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Novela

La Agitación: una historia espeluznante y dolorosa, pero real

El guionista y escritor Héctor Jacinto Gómez debuta con una cruda novela que retrata un caso de abuso de niños, un tema que golpea a la sociedad.

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El autor y su obra. | Cedoc

Hace tan sólo unos días, Argentina se espantaba con el caso de `María´, la niña cartonera de 12 años violada y embarazada en Santiago del Estero. Si bien no existe una estadística que sistematice a nivel nacional los casos de abusos de menores, y cada provincia recoge sus propios datos, el patrón y el contexto de los abusos parecieran repetirse trágicamente.

El libro “La Agitación”, la primera novela del guionista y escritor argentino, Héctor Jacinto Gómez, publicada por la editorial Azul Francia, parte del caso real de un niño que tras la muerte de su madre, es sometido reiteradamente y cuya única forma de protegerse es imaginar que sube a su bicicleta y pedalea cada vez más rápido para evadir al monstruo que lo atormenta, y que hoy, también en la vida real, sigue caminando tan campante por las calles de Hurlingham.     

PERFIL, dialogó con Gómez, quien además de haber sido guionista durante años en Canal 9, es subgerente de Contenidos del Canal de la Ciudad.

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-El disparador de la historia es espeluznante: arranca con la violación de un niño…

-Es verdad, el disparador de La Agitación es fuerte, revulsivo, violento. Un chico es abusado durante años y en su propia casa por alguien del entorno familiar. Esa secuencia traumática ocurre durante los años de dictadura y el abusador tiene relación cercana con los militares. El Polaquito, ese es el nombre del protagonista, no tiene adónde escapar ni a quién pedirle ayuda. Por una serie de hechos va quedándose solo con su victimario y de él dependerá su liberación. A medida que escribía las escenas de abuso, ninguna se parecía a la anterior porque este chico va sufriendo esta situación y modificándose. Lejos de debilitarse, tiene que fortalecerse porque es la única manera de salvarse. Su victimario puede quedarse eternizado en esa situación. Así que, él debe salir de ese lugar como sea. No le queda otra.

-¿El protagonista de La Agitación es real? ¿Es la persona a la que usted dedica el libro?

-El Polaquito existe. Es real, aunque no le decimos así. Ese sobrenombre fue inventado para el protagonista de la novela. Somos amigos de Hurlingham desde que tenemos dieciséis años, más o menos. Una vez, siendo los dos ya grandes, se subió muy desbordado a mi auto, agitado e hiperventilado, y me contó que había sido abusado durante años por un vecino que ambos conocíamos. Yo era su amigo más cercano y ni siquiera lo había imaginado. Me lo contó porque esa misma tarde porque se había cruzado a su abusador caminando por la estación. El tipo era un cínico y se acercó a hablarle como si nada hubiera pasado. Lo primero que hice fue reprocharle no habérmelo dicho antes. Hubiéramos hecho algo. Hubiésemos denunciado al tipo. Nada de eso. El Polaquito había tratado de borrarlo de su cabeza durante décadas y cruzarlo nuevamente lo desarmó. Yo esa tarde vi a un hombre cercano a los cuarenta años que era otra vez un chico de siete años asustado.

­Escuché muchas historias de abuso y parecen tener un patrón similar de comportamiento. El abusador infantil extorsiona. Les promete a los chicos que, si no hacen lo que él les pide, algo malo le va a pasar a sus personas amadas. Pareciera que el abuso funciona a veces como una transacción. El abusado accede a ese acto de sometimiento porque le prometieron algo o le dijeron que una desgracia se cumplirá. Al Polaquito de Hurlingham le decían que toda su familia iba a morir. Al personaje de mi novela, su abusador le dice que, si quiere volver a ver a su hermana, que fue llevada por los militares y es desaparecida, tiene que hacer lo que él le pide.

-¿Por qué eligió este tema para su primera novela?

-Cuando me decidí a contar su historia, se lo dije al Polaquito y accedió. Ya tenía escritos varios capítulos así que, no sé qué hubiera pasado si me hubiese dicho que no. Lo que pasa es que la realidad puede ser un punto de partida, pero nunca una novela. Una novela es ficción. La historia del Polaquito no se termina pareciendo mucho a la real. La ficción obliga a la exageración. Sucesos intrascendentes en la vida real se ven magnificados por la escritura. Así que es poco lo que la Literatura puede plasmar de realidad. Además, yo quería ese espacio de libertad. No tenía que atarme a una historia real. Entonces aparecieron los calzoncillos meados y el fuego, la relación con la hermana, los stripers. Todo es ficción pura. Ya te conté que el abusador, en la realidad, caminaba muy campante por la estación de Hurlingham. Una gran diferencia con el abusador de esta ficción.

-¿Específicamente, qué elemento fue el que le impactó de la historia real para lanzarse a escribir sobre esto?

-No fue la historia de abuso la que me impulsó a escribir La Agitación. Por una circunstancia particular, tengo un familiar cercano con Alzheimer y desde que comenzó a manifestarse la enfermedad hablamos mucho. Era increíble como revisan sus recuerdos como mosaicos desordenados que, quien lo escucha, debe ir reconstruyéndolos en su cabeza. Hablan de la escuela y de la luna de miel y de un jefe que los tenía a maltraer y algo sobre su mamá. Todo mezclado y desordenado en un relato único. Pensé, me gustaría escribir una historia que fuera, desde el principio, un montón de hilos que se van tejiendo en una trama y muestran la figura en el tapiz de la que hablaba Henry James. Y con esa consigna del discurso desarticulado comencé la historia de la pareja mayor y la desaparición del enfermo de Alzheimer. Luego me fui a la niñez, a los veinte años, a los treinta y algo. Era un desafío que se fuera comprendiendo.

-¿La Agitación, es su primera novela?

-Es mi primera novela publicada. Fui guionista y escribí para televisión durante años. Estuve acostumbrado a jornadas de seis o siete horas de escritura. Además de los guiones decidí animarme a la narrativa y escribí otras novelas que, por alguna razón, no me atreví a publicar. Siempre parecía que faltaba algo. Para llevarle o enviarle tu novela a un editor tenés que estar bastante seguro de que la historia no tiene fisuras y es atractiva para su lectura. Es difícil publicar, es engorroso lograr que alguien te lea y decida a probar contigo. Por eso, quería que cuando lo hicieran fuera con un texto potente. Hay que creerse que la historia es buena. Hay que creerse un poco Dostoievsky para golpear la puerta de una editorial.

-¿Por qué ha elegido un hecho tan acongojante para iniciar el relato de La Agitación?  

-En la edición final de los capítulos, me pareció que el suceso de abuso del protagonista era el principio más fuerte. La novela tiene varios comienzos en distintas épocas. La de la niñez me pareció que era fundamental para que el lector continúe la lectura o la abandone. Las situaciones violentas con chicos son difíciles de digerir. A Stephen King todavía le reprochan la muerte de un nene de cuatro años en Cementerio de Animales. Pero, a la vez, esa escena vuelve inolvidable al libro. De hecho, algún lector de La Agitación me escribió por Instagram "el primer capítulo es como una patada en el pecho". De eso se trata.

La Literatura debe incomodar. Debe hacer que el lector se pregunte si quiere seguir leyendo eso. Consumimos muchas historias a diario. En las redes, en la televisión, en radio, podcasts, comics. La Literatura debería ser un mazazo en la cabeza. Debe ser un "nunca me contaron esto así". Contar con palabras debe causar una incomodidad en lectores tan acostumbrados a lo audiovisual. Por esa razón, el capítulo del abuso fue de arranque. Después, hay tiempo para el humor, para la emoción, para la indignación. Pero de arranque, te sacudo para que decidas que vas a hacer con esa historia.

-La Agitación es un texto muy visual; hay una sensación de poder ver lo que está pasando mientras se lee el libo. ¿Ese aporte tiene que ver con su experiencia como guionista? ¿Cómo se consigue una descripción tan elaborada?

-Una de las cosas que más me resaltan sobre la novela es lo visual de su relato. Es muy difícil saber porque uno escribe de tal o cual manera. Yo creo que un poco sale así por el oficio de guionista. No existen las fórmulas y cada uno escribe lo que quiere. Según creo, en un guion uno no puede describir "Pedro está nervioso". Uno debe escribir escenas donde veamos a Pedro en acción mostrando su nerviosismo. Eso intento. Así lo explicaba cuando daba clases de guion. No describan. Pongan las cosas a actuar, a intervenir en la escena que eso las vuelve vívidas. Es mucho más tedioso leer "las luces eran fuertes" que "entrecerró los ojos porque lo encandilaban las luces". Hay que poner las descripciones en acción.

-Usted ha guionado teleteatros, series de TV, programas de humor, documentales; ¿Cuál es la diferencia de escribir para un guion y escribir narrativa?

-Existen grandes diferencias entre escribir un guion y escribir narrativa. A mí me sucedía y me sucede, incluso cuando leo teatro, que me resultan textos incompletos en el papel. El guion se termina cuando hay un director que interprete el texto, un actor, un escenario y una puesta en escena. Incluso siendo guionista, ante un fracaso uno puede pensar que la historia no funciona por un cúmulo de razones. El horario en que lo pusieron, el elenco, la edición, la dirección, la puesta. Hay mucho para defender un guion. El texto de narrativa está ahí. Se defiende solito. Te puede parecer una genialidad o una porquería, pero no son más que signos alfabéticos en una página tratando de llevar imágenes a tu cabeza. La narrativa se defiende con el papel.

-¿Por qué le cambió el nombre a la novela una vez terminada?

-El título de la novela no salió de entrada. Durante gran parte de la escritura, la novela se llamó `Nunca hablemos del fuego´. Cuando lo terminé esa frase había dejado de gustarme y busqué algo que atravesara a todos los personajes. Creo que hay mucha agitación en estas páginas. Uno tiene la sensación de pedalear con el protagonista. Lo que escribió Daniel Guebel para la contratapa lo deja claro. Todo es agitado. "El título refiere a ese sonido, a esa sibilación espasmódica entre la indiferencia o el ocultamiento de los adultos y el silencio del mundo. Se agitan los cuerpos desnudos al bailar, se agita un chico al pedalear, se agita el hombre que busca lo que ha perdido, se agita un monstruo que deambula por el pueblo y se agita la enfermedad que habita los cuerpos". Y la recepción del libro en plena pandemia fue bastante agitada también, por suerte. Con la gente en su casa, era muy incierto lo que podía suceder. Al parecer, había ganas de leer.