Corría 1973, uno de los años más intensos de la historia argentina. El triunfo de Cámpora, el regreso de Perón, la presencia inquietante de la guerrilla, y la discusión entre la patria socialista y la patria peronista tensaban el ambiente y generaban una mezcla de euforia e incertidumbre que recorría todo el país.
Sin embargo, en ese año se estrena una película muy curiosa: en la primera escena un jovencísimo Ricardo Bauleo caracterizaba a un periodista preguntando a algunos transeúntes: ¿Usted qué haría si ganara 800 millones de pesos? La primera respuesta, completamente de época, la da una mujer rubia muy joven (Erika Wallner): “Lo primero, comprar un tapado de visón”. Se trataba de la película Yo gané el Prode, ¿y Usted? El Prode significó durante mucho tiempo la posibilidad de “salvarse”, “salir de pobre”, y un hecho tan importante que mereció la realización de una película que retrataba esa remota posibilidad en el medio de un país sacudido por las novedades políticas.
Acontecimientos. Desde aquellos años 70, pasaron en Argentina cientos de acontecimientos, experimentos económicos diversos, y procesos políticos que marcaron a fuego la historia argentina y sus habitantes como la muerte de Perón, la sangrienta dictadura militar, la Guerra de las Malvinas, el juicio a las Juntas Militares llevado adelante por el gobierno de Raúl Alfonsín, los saqueos y la hiperinflación, el proyecto menemista de la convertibilidad, la Alianza, la caída de Fernando de la Rúa, la crisis disolvente del 2001, los 12 años kirchneristas y actualmente el ascenso de un gobierno de Mauricio Macri por fuera de los partidos tradicionales.
Muchos de estos procesos tienen una matriz en común, generaron una gran adhesión y expectativas para terminar en un fracaso y en una profunda decepción.
Todas estas experiencias fueron generando una dualidad en los argentinos, una marca cultural que les permite transitar entre sentimientos opuestos, un manojo de contradicciones que forjaron un peculiar “ser nacional”, que se ha ido moldeando con el transcurso de los años. Pasionales pero pragmáticos, familieros pero desconfiados, solidarios pero egocéntricos, son polos que se encuentran en permanente disputa y que en distintos momentos históricos se trasladaron a la arena política, en forma de polarización.
Los argentinos creen cosas. En la encuesta realizada por la Corporación Latinobarómetro en 2017 se observan algunos resultados relevantes: el 45,3% de los argentinos sostuvo que el país estaba estancado mientras el 32,3% expresó que estaba en retroceso. Por otra parte, solo el 19,6% cree que se puede confiar en la mayoría de las personas. El 83,4% cree que la distribución del ingreso es injusta o muy injusta, pero a la vez el 52,4% cree que se puede pagar el precio de cierta corrupción siempre que se solucionen los problemas del país.
Cuando se pide una opinión sobre los argentinos en entrevistas y focus groups, surgen ideas de gran consenso como que “no nos gusta seguir las reglas”, “somos brillantes, pero un poco egoístas”, “tenemos gran capacidad para adaptarnos”, “nos destacamos en cualquier parte del mundo”, “somos individualistas, por eso no nos podemos poner de acuerdo” y una frase para pensar: “no queremos mucho a nuestro país, salvo cuando juega la Selección”. Evidentemente los argentinos tienen problemas para seguir las reglas, aun para las básicas que nos protegen como las que organizan el tránsito. Aquí los políticos lideran el (mal) ejemplo: “pusieron las PASO para elegir candidatos y hacen lo imposible para evitarla”.
Las creencias son la base de las percepciones sociales, y se construyen lentamente a través de las experiencias personales, pero también a través de los relatos intergeneracionales. Para uno de los padres de la sociología, el francés Emile Durkheim las creencias más los ritos constituyen los fenómenos religiosos, modalidad que se puede extender a otros fenómenos como la constitución de imaginario social de la mítica argentinidad.
La construcción de las culpas. Uno de los discursos que circula con intensidad es que la Argentina fue un país próspero en el pasado, y en algún momento de la historia esto se quebró, llevando al país al estancamiento y/o retroceso. Curiosamente esta idea tiene un amplio consenso, pero se suele buscar “un culpable” de esta fractura que diverge según las posiciones políticas de quienes lo explican y que va cambiando con los climas de época. Así la culpa se la puede adjudicar al peronismo, a la dictadura militar, al imperialismo, y las corporaciones empresarias, o a los políticos en general. Un nuevo factor se ha sumado últimamente que es el populismo, y asociado a éste el “Estado devorador que ahoga a la actividad privada”. No obstante, en estos días los políticos vuelven a estar en la picota. Un estudio de Ipsos Public Affairs de este mes de julio muestra que el 68% de los argentinos creen que los políticos no contribuyen o directamente son perjudiciales para el país.
Rara vez la culpa de los problemas del país adquiere la forma de la primera persona. Por el contrario, los argentinos se suelen considerar víctimas de decisiones que tomaron otros, y de allí fue creciendo el mito de que los argentinos han “nacido para sufrir”, una suerte de condena transhistórica, y una estrategia para sobrevivir en esta jungla es… comprar dólares. No existe prohibición alguna que pueda desalentar a los argentinos en su deseo (posible o no, dependiendo de los ingresos) de traducir sus ahorros en la verde moneda. Como ha pasado otras veces, el día que el gobierno de Cristina F. de Kirchner anunció los controles de cambio en 2011, apareció automáticamente la cotización del dólar “blue” (con la imaginación argentina inagotable para crear eufemismos).
Avances y retrocesos. Es verdad que las cíclicas crisis económicas, han ido empobreciendo al grueso de los argentinos y enriquecido a unos pocos, y la devaluación de la moneda nacional ha sido uno de los efectos más visibles. Desde 1969 el país tuvo seis tipos de moneda y se le han quitado 13 ceros, se podría decir que un dólar valdría hoy 280.000.000.000.000 de pesos moneda nacional. Por eso la convertibilidad 1 a 1 fue tan popular, el sueño de una moneda argentina a la par del dólar. Porque para el imaginario nacional el dólar es más que una reserva de valor, es una conexión con el mundo, la suma de todas las aspiraciones, por eso también son tan impopulares las devaluaciones, es un retroceso de muchas casillas en el Juego de la Oca mental.
A pesar de todo algunas cifras muestran que Argentina es un país relevante. Siendo el octavo país en el mundo según su extensión, el Banco Mundial para 2017 lo ubicaba en el lugar 21 por el tamaño de su economía, mientras que en el índice de desarrollo humano que realiza el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, Argentina ocupaba el puesto 45 en 2016, calificación considerada como muy alta para el organismo. Contribuye a esta calificación la extensa red de servicios de salud estatal y la escuela pública inclusiva, recursos que no son habituales en otras partes de Latinoamérica y en muchas partes del mundo. Ambos servicios, aunque con evidentes problemas siguen contribuyendo a la equidad.
Sin embargo, en esta etapa, los servicios públicos provistos por el Estado son poco valorados por los argentinos, especialmente los de clase media, que a partir de los años 90 comienzan a creer que los servicios privados son de mayor calidad, y piensan que pagan con sus impuestos servicios que no usan, en sintonía con una frase que flota en nuestro imaginario: ¡sálvese quien pueda!
*Sociólogo (@cfdeangelis)