Con una dilatada trayectoria política y pese a ser uno de los protagonistas principales de los tres lustros de gobiernos radicales, pagó cara su lealtad a las instituciones y a su partido durante la llamada Década Infame. Se llamó Elpidio González, había nacido en Rosario el 1º de agosto de 1875 pero fue un activo dirigente político en Córdoba. Estuvo desde los orígenes mismos de la UCR ligado a Hipólito Yrigoyen, el primer presidente radical elegido por el pueblo, que lo distinguió con su amistad y le encomendó funciones de extrema confianza. Fue ministro de Guerra y jefe de Policía de la Capital en la primera presidencia del caudillo, quien lo colocó en el segundo término del binomio de la segunda presidencia radical acompañando como vicepresidente a Marcelo Torcuato de Alvear, de cuya asunción se cumple un siglo, y al finalizar ese mandato y resultar elegido nuevamente presidente Yrigoyen, le encargó el Ministerio del Interior. Fue el último cargo público que ocupó González aunque continuó en la militancia política hasta su muerte.
Como consecuencia lógica del juego de contrastes y por oposición con los ejemplos (o la falta de ellos) de la actualidad se ha mentado últimamente con mayor difusión que antes la figura de Elpidio González.
Es posible que algún memorioso recuerde su figura pequeña y encorvada, de larga y canosa barba, que con su valija de corredor de anilinas recorría la ciudad para ganarse dignamente el pan. Era frecuente encontrarlo en la Avenida de Mayo y Chacabuco, en la desaparecida confitería La Victoria, donde se servía cerveza o sidra tirada, o tomando un simple café con leche invitado por algún parroquiano que recordaba su actuación pública. Había pagado cara su lealtad a la República y a su partido durante la llamada Década Infame. No solamente se rehusó a percibir la asignación especial como ex vicepresidente, que le correspondía por derecho, sino que para ganarse la vida debió ingresar a la conocida firma productora de anilinas Colibrí, para desempeñarse como corredor de comercio, percibiendo una modesta remuneración que lo obligaba a vivir austeramente.
A comienzos de 1951 fue sometido a una intervención quirúrgica en el Hospital Italiano, donde permaneció convaleciente durante seis meses aunque era un eufemismo, ya que no tenía dónde vivir y le improvisaron una habitación para poder prodigarle los cuidados que su edad avanzada y su estado de salud requerían (según me contó alguna vez el doctor Francisco Loyúdice, que entonces era practicante y llegó a ser jefe del servicio de cardiología y director del nosocomio). Allí falleció el 18 de octubre a las 4.25, rodeado del afecto de su ahijado Elvio “Tito” Anchieri, y de Alberto Orozco, que fuera colaborador suyo desde los tiempos de la Jefatura de Policía, Carlos Borzani e Ismael Viñas.
El gobierno decretó duelo oficial por dos días. Sus restos mortales fueron velados en el Comité Nacional de la calle Tucumán 1660 y llevados al cementerio de la Recoleta, donde descansan junto a los de Alem, Yrigoyen e Illia, en el Panteón de los Caídos de la Revolución de 1890. Su inhumación constituyó una apoteosis de su trayectoria política y su conducta civil.
*Historiador. Presidente del Instituto Nacional Yrigoyeneano.