada por Mariano Fernández Kloster y confirmada por Gustavo Herrera.
Detalles más, detalles menos, la historia es real. La plataforma se llama ArgentiNat y los tres protagonistas forman parte de un equipo de 13 mil personas que colaboran todos los días con un único propósito: conocer la biodiversidad de Argentina. Algunos sacan fotos; otros las identifican; algunos hacen las dos cosas. Como si llenaran un álbum de figuritas infinito, ya han registrado unas 700 mil observaciones, entre las que se identificaron más de 15 mil especies, de las cuales la libélula es una más. La mayoría de estas personas no pertenecen al ámbito científico, pero generan datos de valor para la investigación. Lo que hacen se llama ciencia ciudadana, y los descubrimientos como el de la libélula son cada vez más frecuentes.
El Ministerio Argentino de Ciencia y Tecnología (MinCyT) define la ciencia ciudadana como “una manera de producir nuevo conocimiento científico a través de un proyecto estructurado de investigación colectiva, participativa y abierta, impulsado por distintos tipos de actores y actoras, quienes no necesariamente se desempeñan dentro de los ámbitos académicos”. Sabemos que no es necesario dedicarse a la ornitología para poder observar aves ni a la astronomía para apuntar un telescopio a una nebulosa, pero lo que la ciencia ciudadana viene a mostrarnos es que tampoco es necesario dedicarse exclusivamente a la ciencia para aportar conocimiento valioso.
La colaboración es uno de los valores de la Fundación Vida Silvestre Argentina, y se ve reflejado en ArgentiNat, que impulsó en conjunto con una de las principales plataformas de ciencia ciudadana a nivel global, iNaturalist. Adaptando el contenido de esta red al público argentino, se personalizó estableciendo los nombres comunes y el estado de conservación para nuestro país. Así, las observaciones nacionales se integran con las de todo el mundo, donde más de dos millones de usuarios están por alcanzar el hito de 100 millones de observaciones. Otros países que cuentan con nodos nacionales son Canadá, México, Australia, Israel, Reino Unido, Costa Rica, Chile y Uruguay, entre otros.
ArgentiNat es visitada también por investigadores de nuestro país y de todo el mundo, que se nutren de los datos, coordenadas, fotografías y sonidos aportados por la comunidad para sus investigaciones.
Un aracnólogo junto a su equipo de voluntarios registra las arañas observadas por otras personas en el Cono Sur y les ayudan con su identificación; una botánica mide, desde la universidad, los momentos de floración y fructificación de determinadas plantas nativas; un equipo de buzos de la Patagonia se dedica a documentar la biodiversidad submarina; o un grupo de voluntarios registra las observaciones de animales atropellados en rutas para conocer los puntos donde se debe actuar. Impulsada por la tecnología, la ciencia ciudadana no viene a disputar el lugar de la investigación académica, sino a conversar con ella.
Y parece que llegó para quedarse: la Infraestructura Mundial de Información en Biodiversidad (GBIF, por sus siglas en inglés) es una organización internacional que colecta datos abiertos y gratuitos sobre cualquier tipo de forma de vida, que cualquier persona puede utilizar de forma gratuita para sus investigaciones desde cualquier lugar del mundo. A este repositorio de datos abonan las colecciones de museos de ciencias naturales de todos los países, y a partir de los últimos años, también los de la ciencia ciudadana. Para Argentina, los dos sets de datos más importantes provienen de este tipo de plataformas: el principal es eBird, que impulsa la ONG Aves Argentinas desde 2013 y que permite cargar listas de observación de aves, con los datos de ArgentiNat en segundo lugar. El podio lo completa la colección del Instituto de Botánica Darwinion, que posee uno de los herbarios más importantes del país. Estos números hablan de que la ciencia ciudadana no puede reemplazar la investigación, pero si abrir muchas ventanas a través de las cuales se pueden ver más cosas.
La participación activa de la ciudadanía es crucial para trazar puentes entre diferentes disciplinas y formas de entender la realidad, que permitan democratizar la forma de construir saberes. Esto viene a responder al repetido mantra que se suele escuchar en el ámbito de la educación ambiental: no se puede valorar aquello que no se conoce. Y, además, redoblando la apuesta y siendo protagonistas de ese conocimiento.
*Leonel Roget es analista de Comunicación en Fundación Vida Silvestre Argentina y Administrador de ArgentiNat.