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Especial "Marx y la Argentina" - 200 años

Ernesto por Karl

"Se cambió la lectura por el coraje pregonado por el Che Guevara".

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Che. Tuvo influencia mayor en la violencia política argentina que el pensador alemán, más teórico que práctico. | Cedoc Perfil

En la década del 60 la búsqueda del conocimiento era una condición irreductible para la militancia socialista. Quienes ingresaban a cualquiera de las organizaciones de izquierda se encontraban con que era obligatorio participar en grupos que leían atentamente el Manifiesto comunista, la disputa entre Marx y Proudhon, La lucha de clases en Francia,  El capital y El 18 Brumario de Luis Bonaparte. Marx representaba la inexorable ley de la historia que inevitablemente culminaba en la victoria final; era el fundador del “comunismo científico” que había descubierto cuál era la misión histórica universal del proletariado: abatir la esclavitud del capitalismo y edificar el comunismo. La lectura de los textos de Marx no se restringía  a la militancia, eran numerosos los círculos de estudio en los que El capital era rigurosamente trabajado porque el saber era un valor que debía distinguir a todo aquel que aspirara a un mundo mejor. Desde ópticas distintas, Silvio Frondizi, José Aricó, Ismael Viñas, Abelardo Ramos, Hernández Arregui, Juan José Sebreli, León Rozitchner, Rodolfo Puiggrós, Jorge Spilimbergo y otros fueron los precursores que brindaron herramientas para la interpretación de la historia. Algunos desde el revisionismo histórico, otros desde la izquierda clásica; pero todos concebían la política desde la óptica del conocimiento, la comprensión, el estudio de la historia y la filosofía, la lectura de los maestros. Era inconcebible la militancia sin conocer los textos de la Internacional o los acontecimientos de la Comuna de 1871. No se trata aquí de una evocación nostálgica, sino de cómo debía situarse un aspirante a la militancia política.
 
Che. Hacia finales de 1960 todo comenzó a modificarse. La política se volvió vertiginosa, la influencia ejercida por el Che Guevara, los acontecimientos producidos en Argelia, Vietnam, Santo Domingo y en varios países latinoamericanos alentados por Cuba abrieron un escenario donde la teoría marxista devino una herramienta insuficiente para interpretar y modificar la historia.  
Si algo caracterizó a la Argentina de la década del 70 fue el abandono de Marx. Ya no era necesaria su lectura porque existía una situación prerrevolucionaria, más allá de que “las fuerzas del proletariado, su organización y su conciencia no hubieran madurado lo suficiente. A pesar de ello, estaban en gestación las condiciones revolucionarias”. Naturalmente, en vísperas de acontecimientos históricos tan determinantes había que volcar el conocimiento hacia otros abordajes: la concepción del partido de vanguardia, la teoría militar, la guerra de guerrillas y la organización de destacamentos obreros debían ser los objetos de análisis de la militancia. Para eso estaban Lenin, Trotsky, Liddell Hart, Clausewitz, Mao y Ho Chi Min, entre otros.

Guerras o guerrillas. La conocida fórmula de Marx DMD (dinero-mercancía-dinero) fue abandonada para convertirse en la pragmática propuesta formulada por uno de los fundadores de la guerrilla: “Lo único que hace falta es acelerador y metra”. Los grupos de estudio se transformaron en células de combate, la democracia interna en centralismo democrático, el debate de ideas en verticalismo y disciplina, la volanteada callejera denunciando la injusticia social en el disparo del arma que presuntamente aceleraría los tiempos y los objetivos revolucionarios. Un pequeño ejército de voluntarios y mártires produjo un cambio tan brusco y tan violento que toda la sociedad se conmovió hasta sus raíces. Se avanzó así hacia un destino trágico, hacia una década dominada por los hábitos destructivos de la pasión revolucionaria.
“Como fue posible –se preguntó Oscar Terán– que tantas personas, en su gran parte de clase media, que en su mayoría no habían conocido un arma, se encontraran un día con herramientas mortales entre las manos, a veces viviendo en selvas que nunca habían pisado y otras clandestinizados en las ciudades, asesinando (ajusticiando), robando (expropiando) y secuestrando personas para canjearlas por compañeros, para obtener rescate o para ejercer por sí la justicia revolucionaria”.

Villa miseria. Es que había que pasar a la acción y dejar atrás los libros. Marx no proporcionaba herramientas de combate ni enseñaba cómo emboscar al enemigo. Si años atrás había sido necesario estudiar el valor de uso y el valor de cambio, la apropiación del excedente de trabajo y el plusvalor, ahora había que aprender a empuñar las armas y usarlas. ¿Para qué estudiar el modo capitalista de producción si bastaba ir a una fábrica para saber cómo se explotaba a los trabajadores? ¿Qué sentido tenía analizar la lucha de la clase obrera alemana si el proletariado argentino protagonizaba insurrecciones como el Cordobazo? Ir a una villa miseria del Conurbano equivalía a mil páginas de El capital, prodigaba más conocimiento que toda la teoría marxista. Un profundo desprecio hacia la intelectualidad fue creciendo entre las filas de jóvenes que se incorporaban entusiastas y febriles. También ingenuos.
Se cambió el hermético y exclusivo ámbito del grupo de estudio por el apoderamiento de las calles, se cambió la lectura por el coraje pregonado por Guevara: bienvenida la muerte si otros hombres se aprestan “a entonar los cantos luctuosos con tableteo de ametralladoras y nuevos gritos de guerra y de victoria”.
Los ámbitos de debate en los claustros universitarios se convirtieron en espacios de reclutamiento de militantes. El viejo Marx cedió paso al credo de una inminencia revolucionaria. Que no fue.
Los 70 fueron años de pasiones que dejaron un amargo sabor en la memoria de los sobrevivientes. ¿Era inevitable que sucediera así? Es una pregunta imposible de responder.

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*Periodista y escritor.