El piso es de tierra o, mejor dicho, no hay piso. Los troncos amurados uno al lado del otro hacen de pared. El techo es de chapa. No hay puerta. Por dentro, un par de camas sin sábanas. Sobre una de ellas, un bebé acostado mira el techo y se ríe. Bonifacio es el tío del niño y dueño de este “rancho”, como él lo llama. Hace ocho años que vive allí. Dice que insistió para obtener una vivienda de mejor calidad, pero nunca tuvo respuesta. Bonifacio es miembro de la Comunidad La Primavera, que queda a 130 kilómetros de la capital de Formosa por las rutas 11 y 86. A los costados se ven palmeras.
PERFIL recorrió la comunidad que lidera Félix Díaz, aunque el gobierno de Formosa no reconozca su liderazgo elegido democráticamente en 2011. A primera vista se evidencia una caracteristica muy desigual. No todas las casas son de madera de palma y barro como la de Bonifacio. Hay ciertas viviendas que son de material.
—¿Por qué hay casas tan diferentes a otras?
—Por política, responde Jerónima Díaz, quien tiene cuatro hijos y en 2005 realizó un pedido oficial de vivienda al Instituto provincial de Viviendas de la provincia. Tiempo más tarde fue a reclamar a esta dependencia y al Instituto de Comunidades Aborígenes de Formosa (ICA), donde obtuvo una respuesta muy particular: le dijeron que en los papeles figuraba que su casa ya había sido construida. Ella le señala con el dedo su hogar a PERFIL: “como pueden ver es una mentira”, dice mientras se puede observar su casa de madera y adobe. Pero esto no sólo le sucede a Jerónima. Según cuentan los vecinos consultados por el diario, las viviendas son utilizadas como “aprietes”. Los que defienden y se alinean a las políticas del gobernador Gildo Insfrán -un hombre que se mantiene en el poder desde 1987 (fue menemista, tuvo buena relación con la Alianza, fue duhaldista y ahora kirchnerista) obtienen casas a cambio. Hasta el mismo organismo nacional, el Instituto Indígena Nacional (INAI), reconoce esta diferencia en la calidad de construcción: el 40% es de cemento contra un 60% de barro y madera. Un número que se refleja en los resultados de las elecciones del 25 de noviembre de 2011, cuando Félix se enfrentó a los comicios contra el pastor kirchnerista Cristino Sanabria, y se impuso con el 62,3% de los sufragios.
La tierra. En La Primavera, cuyo nombre qom es Napocna Navogoh, viven 2000 habitantes dispersos a lo largo de 3300 hectáreas. Ellos reclaman más de cinco mil hectáreas. Es que hay tierras que son ocupadas por una familia de origen paraguayo de apellido Celía; el resto por Parques Nacionales y otra parte estaba destinada a la Universidad Nacional de Formosa. Aunque en la última citación de la Corte Suprema, hace quince días, anunciaron su retiro. Estas héctareas por las que luchan están del otro lado de la ruta 86. Donde viven los miembros de La Primavera hay dos accesos que están custodiados por Gendarmería Nacional, como parte de la medida cautelar de la Corte Interamericana de Derechos Humanos de garantizar la integridad de la comunidad que rige desde 2011. Luego del violento desalojo del 23 de noviembre de 2010 que sufrió la comunidad, cuando cortaba la ruta en el reclamo por sus tierras -en el cual murió el abuelo qom Roberto López y el policía Eber Falcón- las fuerzas policiales no pudieron acercarse más al lugar. Aunque, hace unas semanas, a raíz de la golpiza sufrida por el hijo de Félix Díaz, Abelardo de 21 años y la muerte hace unos meses de uno de sus sobrinos, producto de un ataque al costado de la ruta, la policía volvió a ingresar a Napocha Navogoh.
“Félix Díaz es nuestra esperanza de que esto cambie”, dice “Panqué”, una mujer cuyos surcos de la cara marcan los 70 años que tiene. Vive en su “rancho” desde que nació. Es muy temerosa con toda persona ajena porque fue víctima de la represión policial. Camina diez horas diarias para vender sus artesanías: hace escobas con los frutos de las palmeras. Cuestan diez pesos. La venta de artesanías es su manera de sobrevivir, como pasa con la gran mayoría de las mujeres de la comunidad. Muchas hacen canastos con palmas y totoras, también tejidos. Los hombres viven de “changas”, venden parte de los frutos de su cosecha, cuando la hay. “La tierra es nuestra vida”, dice la mujer de 70 años. Algunos cobran pensiones o jubilaciones, que también suelen ser “marcadas a dedo”. Muestra de ello es la historia de Samuel Igarcete, quien también fue golpeado por la policía provincial. Samuel tiene una urgente necesidad de recibir ayuda ya que a raíz de la golpiza quedó inválido y no tiene los medios económicos si quiera para que sus hijos puedan ir a la escuela. Sin embargo, parece estar marcado como parte de la lucha, entonces el gobierno le da la espalda. Lo mismo sucede con infinidad de qom a quienes hasta los pueden llegar a echar de sus trabajos si los ven reclamando.
Tortas fritas. Las comidas típicas que suelen comer los integrantes son batatas, papas, arroz y porotos. “Lo que nos de la tierra”, dicen. También “torta” por las tortas fritas. “Los que pueden ir a comprar a almacenes y no tienen dinero, allí les retienen sus DNIs hasta que les vayan a pagar”, explica Pánfilo Ayala, presidente de la asociación de productores bananeros de Formosa.
Conseguir trabajo es una dificultad por la falta de capacitación. Algunos -pocos- terminan los estudios primarios. Las generaciones mayores no suelen leer, ni escribir, sólo hablan toba. En la comunidad hay dos escuelas primarias, una es “Nicolás Avellaneda”, donde asiste la mayoría de los niños. Pero allí varios miembros dicen que la educación es “criolla”, esto quiere decir que no existe una educación integral bilingüe, ni con conocimientos pluriculturales. Existen algunos maestros “memas” que hablan toba y castellano, pero no se los convoca. También hay otro colegio “Patricias Argentinas” que tiene designada una maestra que está de licencia hace cuatro años. El edificio moderno se encuentra detrás del CIC, un centro integrador comunitario, que está custodiado por Gendarmería y aloja la radio Qom, que hace un año que funciona gracias a la lucha de Resistencia Qom, una organización que funciona en Buenos Aires en apoyo a la comunidad, en convenio con la radio comunitaria La Tribu, que donó los equipos.
Otro problema es el agua y la electricidad. Ellos históricamente sacaban agua de la Laguna Blanca, pero quedó dentro de la propiedad de los Celía. Por lo cual, el agua que ingresa a la comunidad es por aljibes o una red precaria. Algunas casas tienen canillas en su exterior, pero es limitado el acceso, sale cada ciertas horas. Con la electricidad sucede algo similar. Una cooperativa se encarga de tender las redes. Pero los costos son muy altos. Jerónima paga $200 mensuales por sólo tener una lámparita y una televisión. En relación a la salud, Diego Romero, presidente del Sindicato de Trabajores de la Salud (SITRASA) afirma que a la comunidad ingresa una ambulancia de Laguna Blanca, un municipio lindero, que tiene un sólo chófer, por lo cual, “funciona tres horas por día”. En la comunidad no hay salas de salud. Dependiendo de la complejidad, se traslada a los pacientes a Laguna Blanca o Clorinda, donde “suelen ser discriminados”.
El tema de la calidad y forma de vida fue muy discutido en la Cumbre de Pueblos Indígenas de Argentina que se realizó esta semana en Formosa. “Nosotros tenemos nuestras tradiciones, pero queremos que vivir mejor sea una opción”, afirma Rafael Justo, miembro de la comunidad. Desde la Red de Medios Alternativos afirman que los pueblos originarios “no piden una política asistencialista, sino una política social integradora; hecha a medida de cada cultura”.