La jugada del Gobierno nacional para frenar las exportaciones de carne bovina con el fin de forzar una baja de los precios internos puede tener consecuencias graves en el plano exterior: la pérdida de confianza en la Argentina por parte de sus compradores. Empezando por China, el destino que más creció en los últimos tiempos y al que muchos aspiran a llegar por su creciente volumen. En Beijing, toman nota de estos sucesos y las represalias pueden alcanzar otros aspectos del comercio bilateral.
Aun siendo una medida “temporal” –y quizás más corta de lo previsto–, la impresión que genera en estos tiempos de pandemia y cadenas productivas bajo revisión a raíz de lo sucedido en 2020, es la de un proveedor que falta a su compromiso. Y en China, a donde se exporta hoy el 86% de la carne bovina argentina, se trata de un valor con particular relevancia, tanto desde lo cultural como en términos pragmáticos y hasta estratégicos, porque pone en peligro su meta de soberanía alimentaria.
China es “una aspiradora de proteínas” desde que sufrió la crisis de fiebre porcina, describen los especialistas. Y a partir de entonces amplió su compra no solo de esta carne, pero de otros tipos. Del total de las ventas argentinas a ese país, hoy la carne bovina se queda con el 30% de la torta, apenas por debajo de los porotos de soja (35%), el producto que marcó el intercambio comercial por años. Le siguen el aceite de soja (6%), los calamares congelados (4%) y despojos de gallinas (3%). El 22% restante se reparte entre el resto de los productos que se exportan al puerto asiático.
Ganarse la etiqueta de incumplidor, frente a los chinos, puede traer consecuencias para otros mercados que también se trabajan –desde hace años– con vistas a potenciarlos, como los lácteos y vinos, donde la Argentina es competitiva. Podrían ceder lugar si China pierde la confianza en el país. Y remontar posiciones puede ser aún más difícil que alcanzar las posiciones de privilegio en mercados tan codiciados como el de la nación asiática.
Entre 2015 a 2020, China pasó de importar 1.991 millones de dólares en carne bovina a 9.004 millones el año pasado. En ese lapso, Argentina se consolidó como uno de sus proveedores estrella, trepando del 10% del total de sus compras (2015 y 2016) al 14%, en 2017 y 19%, en 2018. El gran salto lo dio en 2019, cuando no solo se quedó con el 24% del mercado, sino que, por primera vez, superó a Australia como segundo exportador. Allí sigue hoy, debajo de Brasil que concentra el 46% de las ventas.
Detrás de ese cambio en el ranking hubo una variable influyente de precio/ calidad, pero también geopolítica: mientras la nación oceánica se alineaba cada vez más con el discurso y las acciones anti China de Donald Trump, la Argentina ofrecía un mercado alternativo y políticamente más amigable. Allí es donde pesa la diplomacia en alianza con la capacidad del sector privado y se teje la asociación estratégica que caracteriza hoy al relacionamiento bilateral, clave también en lo financiero y sanitario, por caso.
En términos monetarios, las exportaciones de carne a China pasaron de significar unos 228 millones de dólares, en 2016, a 1.916 millones, en 2020. Aun retrocediendo unos puntos en su participación en relación a 2019 –del 24% al 21%–, al aumentar la demanda global del comprador, también el volumen de las ventas argentinas creció el último año.