La semana anterior, la Presidente Cristina Kirchner nos exponía desde el atril acerca de la superioridad definitiva del modelo económico kirchnerista sobre el capitalismo. Se solazaba de ver a los Estados Unidos frente a una crisis financiera que tenía visos de extenderse al resto del mundo, encontrando a la Argentina en mejores condiciones para resistir sus efectos.
La satisfacción por el mal ajeno, característica de un estado de envidia permanente, me hizo recordar a la que alguna vez tuvimos en el sexto grado del colegio, cuando al mejor de la clase y perpetuo abanderado le pusieron un aplazo.
En este estado de indisimulado gozo, la Presidente bautizó la crisis internacional como el "efecto jazz", con el consiguiente festejo de sus cortesanos. Su intención fue probablemente que esta denominación se extienda 'urbi et orbi'. En siete días, aún no ha logrado que la recoja algún medio internacional, pero no debería perder la esperanza. La crisis de las hipotecas en los Estados Unidos es una consecuencia de los métodos duros y dolorosos con los que el capitalismo corrige excesos y desvíos.
En la medida que el conocimiento económico ha avanzado, estas correcciones se han podido realizar con menos daño y duración. Desde la crisis del treinta y con el impulso inicial de las teorías keynesianas, la aplicación de instrumentos monetarios y fiscales ha permitido amortiguar los efectos de los ciclos económicos.
El capitalismo reconoce que los ciclos son un elemento intrínseco del motor de las decisiones humanas cuando no son gobernadas centralizadamente. Se asemeja a la existencia de las crisis políticas en los sistemas democráticos. No se trata de descartar al capitalismo o a la democracia, sino de paliar las consecuencias no deseadas, mediante instrumentos que no anulen el insustituible valor de la libertad.
La crisis de las hipotecas es la consecuencia de un prolongado lapso de fuerte crecimiento de la economía estadounidense y mundial durante el cual los ciudadanos desarrollaron expectativas optimistas de permanente aumento de sus ingresos. Las tasas de interés, a su vez, se mantuvieron muy bajas.
Se compraban casas mediante créditos hipotecarios de larguísimo plazo cuya cuota era igual a la de un alquiler. A su vez esto alentaba la demanda de inmuebles y por lo tanto sus precios crecían dando mayor optimismo tanto a los deudores hipotecarios como a los bancos.
Estos últimos juntaban estos créditos en fideicomisos que transformaban en bonos de alta calificación, que eran colocados en el mercado de capitales. De esta forma millones de ahorristas, fondos y otros bancos incorporaron a sus carteras el riesgo de los créditos originales. La oferta de viviendas se hizo excesiva y sus precios comenzaron a descender en un marco general de crecimiento y de presiones inflacionarias en el resto de la economía norteamericana. El petróleo puso su cuota. El temor a la inflación, contracara temida del crecimiento, puso fin al largo período de tasas bajas de interés.
Los círculos virtuosos cambiaron su signo, aparecieron las pérdidas, la mora en los créditos hipotecarios y la desvalorización de los bonos se extendió al sistema financiero internacional que los había absorbido y distribuido.
La Reserva Federal, el Tesoro de los Estados Unidos y otros bancos centrales, han actuado para limitar la crisis. La reunión anual de Davos ha sido un foro de intensa discusión y profundización sobre objetivos y métodos.
El gobierno argentino estuvo totalmente ausente de Davos. Tal vez sea la primera vez que esto ocurre. Si hubiera asistido no estaría discutiendo si es el capitalismo un sistema destructivo o injusto, sino las formas de resolver los efectos no deseados de ese sistema, el único compatible con la democracia y la libertad, y que ha llevado al mundo a una transformación del conocimiento y a un crecimiento como nunca antes se había conocido.
También el contacto con el mundo le permitiría conocer a nuestro gobierno hacia dónde nos lleva el control de precios, la falta de inversión, el incumplimiento de los contratos y las relaciones peligrosas con quienes hoy exponen junto a la Argentina las mayores tasas de inflación de Sudamérica y del mundo.
(*) Manuel Solanet es economista. La presente nota forma parte del último número de la Newsletter "Carta Semanal" del Centro de Estudios del Futuro Argentino