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deforestación

Amazonia debe servir para repensar los usos de la tierra en nuestro país

Ante los incendios en la selva amazónica, la pregunta es si Argentina puede ser el siguiente escenario de una tragedia ambiental de esas dimensiones. Según la FAO, el país está entre los diez países que más deforestan a nivel mundial.

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Esteros y desolación. Los esteros, donde el Estado y privados colaboran en tareas de preservación, y atienden la destrucción provocada por el fuego en el pulmón amazónico del planeta. | shutterstock / ap

“Mientras más insignificantes nos sentimos en comparación con la montaña, más cerca estamos de participar de su grandeza.”

Esa frase pertenece a Arne Naes, ecofilósofo, creador del concepto ecología profunda.

Palabras que se refieren a nuestra relación con la naturaleza, primordial para nuestras vidas. Pero la pregunta es ¿la estamos cuidando? ¿somos realmente conscientes de la importancia que tiene o el cambio climático es solo un concepto que oímos y dejamos pasar sin hacernos cargo?

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Vistos desde el cielo, los surcos de aguas son como venas azules que se entremezclan con islas de piel verde. Los Esteros del Iberá son uno de los humedales más grandes del mundo y cuentan con aproximadamente 700 mil hectáreas. Están en la provincia de Corrientes, al noreste de Argentina. Conforman un grupo de embalsados, es decir, como islas flotantes, lagunas. Las orillas son difíciles de transitar ya que en algunas zonas hay como arenas movedizas.

Para atravesarlos hay que hacerlo en balsas o sobrevolando la zona. Alrededor de la embarcación todo es agua, y cuando nos acercamos a alguna de las orillas, vemos yacarés de cerca reposando al sol, a veces junto a sus crías. Más lejos se pueden divisar ciervos y la figura estelar del recorrido: el carpincho.

A cargo del recorrido hay un guía, quien nos cuenta que los yacarés toman sol para templar su sangre y cargar energías, que fuera del agua son perezosos, pero debajo de ella   son salvajes. Nos cuenta que conoce cada uno de sus movimientos desde pequeño porque su padre guaraní era cazador.

“Es que antes de que esta fuera declarada zona protegida, en 1983, era zona de caza, de producción de arroz y ganadería. Con los años, la consciencia verde fue creciendo. Tanto fue así que los antiguos cazadores hoy son guías. Hay zonas que hoy son de parques provinciales y nacionales”.

La creación de áreas protegidas en Argentina se remonta a la primera donación de tierras que realizó Francisco Pascasio Moreno, en 1904. El Estado argentino, luego, declaró varios parques a lo largo de las fronteras para resguardar cuencas y bosques. En la Patagonia, menos del 5% del área tiene algún tipo de estado de conservación (en todo el mundo, el 13% de la tierra está bajo algún tipo de protección).

Según la FAO, Argentina está entre los 10 países que más deforestan a nivel mundial. En promedio, 300 mil hectáreas por año. Y los mayores responsables del desmonte son  el agronegocio, la ganadería y la soja transgénica que avanza sobre bosques nativos, territorio indígena y campesino.

“Argentina vive una situación muy parecida a lo que sucede en Amazonas, por los incendios y la deforestación. No hay tantos incendios, pero sí motosierras y grandes máquinas que deforestan a cada paso. En la zona del Gran Chaco existe una situación muy grave porque incluso Naciones Unidas indica que es uno de los 10 lugares donde más se deforesta en el mundo. El yaguareté está casi en extinción”, explica Enrique Viale, reconocido abogado ambientalista.

 

“La llegada de Tompkins acá fue conflictiva. La gente no lo entendía, sobre todo los productivistas que hacían arroz. No querían salir de la vera de la laguna. Un extranjero, yanqui, que compraba para donar. Quién se cree ese cuento. Acá no te cuentan toda la historia. Sacar las arroceras costó mucho. No lo entendíamos a Tompkins. Esos mismos que se quejaban son los que ahora viven del turismo. Pero en ese momento no supimos verlo”.

Eso dice uno de los encargados de un bar que hay en la costa de los Esteros en el poblado de Colonia Pellegrini, cuando bajamos del bote. Las comunidades de los Esteros viven alrededor de los embalsados: hay 10 municipios linderos. Este hombre recuerda que cuando el ya fallecido Douglas Tomkins, estadounidense, creador de  The Conservation Land Trust Argentina (CLT), desembarcó en Iberá, hace más de veinte años, nadie sabía nada de él.

Nunca voy a olvidar la primera vez que estuve en Iberá. No es el momento que más aprecio de mi vida”.

La que habla es Kristine Tompkins, esposa de Douglas, en un espanglish muy claro y dulce. Luego del recorrido en bote vamos a su casa en la Estancia El Socorro, en Iberá, un predio con construcciones de estilo colonial, bien espaciadas y con postales en cada rincón: caminan desde avestruces hasta ciervos en medio de un pantano.

En 1997, funda junto con Douglas CLT y en 2010 el equipo crea la Fundación Flora y Fauna Argentina como “una iniciativa de ciudadanos argentinos interesados en la ampliación de áreas protegidas para la conservación de la biodiversidad”.

Antes de entrar a su casa, hay que dejar el calzado en el recibidor.

“Bajamos en San Alonso y honestamente, así como bajé del avión le dije a Doug: Lets get out of here. Mucho calor, bichos, insectos. Todo plano. No me identifiqué para nada con Iberá. En cambio, Doug quedó fascinado. Yo hoy amo Iberá, pero en ese momento no lo reconocí porque no tenía los ojos abiertos a este tipo de paisaje. Para él, fue un click inmediato”.

Afuera hace mucho frío, pero adentro no se nota. Ella lleva un vestido corto, con las piernas al aire y una campera de la marca Patagonia. Su pelo largo y rubio está al natural: se nota que es una mujer en contacto con lo salvaje.

“Cuando llegamos  había muy poco conocimiento de la cuenca en sí. Hicimos un mapeo de la zona. Nadie sabía qué había acá. Empezamos a trabajar con la provincia, las escuelas. Y nos encontramos con esos mismos fantasmas de que nos íbamos a robar el agua y venderla a China. En Chile fue mucho peor. Sabemos que es un cambio inmenso. El uso del suelo siempre es una fuente de desacuerdos. Pero con el tiempo  todo cambió. No empezamos con un gran plan. Como casi todo en la vida, fuimos dando paso a paso y viendo qué era posible. Las primeras tierras las compramos en 1997. En 2001 compramos la Estancia El Socorro, que es donde estamos ahora. Ahí decidimos que esta sería la base de operaciones”.

Así fue que ese año se mudaron a los Esteros y empezaron a pasar gran parte del año allí. Su fin era crear una reserva natural de 30 mil hectáreas que fuera el mayor parque natural de la Argentina. Terminaron adquiriendo 150 mil hectáreas, de las cuales 80 mil ya donaron al Estado.

Es que, además de su casa, funciona una hostería de primer nivel, especialmente para turismo de elite, para quien quiera estar en contacto con la naturaleza. En edificaciones linderas hay una sede de la organización, casas de directivos, como Sofía Heinonen, responsable de CLT en la Argentina, biólogos y voluntarios.

Además de adquirir las tierras, buscan traer de vuelta especies que se han extinguido. Ya lo lograron con los osos hormigueros gigantes, venados de las pampas, tapires y pecaríes. La reintroducción de fauna localmente extinta se conoce como rewilding.

Traen animales de otros países, que en general son donados por zoológicos o centros de rescate. A pocos kilómetros se encuentra  el Centro Experimental de Crías del Yaguareté (CECY), ubicado en una isla de la Estancia San Alonso. Todo esto se hace en el marco de promover “una nueva economía a través del desarrollo de economías locales basadas en ecosistemas completos, que además fomente el ecoturismo, en beneficio de las comunidades locales”.

Hasta el momento,  Fundación Flora y Fauna y The Conservation Land Trust Argentina ya adquirieron y donaron un total de 280 mil hectáreas a la Administración de Parques Nacionales para la ampliación del Parque Nacional Perito Moreno y la creación de los Parques Nacionales Iberá (Corrientes), Patagonia, Aconquija y Monte León. También colaboraron en la creación del Parque Nacional Impenetrable (Chaco) mediante la gestión de búsqueda de fondos y  se comprometieron a donar al menos 145 mil hectáreas adicionales para completar la protección de esas áreas.

 

Enrique Viale plantea que la solución a la situación que se vive actualmente de crisis ambiental en Argentina debe tener una mirada amplia: “Crear parques nacionales es una buena medida, pero no es suficiente ni tampoco es la solución final. No queremos que se simplifique la cosa, ni quedarnos en una mirada paternalista de organizaciones internacionales. Porque sucede que se protege esa zona, pero después los alrededores son áreas liberadas. Hay que repensar el modelo de agricultura, hacer un plan de deforestación cero y no sobreexplotar la naturaleza; hay que pensar en un encadenamiento productivo. Desde la década del 90 hasta ahora se han perdido casi ocho millones de hectáreas, una superficie igual a Irlanda, por el avance de las fronteras agropecuarias”.

 

Kris vive algunos meses al año en Iberá. Otros en Chile y en California. Sobre la mesa de la cocina de la casa  hay pinturas de flores de Van Gogh. La pintura aún está fresca.

“Nosotros crecimos en un ambiente de orgullo de los parques nacionales como país (en referencia a Estados Unidos). Ustedes tienen el tercer lugar en el mundo con mayor cantidad de parques, después de Australia y Estados Unidos. Pero no los visitan tanto. No tienen una gran relación con los parques. Legalmente son de ustedes y tienen que protegerlos. Tienen un país hermoso y más grande que muchos otros”.

Se hace un silencio.

—¿Qué opina de la situación actual con la crisis ambiental?

—El planeta está en crisis y cuando la naturaleza está fuera de equilibrio, sufrimos todos. Nuestro aporte es actuar contra el cambio climático y hablar. El silencio es un crimen. Yo crecí en los 60, 70, con todo el movimiento de paz, feminismo, Vietnam; venimos de esa generación con Doug. Hoy hay una generación que no hizo nada. Pero hay jóvenes de 15 a 30, donde está pasando algo muy interesante. El otro día una chica me dijo: “Vos vas a morir por tus viajes, pero yo, por el cambio   climático”. n

*Esta crónica forma parte del portal de historias.

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Los humanos somos meros visitantes de un mundo ajeno.

Gabriela Kriel

Habitamos una América Latina que cambia montañas por agujeros megamineros, transformando ríos en soluciones de cianuro, selvas en plantanciones de soja, que luego serán inevitables desiertos. El mar se vacía mediante la pesquería de arrastre, la producción de alimentos se transforma en exportación de commodities, a medida que los venenos aumentan en nuestras mesas. Se van transformando los paisajes junto con los modos de habitar. En todos estos procesos, el rol de las ciencias no es trivial y mucho menos neutral. Las ciencias naturales, y sobre todo la biología, ocupan un lugar neurálgico en el desarrollo y la aplicación de biotecnologías que suponen transformaciones socioambientales profundas.

Los organismos conservacionistas internacionales han aparecido luego de la Segunda Guerra Mundial, sobre todo a partir de la década de 1960, en países industrializados, principalmente en Estados Unidos (Adams 2004). Las organizaciones que analizaremos son algunas de las más importantes a escala global: WWF, fundada en 1961, Conservation International (CI).

La naturaleza tiene pues un dominio disímil al de lo social: los humanos somos meros visitantes de un mundo ajeno. Esta separación se puede rastrear ya en la “prehistoria” del conservacionismo internacional. Uno de los padres de este movimiento, John Muir, ha sido el principal impulsor para la creación de reservas naturales (Adams 2004; Callicott 1990). La tradición de áreas protegidas y parques nacionales, que se gestó en los Estados Unidos a comienzos del siglo veinte, manifiesta una explícita separación de esferas. Cualquier aspecto humano debe ser separado para conservar la naturaleza, pues, como señala Muir. “Los indios caminan despacio y dañan más fuertemente el paisaje que las aves y las ardillas” (Nabhan 1995 en Sarkar 1999: 405). Así, los espacios naturales han sido delimitados en torno a la expulsión de comunidades locales. Vemos entonces que en cuanto al dualismo naturaleza-cultura, la noción de naturaleza en el conservacionismo excluye al hombre desde su mera materialidad. Respecto de su dominio es meramente terrícola e incluye ambientes prístinos y especies carismáticas.

*Doctora en Ciencias Biológicas.