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Éramos tan fascistas

Giorgia Meloni al poder: chau fascismo, ¿hola Israel?

La descontada llegada al poder de la líder de Hermanos de Italia preocupa a muchos sectores por el carácter posfascista de su formación. Sin embargo, ya ha comenzado a dar señales de moderación a través de su acercamiento a Israel, poniendo en práctica una de las estrategias más usadas por gobiernos y partidos europeos para limpiar fichas pasadas de acercamiento al nazismo: hacerse amigos de los judíos y de su Estado. El gran modelo: Alemania.

Para un diputado italiano, "el triunfo de Giorgia Meloni es una crítica a los políticos"
Para un diputado italiano, "el triunfo de Giorgia Meloni es una crítica a los políticos". | AFP

En 1983, cuando el socialista Bettino Craxi era el jefe de Gobierno italiano y la política en Roma vivía todavía bajo la sombra omnipresente de los democristianos –sin Mani Pulite–, el cantante pop Toto Cutugno sacaba el gran éxito que le daría de comer toda la vida. Era L’Italiano, un tema innegablemente cautivante, de melodía muy pegadiza y una letra que parece sacada de una postal vieja, como las que se vendían en los kioscos turísticos alrededor del Coliseo o la Fontana di Trevi. “Lasciatemi cantare” (déjenme cantar) pedía Toto en el videoclip, todavía más cursi y simpático que la canción. “Sono un italiano”, decía, “un italiano vero” (soy un italiano, un italiano de verdad), de esos que andaban en musculosa, comían pasta y se enamoraban de señoritas voluptuosas y de ojos soñadores. Las señas del ser nacional, en el éxito de Cutugno, eran el caffè ristretto, la guitarra, la radio a transistores para escuchar los partidos del calcio y el Fiat Seicento. Eran los años de gente inquietante como Craxi o Giulio Andreotti. 

Un poco más de una década después, en 1995, otro músico pop italiano, Luca Carboni, mucho más sofisticado que Cutugno, lanzaba la canción Inno Nazionale (Himno nacional), en la que probó presentar un retrato colectivo muy distinto de sus compatriotas. Ya estaba Silvio Berlusconi en el poder y Mani Pulite había hecho explotar por los aires el sistema semimafioso de gobierno de la Tangentopoli. 

“Eravamo troppo fascisti / E anche troppo menefreghisti”, dice la letra de la canción.

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Algo así como “éramos tan fascistas, y también nos importaba todo un bledo”. En la Italia de Carboni “Non eravamo troppo fratelli / Poi diventammo troppo comunisti / E anche troppo democristiani” (“no habíamos sido tan hermanos como parecía, y –encima– después nos hicimos demasiado comunistas y demasiado democristianos”).

Nueva era. La era Cutugno había acabado incluso antes de la llegada de Berlusconi y de Forza Italia, un revival disruptivo de una derecha que, de todas maneras, no parecía “troppo fascista”. La era Carboni también se evaporó y ahora llegó el turno de Giorgia Meloni y sus Fratelli d’Italia, una nueva era en la que los italianos deberán hacer cuentas con su pasado de Camisas Negras y marchas sobre Roma. 

Cuando a mediados de este mes de octubre –salvo que ocurra alguna improbable catástrofe política– el presidente de la República, Sergio Mattarella, le encargue a Meloni formar gobierno, Italia entrará en un período de todo por escribir: ¿cómo vivirá el país con el gabinete más a la derecha desde los tiempos del Duce? Nadie lo sabe. Lo que sí está claro es que Meloni ya estuvo haciendo los deberes para limpiar su imagen y desprenderse todo lo posible de cualquier lastre posfacista que pueda recortarle los márgenes de maniobra. 

¿Y cuál es uno de los mejores métodos para sacarse de encima el olor a ultraderecha racista? Hacerse amigo o amiga de los judíos –las víctimas más simbólicas de la locura genocida nazi– y de Israel, el país refugio de los judíos tras la Segunda Guerra Mundial.

En una larga entrevista con el diario Israel Hayom, publicada a mediados de septiembre, Meloni no se quedó en pequeñeces: el país, dijo, “representa la única democracia de pleno derecho en el Medio Oriente” y “defendemos sin reservas su derecho a existir y vivir en seguridad”. 

“Creo que la existencia del Estado de Israel es vital, y Fratelli d’Italia hará todo lo posible para invertir en una mayor cooperación entre nuestros países”, continuó la próxima jefa de Gobierno. También se declaró una soldado de la lucha contra el antisemitismo y repitió lo que ya había dicho en el arranque de la campaña: los nuevos ultraconservadores europeos “entregaron el fascismo” a los estantes de la Historia “hace décadas” al mismo tiempo que condenaron “firmemente la pérdida de la democracia” durante aquellos gobiernos autoritarios, “las escandalosas leyes antijudías y la tragedia de la Segunda Guerra Mundial”.

Senadora. Para sostener esas declaraciones, Meloni puede mostrar una interesante medalla en su pecho: una exvocera de la comunidad judía de Roma, Ester Mieli, ganó una banca de senadora en una lista de Fratelli d’Italia en la capital. La periodista, además, es la nieta de un conocido sobreviviente del Holocausto, el fallecido Alberto Mieli, junto a quien escribió el libro Eravamo ebrei. Questa era la nostra unica colpa, sobre la experiencia de su abuelo en el campo de exterminio de Auschwitz. 

El resultado que convirtió a Mieli en legisladora “no agradará a los narradores de la alarma democrática, aficionados a la idea de que el primer partido del país, Fratelli d’Italia, es una reedición de una historia que ya cumple cien años, la historia del ‘fascismo eterno’”, escribió un comentarista en el diario conservador milanés de la familia Berlusconi. 
“Para atestiguar que esto ya no es así”, que el fascismo no es “eterno”, sigue la columna: existe “una infinidad de actos y posiciones políticas, y una gran cantidad de rostros e historias: entre estos, un lugar especial ahora pertenece a la nueva senadora Mieli”.

De todas maneras, la periodista aseguró que la suya fue una candidatura “de ciudadana italiana” y que “cada judío en el Parlamento se representa a sí mismo y no a su comunidad”.

Entrevistado por el Jerusalem Post, Riccardo Pacifici, un expresidente de la comunidad judía de Roma, dijo que Meloni se demostró “valiente cuando declaró que no se pueden usar símbolos fascistas y ser miembro de su partido”. La líder derechista “me prometió que encontrará a las personas nostálgicas del fascismo y las expulsará” de Fratelli d’Italia, aseguró Pacifici.

Es una promesa que a Meloni le resultará beneficioso respetar: la comunidad judía en Italia es muy pequeña, apenas unas 30 mil personas, pero produjo gente como el enorme Primo Levi, el autor de Se questo è un uomo, sobreviviente del campo de concentración de Monowitz, parte del complejo de Auschwitz, y notable pensador antifascista. 

Turinesa como el famoso escritor, Rita Levi-Montalcini fue Premio Nobel de Medicina y senadora vitalicia. Y en la comunidad de la capital, la más antigua del mundo fuera de Israel, que se remonta a los tiempos del Imperio Romano, se encuentra la sinagoga que recibió en 1986 la histórica visita de Juan Pablo II: Wojtyla fue el primer papa que –según se sabe– entró a un templo judío.

Cautela. En contraste con las miradas optimistas de Mieli y Pacifici, otros dirigentes judíos italianos, citados en un reportaje de la estadounidense Jewish Telegraphic Agency (JTA), se mostraron mucho más cautos.

“Ante la perspectiva de una primera ministra afiliada a un partido que ideológicamente es heredero del (neofascista) Movimento Sociale Italiano, buena parte de los judíos italianos están preocupados”, afirmó David Fiorentini, presidente de la Unione Giovani Ebrei d’Italia. 

Stefano Jesurum, un ex miembro de la dirección de la comunidad judía de Milán, se colocó en posición de observador y admitió que algunos de sus correligionarios en Italia estuvieron dispuestos a pasar por alto el hecho de que los líderes de extrema derecha son “intrínsecamente fascistas” y se concentraron en las declaraciones pro Israel de los ultraconservadores. Para esos votantes, dijo, lo “importante” es que los partidos de extrema derecha “digan que están incondicionalmente alineados con Israel”.

La cuestión, de todas maneras, no es tan sencilla como la apunta Jesurum. En un mundo hostil, los gobiernos de Israel, sean de izquierda como el actual, o de derecha como los de Netanyahu, no se pueden dar el lujo de ser demasiado pretenciosos al momento de elegir amistades internacionales.

Es un reflejo que los israelíes tienen grabado a fuego desde 1948, cuando debieron enfrentar a sus vecinos árabes tras la partición de Palestina impulsada por las Naciones Unidas apenas con aviones de guerra de segunda mano y fusiles viejos contrabandeados desde Checoslovaquia. 

Por eso, si los gobiernos de izquierda en Europa se ubican en el campo propalestino, para las autoridades de Jerusalén no hay muchas opciones y hay que abrazar a Meloni en Italia, a Viktor Orban en Hungría y a Liz Truss en Gran Bretaña. 

Reconciliación. El modelo de la “reconciliación” como método para limpiar las culpas racistas europeas funcionó a la perfección en el caso de Alemania, desde el encuentro de David Ben-Gurion y Konrad Adenauer en el hotel Waldorf Astoria de Nueva York, el 14 de mayo de 1960. Aquel día, el prócer israelí decidió empezar a “perdonar” a los alemanes por haber engendrado el nazismo, a cambio de un apoyo prácticamente total de Bonn, en aquel momento, y de Berlín, en la actualidad, a su país. 

El resultado está hoy a la vista, con una Alemania siempre encolumnada con Jerusalén en los organismos internacionales y con astilleros germanos que construyen los submarinos en los que los israelíes montan sus misiles nucleares de second strike. 

Como dejó en claro Angela Merkel en un recordado discurso que pronunció en 2008 ante la Knesset, “cada canciller antes que yo ha asumido la responsabilidad histórica especial de Alemania por la seguridad de Israel”. Para Alemania, reconoció Merkel, la seguridad de Israel es “una responsabilidad histórica” que “es parte de la razón de ser de mi país”.

Meloni no es Merkel, pero se puede ir reservando asiento en la Knesset, el Parlamento israelí, para un mensaje de la italiana cuando ya sea primera ministra. Por lo pronto, la jefa de Fratelli d’Italia ya visitó Jerusalén en 2009, cuando se desempeñaba como ministra de Juventud de Berlusconi. En aquella oportunidad, cumplió con la visita obligatoria a Yad Vashem, el memorial que recuerda a las víctimas del Holocausto. 

Que quede claro: el museo cuenta con un impactante archivo de la voracidad de la máquina de la muerte nazi y es un recordatorio estremecedor de los horrores causados por el régimen alemán antes y durante la Segunda Guerra Mundial. Pero también es el espacio simbólico donde los mandatarios extranjeros que llegan a Israel deben inclinarse para dejar unas flores y seguir expiando las culpas y la vergüenza del genocidio. 

En la nota con Israel Hayom, Meloni dijo que su visita de 2009 a Jerusalén fue “una misión muy significativa” y el recorrido por Yad Vashem, “conmovedor”. Se trató de “una experiencia que sacudió mi conciencia”, aseguró Meloni, quien se declaró lista para, “sin duda, volver a Israel, espero que pronto”.

Entrevistado por la revista Nueva Sociedad, el historiador italiano Steven Forti recordó que “las extremas derechas están normalizadas desde hace tiempo y, desde luego, constituyen un actor político relevante en la mayoría de los países occidentales”. 

Para el autor de Extrema derecha 2.0: qué es y cómo combatirla, en Italia “este fenómeno no es nada nuevo, por lo que esta ingenua reacción como de un cierto estupor” frente a la victoria de Meloni “resulta bastante naïf”. Las extremas derechas, concluyó, “están aquí desde hace mucho y sabemos, de hecho, que seguirán estando”.

O, como dice Luca Carboni en Inno Nazionale: “E sì che il tempo passa / Ma siamo ancora troppo italiani!”. “Sí, el tiempo pasa, pero seguimos siendo demasiado italianos”.

 

*Ex corresponsal en Washington y en Israel. Escribe sobre temas de Estados Unidos,