Es de temer cuando se espera que los psicólogos opinen de política. Me refiero a aquellos que sostienen una orientación psicoanalítica, que son la mayoría en nuestro entorno. De los que sostienen otras adhesiones no podría decir, aunque lo supongo similar.
He observado tres opciones genéricas. La primera es la aplicación de un saber teórico destinado a otro objeto y a otro objetivo. Se nota rápidamente un texto oleoso: se prueba suerte de emboquillada. Palabras que se tornan incomprensibles para el lector motivado, que le hacen imaginar que hay un gran saber, pero en otro lado o, mejor aún, le hacen denunciar una hipérbole que navega las “nubes de Ubeda”, en defensa de la sensatez. Aplicado a las propias coyunturas políticas de sus instituciones, las más, son engañosas y crepitan en su forzamiento.
La segunda es cuando se alinean sus preconceptos teóricos con el saber popular del momento, lo que “se viste”, los viste, operación siempre facilitada porque no hay que explicar nada. Se observa en algunas variantes de lo que se denominaba pensamiento “psicobolche” en los 90 y que hoy se llama pensamiento “progre”. Gloria Alvarez, en Cómo hablar con un progre, lo desnuda. Aunque duela y aunque ella sea algo imprecisa y declamativa. Basta sacudir lo que sobra y quedan ideas que queman pestañas, pues uno se reconoce. Haciendo fuerza, en ese pensamiento progre, todo cierra y se torna contundente e imperativo. Necesario y evidente.
No pocos análisis político- psicológicos padecen de estas opciones. A veces de ambas. Se pueden leer en diversas publicaciones y periódicos. Se esgrimen frases conceptuosas y el lector siente una fatigosa falta de aire, pues no ofrecen descubrimientos.
Pero hay una tercera posibilidad: cuando el psicólogo navega en aguas diversas. Para ello, debe descreer de algunas certezas y obligaciones, y disponerse a comprender los otros universos, ajenos. Como se puede decir, explora con su ignorancia. Daniel Guebel se lo hace decir a un personaje de El absoluto: “Tu problema no es lo que ignoras, sino lo que olvidas que sabes”. Es material más escaso, pero se consigue. Es esta variedad de psicólogo el que puede ser útil para pensar una campaña electoral, pero difícilmente hacerla él mismo. O sea, puede proponer algunas ideas claves y claras: básicamente pares apositivos y series de consecuencias: si tal cosa, entonces tal otra.
Un par: “Sentimiento de culpa versus éxito”. La tendencia de culpabilizar a los sujetos por no adecuarse a las condiciones materiales de producción y reparto de ingresos es inducida por su peso ideológico, hoy denominado paradigma. “Si fracasas, es tu culpa”. Eso es claro en libros tornados best-sellers transnacionales, como la fábula Quién se ha llevado mi queso, del olvidable y prolífico Spencer Johnson. Se puede visualizar en la paralización, desconcierto e incluso en la depresión, como inhibición o cancelación del “deseo”: “No veo posibilidades y no haga nada”. El éxito arriba si se siguen las prescripciones convenientes. Esto lleva a la adhesión a discursos que prometen, si bien no la salvación, lo más parecido a ello. Se condensa en: “Tú puedes, si sigues mis indicaciones y me sigues”.
Segundo par: “Demanda versus o igual deseo”. La demanda puede ser ilimitada y fuera de este mundo. Reclama de un forzamiento de las condiciones, independiente de que con ello sólo se convoque al diluvio universal. No atiende razones, aunque las esgrime profusamente. Sólo necesita que un político las enuncie como realizables o como posibles de ser prometidas. En eso abrevan todos. ¿Pero qué se demanda? Aquello que se supone que satura el “deseo”, siempre de orden inconsciente. Motor de búsqueda en la vida, imposible de satisfacer, porque el hombre es un ser mortal, de necesidad y carencia. No está a la altura de lo que la cultura requiere de él: implicando renuncia y habilitación. La pregunta allí es siempre: “¿Qué quiere alguien cuando quiere algo?”. La habilidad es encontrarlo, encausando la demanda. Eso hace el publicista: descubre por qué te conviene tal o cual mayonesa. Eso hace la propaganda política, cuando acierta. “Hacer de lo que propongo que demandes la equivalencia a la satisfacción de tu deseo”. Sin duda, es un arte.
Tercer par: “Neoliberalismo versus o igual felicidad”. Las condiciones de producción y de gestión económica contemporáneas, de alcance mundial, se satisfacen en el término “neoliberalismo”. Su significado es conocido, no lo abundaré, pero anhelo descontar las referencias demoníacas o celestiales, que lo sacuden en demasía. La adhesión pone allí un signo de igual, de equivalencia. Allí, el llamado a un “gran padre” representa el poder del que el sujeto carece. El problema es que lo más frecuente sea que el gran padre termine transformado en el Big Brother de Orwell, y por ello enfatizo la demoníaca. Se encuentra con facilidad el causante de la infelicidad. Sean las empresas multinacionales, el poder financiero, el “mercado”, la prensa o el imperio. Hay veces que han sido los judíos, a la vez capitalistas y comunistas, como en la Alemania nazi. Hoy son los rohinyás en Myanmar. El enemigo y causante es identificable. ¿Los reeducados en los gulags del exterminio estaliniano? Jorge Aleman lo denomina “recurso al totalitarismo”.
Logro. Enfatizo el aspecto de “felicidad”, que nadie puede dar. Pero sí lo dan los libros de autoayuda, que en verdad no lo son: siempre hay alguien que prescribe lo que debes hacer y él mismo representa. “Si no lo logras, es tu fracaso”. Por fin alguien que, además de la astrología matutina, te conoce a vos, más que vos mismo, y encima te ayuda. Los “pastores brasucas” son maestros en ello, y debes agradecer que te diezmen. “Subjetividad subordinada”, acuña Aleman. Decía Jorge Amado, en una entrevista: “Pensaba por la cabeza de mi pai (Stalin). Se debe pensar por uno mismo”. Lo salvan la honestidad y la maravilla de sus novelas.
Como se ve, el par ignorar/saber es clave para generar verdades mentirosas, oxímoron del film de Schwarzenegger –dos veces negro, siendo él blanco y un musculoso político. Para concluir, estos recursos, y debe haber muchos más y más sutiles, los utilizan todos los políticos. Desde la metáfora banal del collar de tira de asado, los globos inflados y la marcha que combate al capital, hasta la oferta de la semana breve y bien paga. Se ofrece lo que no hay y tampoco se tiene. Es el amor lacaniano.
Gobernar es otra cosa. Para esas jugadas hay profesionales, no necesariamente psicólogos, que abrevan de diversas fuentes, que pueden aportar ideas como las anteriores, que no intoxican con la necedad y alientan la inventiva. Ciertamente, pueden colaborar en armar la partida con recursos de facilitación de diálogos, negociación y liderazgo de equipos. Como en el ajedrez, no siempre se gana, pero si se aprende del error, se incrementa el know-how.
Concluyendo, esos recursos conceptuales, estratégicos y operativos son accesibles a todo el espectro político. La lucidez reside en aprovecharlos. Y eso requiere del actor político algo poco frecuente: la admisión de la ignorancia y la humildad de la buena escucha.
*Psicoanalista, director de la Maestría y Diplomatura en Mediación y Competencias para el Liderazgo.