Un cumpleaños, una boda y un after party con jóvenes. Así fueron los 80 años que Marta Minujín festejó en el Malba. Todo un happening, una performance interactiva o, también una obra inmersiva en movimiento y colectiva.
Así fue este particular cumpleaños que Marta Minujín a su vez, ella bautizó como “su casamiento con la eternidad”. ¿Por qué? “Porque lo queda es la eternidad, no quiero seguir viviendo después de esta década”, explicó con humor pero convencida la artista plástica. “No quiero vivir después de los 90, se te cae todo, hasta los ojos se te caen”. A pesar de esta explicación sobre la finitud de la vida, Marta Minujín detalló con entusiasmo su agenda de exposiciones, sobre todo la que hará en Nueva York en 2023; también la gira de “La Menesunda” por Europa en 2024, y la reedición del Partenón de Libros prohibidos por la dictadura militar que será el 25 de mayo próximo para celebrar los cuarenta años del regreso a la democracia en Argentina.
Marta Minujín eligió el Malba para su cumpleaños porque es como su casa.
Del cumpleaños de Marta Minujín que se hizo en el Malba participaron unos doscientos invitados que fueron parte de la puesta es escena. Por eso, todos aceptaron la consigna detallada en la invitación: gala de color negro, con gafas también negra. Dada la protagonista, la palabra “gala” era simplemente un sinónimo de “fiesta”. Lo único no negro era la luz que emitían los teléfonos celulares que todos sostuvieron durante toda la celebración como si fuera un accesorio adosado al cuerpo humano. Y eso era predecible que sucediera porque todos sabían que la sorpresa que Marta Minujín había preparado sería para instagramear. Y así fue.
Alrededor de las nueve de la noche, en la parada de colectivo que está frente al Malba, estacionó una unidad de la línea 67, con un elenco de jóvenes vestidos obviamente de negro y con máscaras varias que son parte de la colección personal de la propia Marta Minujín. Y ella apareció con un vestido ampuloso en color rosa, del joven diseñador Jorge Rey, que le regaló a ella Amalia Amoedo.
Del colectivo 67 a la caminata por una amplia alfombra roja y el ingreso de Marta Minujín con sus damas y caballeros de honor al Malba y a un pedestal donde estaba una torta –también negra–de cuatro pisos, todo fue registrado por cientos de teléfonos móviles. Tras el saludo inicial, se pasó al tradicional vals donde esos jóvenes con máscaras se fueron repartiendo a los sucesivos invitados fuera éstos coleccionistas, artistas plásticos, mecenas discretos y no tanto, y hasta embajadores que envueltos en ese ámbito negro, convertían en un objeto humano difícilmente identificables para su propio personal de seguridad.
Después, repartidos en grupos, esos jóvenes recorrieron el hall del Malba tocando instrumentos, o repitiendo en voz alta consignas sobre la vida, el arte, el tiempo y que forman parte del diccionario Minujín. Al vals le siguieron otras tradiciones básicas en una boda: Minujín tiró el ramo –de color negro y regalo de Teresa Bulgheroni–, también algo que parecía un velo, y corte de torta previa tira de cintitas que –menos una que tenía un anillo–, el resto fueron prendedores básicos con una imagen del mencionado Partenón de Libros Prohibidos que Minujín hizo en 1983.
El único menú fueron porciones de torta de chocolate negro y dulce de leche, y champagne servido en copas negras. Para el cierre, se movió a los invitados a la explanada exterior del Malba para “despedir a la novia” quien en el trayecto hacia el mismo colectivo 67 que la trajo, fue repitiendo a coro con su elenco enmascarado la frase a modo de mantra: “El modelo del tiempo es la eternidad”.
Con los invitados ya retirados, Marta Minujín y su séquito enmascarado se subieron al escenario del auditorio del Malba para conversar con algunos sobre su presente y futuro inmediato. Por casualidad, una integrante del equipo del Malba también cumplía años y en un ámbito más íntimo, se armó un after party con gente joven. Esto es, parte del staff del Malba y el séquito que acompañó a Marta Minujín, todos de negro pero ya sin sus máscaras. Y al rato, ya sin el vestido de novia, ella se sumó para charlar con ellos, dejarse mimar con el pedido de selfies y comiendo sandwiches de miga. Y por supuesto, bailar a su modo con ellos al ritmo del Moto Mami, de Rosalía, y de hits del trap y de la música urbana argentina.