Casi 15 millones de personas que viven en el área metropolitana (el 36% de la población del país) producen 17 mil toneladas de basura al día, es decir, poco más de un kilo de residuo diario por habitante. Estas cifras oficiales de la Ceamse no serían un problema si existieran políticas públicas estables y permanentes para reciclar la basura y lograr su reingreso al sistema productivo, ahorrando energía y optimizando los recursos. Pero no es así. Sólo existen iniciativas aisladas y de la sociedad civil.
Es el caso de la cooperativa de trabajo Creando Conciencia, que realiza una tarea modelo: en 2012 recuperó 660 toneladas de basura seca en los barrios cerrados que rodean el complejo Nordelta, contra las 1.981 toneladas de basura no clasificada que se trasladaron ese mismo año a la Ceamse. “Recuperamos la cuarta parte de la basura que nuestros vecinos separan en origen, lo que es un buen número, y aun más importante, en los barrios donde trabajamos la gente va tomando más conciencia sobre el tema”. La totalidad de los integrantes de la cooperativa de trabajo vive de su tarea de separación y clasificación de basura, pero “también nos interesa crear conciencia ecológica”, explicó Edgardo Jalil, presidente de la ONG.
La organización civil recolecta en origen, puerta a puerta, con tres camiones propios en unas nueve mil casas de más de treinta barrios de Benavídez y Nuevo Delta, al norte del conurbano bonaerense, basura seca que puede ser recuperada. Ellos no pelean con los cartoneros, sino que se complementan porque trabajan dentro de los barrios cerrados, donde los cartoneros no pueden entrar.
“Tenemos dos pilares que nos guían –dijo Jalill–: uno es la inclusión social y el otro el medio ambiente. Hay diez materiales cuyo reciclado da dinero (el cartón, los bidones de aceite o de lavandina, los tetra briks, el papel, etc.), pero nosotros, por compromiso ambiental, les buscamos una solución a la botella de leche, la silla del jardín, la manguera de riego, la de pileta y el polietileno que nuestros vecinos descartan”, explicó.
En la cooperativa, que se constituyó en 2004, trabajan cuarenta personas. Algunas pertenecen a una misma familia, y el grupo de trabajadores, en asamblea, toma las principales decisiones: cómo comercializar los productos, la organización del trabajo, en qué se gasta lo recaudado o qué sueldos se pagan. También solucionan los problemas cotidianos de las familias. “Una vez al mes agarramos la camioneta y hacemos compras comunitarias: fideos, frutas, leche, latas, todo lo necesario para que la familia coma en el mes, y lo descontamos del sueldo próximo. Las chicas se ahorran entre 40% y 50% en la economía familiar porque compramos todo mayorista. Esta es una empresa social”, indicó Jalil, que se unió al emprendimiento cuando, en 2003, empezó a ver cómo mermaban sus ingresos por su trabajo de tornero. Un amigo de él, Ramiro, que ya integraba el proyecto de Creando, le pidió que se sumara a la iniciativa. “Empecé como supervisor de camiones, después fui encargado de ventas y ahora la asamblea me eligió como presidente”, contó.
Los sueldos de los trabajadores son parejos, sea cual sea la tarea que realicen. Los que menos ganan superan los tres mil pesos, y el cargo más alto –el de Jalil, por ejemplo– llega a los seis mil. Claro, pero el suyo es trabajo full time.
Los cooperativistas de Creando hacen un turno de 8 a 16. Algunos manejan los tres camiones y recolectan, otros se encargan de la comercialización, pero la mayoría clasifica la basura que llega a la planta de Benavídez en los tres camiones. Es el caso de Ema, 40 años, que está en la cooperativa desde hace cuatro años. “Fui y vine muchas veces”, admite en diálogo con PERFIL. Es madre de 12 hijos, y trabajó por su cuenta durante un tiempo como empleada doméstica y luego fue cartonera. El mayor de sus hijos, de 22, trabaja con ella en Creando, y la menor tiene apenas 2 años. “Es más tranquilo acá. Yo ya sabía el trabajo porque juntaba cartón en la calle. Pero esto es menos peligroso, no tenés que estar dando vueltas, y lo mejor es que tus compañeros te entienden, nos ponemos de acuerdo entre todos. ¿Lo más feo de este trabajo?”. No duda: “Los días de frío y cuando llueve”.
Morón apuesta al reciclado. Hace tres años el Municipio de Morón inició una experiencia piloto con la misma filosofía: recolectar y separar en origen los residuos secos entre unas seis mil familias de la comuna. Para complementar el trabajo del Estado promovieron la creación de una cooperativa integrada por ex recolectores y cartoneros de la zona que hacían su trabajo en forma individual. Los organizaron y empezaron a hacerles aportes previsionales, los inscribieron en una obra social y los capacitaron. Hoy esa cooperativa ya tiene treinta integrantes.
En marzo último, el Municipio inició una apuesta fuerte: extender su programa “El día verde” a las 120 mil casas instaladas en su región. Cada localidad (Villa Sarmiento, Haedo, Palomar, Morón y Castelar) tiene que separar su basura seca inorgánica y colocarla en cestos que la municipalidad instaló especialmente, y sabe con certeza que un día determinado de la semana los camiones municipales pasan a buscarla y la llevan a la Planta de Clasificación y Procesamiento instalada especialmente en Pueyrredón y Arenales, en Morón.
“En Morón se producen 400 toneladas de residuos por día y sabemos que son reciclables cien toneladas, el 25% del total. Estamos recuperando la mitad de esas cien mil toneladas, que es nuestra meta”, precisó a PERFIL Lucas Ghi, intendente de Morón.
El jefe comunal reconoció que hay intentos en otros partidos, pero los casos que conoce son siempre experiencias piloto, y en ese sentido, admite, lo de Morón es arriesgado, pero obedece a “una convicción ideológica: queremos darles trabajo a las familias al tiempo de llevar adelante una política eficiente de uso de los recursos naturales. Con el programa ‘El día verde’ se contamina menos, pero también se hace un uso racional de los recursos naturales. Estamos evitando enterrar capital. En lugar de enterrar una botella, la trabajamos y volvemos a comercializarla, recuperando ese residuo para el circuito de la productividad”, dijo.
El vendedor
Alberto tiene 70 años y en su vida activa fue bombero. “El primer día de trabajo tuve que ir a buscar a una persona que había arrollado el tren. Siempre me tomé el tema con cierta tranquilidad. Sabía que cumplía una función única, pero no fue fácil”, contó.
Hace unos años se jubiló, pero como siempre le gustó trabajar, no podía quedarse quieto. “Desde los 6 años venía a Benavídez para buscar verdura en la quinta de mi abuelo y venderla con mi familia con los que vivía en Ballester”, recordó. Ahora su compañera y él trabajan en la cooperativa. “Empecé a trabajar de chofer de uno de los camiones y ahora me pusieron a cargo de ventas. Me gusta trabajar acá porque siempre necesité estar haciendo algo y Benavídez me encanta, me vine a vivir al barrio”, contó este hombre corpulento que es padre de cuatro hijos y abuelo de cinco nietos.