Hay músicas que parecen venir del pasado, pero hablan con voz del presente. La tarantela –con sus giros vertiginosos, sus panderetas, sus voces que parecen nacer de la tierra– es una de ellas. Nacida en el sur de Italia como rito campesino y danza de curación, la tarantela fue durante siglos un lenguaje del cuerpo: movimiento, trance, comunidad. Su ritmo enérgico, asociado al antiguo mito del tarantismo –la “cura” mediante el baile frenético frente a la picadura de la tarántula–, condensaba una verdad más profunda: que el movimiento colectivo podía expulsar el malestar, reconectar al individuo con la comunidad.
Esa antigua “taranta” no ha desaparecido, solo ha cambiado. Hoy, en pleno siglo XXI, sigue sonando como un llamado a reencontrar lo humano en medio del ruido digital. “Desde hace décadas trabajo reconstruyendo identidades musicales con instrumentos tradicionales, algunos con raíces arcaicas”, dice Ambrogio Sparagna, músico, etnomusicólogo y compositor, figura clave de la música popular italiana. “Cada vez noto que el público necesita más de estas sonoridades, porque logran recrear una señal de fiesta colectiva. Escuchar juntos, con instrumentos que respiran, ayuda a restablecer una relación más sana con la experiencia del escuchar”.
El hombre del organetto
Sparagna, discípulo del investigador Diego Carpitella, fue uno de los primeros en sistematizar el estudio y la interpretación de la música popular del centro y sur de Italia. En los años ochenta fundó la primera escuela de música popular del país y más tarde creó la Orchestra Popolare Italiana, un grupo residente del Auditorium Parco della Musica de Roma que reúne instrumentos que parecían olvidados: zampoñas, ciaramelas, guitarras batientes, tamburellos, violines y flautas tradicionales.
“Cuando en los noventa comencé a trabajar con orquestas populares, me di cuenta de que los músicos no eran profesionales en el sentido académico, pero tenían una energía irrepetible”, explica. “Esa espontaneidad, que en otro contexto se vería como caos, se convirtió en una fuerza creativa. La música popular no se estudia: se vive”.
Fue maestro concertador del festival La Notte della Taranta en Apulia, donde introdujo la idea –hoy mítica– de una orquesta construida sobre instrumentos populares. “Creo que ese pensamiento orquestal fue un aporte decisivo para el éxito de aquel festival”, recuerda. “Muchos años después, sigue resonando en mis trabajos, como en Taranta d’amore”.
Al encuentro
A lo largo de la conversación, Sparagna repite una palabra: gioia. “Si tuviera que definir Taranta d’amore en una sola palabra, sería alegría”, dice sin dudar. Pero no se trata de una alegría superficial. “Las tarantelas siguen hablando de lo mismo que contaban en el pasado: la necesidad de construir lazos de afecto y comunión entre las personas”.
Esa alegría tiene algo de resistencia. En tiempos dominados por pantallas, algoritmos y auriculares, la suya es una propuesta de reencuentro físico, coral. “El ritmo de la tarantela es tan contagioso que basta poco para que todos se vuelvan protagonistas del espectáculo, no solo quien toca sino también quien escucha”.
Para Sparagna, cada concierto es una celebración y una restitución. “La música popular tiene la fuerza de la melodía que llega directamente al corazón. Es un don que los italianos todavía conservan y que deben, a toda costa, preservar y valorizar”.
Un puente de música
Una presentación en Buenos Aires tiene un valor simbólico particular. “Hay un vínculo fortísimo entre Italia y Argentina, hecho de historias, de rostros, de sonidos. En cada pueblo italiano resuenan los ecos de ese lazo, que sigue marcando profundamente nuestras culturas”, dice el músico.
Esa relación se materializará en el escenario con el encuentro entre la taranta y el tango: el espectáculo Taranta d’amore –Ambrogio Sparagna & Orchestra Popolare Italiana–, gratuito, en el Teatro Coliseo (Buenos Aires), contará con la participación del grupo argentino La Chicana, exponente de la renovación del tango contemporáneo. “Este diálogo es un signo cálido de búsqueda artística y humana –explica Sparagna–, parte del trabajo que todo músico debería intentar construir en su recorrido”.
En ese cruce de tradiciones, el rito campesino del sur de Italia y el universo urbano porteño se miran y se reconocen. No se trata de fusión, sino de correspondencia: una conversación entre melodías que comparten el mismo pulso melancólico y vital.
“Me gustaría que el público argentino cante con nosotros durante el concierto –dice Sparagna–, para que luego se lleve a casa el recuerdo de melodías y sonoridades típicas de nuestra cultura”. Ese deseo resume el espíritu de Taranta d’amore: un espectáculo que invita en octubre no solo a mirar, sino a participar.
*Anna Lanzani. Consultora Connectar; profesora de Marketing y Estrategia de la Universidad de Bolonia en su campus de Buenos Aires.