ELOBSERVADOR
cronica del #18A

Hacia una masa crítica

El escritor Omar Genovese recorrió las calles hasta la Plaza de Mayo junto a las muchedumbres de la protesta. Su testimonio en primera persona, lejos de los estereotipos.

Clave. La multitud se volcó sobre Plaza de Mayo con el objetivo claro de tomar el territorio histórico.
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En esta planicie disfuncional, a la que el nacionalismo nativo llama Patria, el manejo de multitudes es una especialidad que se adjudican desde barrabravas (existe un circuito turístico en torno al tema), nostálgicos históricos del peronismo (Perón era un líder de masas), especialistas sindicales, militantes experimentados de la izquierda y las fuerzas del “orden”, representadas por varias infanterías que han aplicado singulares métodos en cortes de ruta, tomas y otras pujas en el campo de Marte vulgarmente sociologizado como “del reclamo popular”. En general, las manifestaciones se organizan por consenso: un mosaico disímil donde cada agrupación tiene su espacio asignado. Estos acuerdos permiten cierta paz, lo que impide también la infiltración y el desmadre violento. Pero cuando la organización tiene como objeto el enfrentamiento con el objeto repudiado, las centurias actúan en forma orgánica considerando la represión como variable. En sí, la protesta callejera no tiene ley, pero conforma un saber práctico que se transmite entre los distintos miembros de la argentinidad en todos los sentidos. Experiencia no falta: desde las manifestaciones anarquistas de principios del siglo XX hasta la de los mismos gendarmes represores de la protesta social en las escalinatas del edificio Centinela, todos ejercen una porción de tal sabiduría. Podemos imaginar que el ADN nativo tiene una cadena especial inmanente: adenosin protesta trifosfato, porción maldita a la que los políticos temen como a un Golem.

La convocatoria para el #18A utilizó las redes sociales y los medios la reflejaron como agentes de prensa superados por lo inminente. La espontaneidad y los motivos, la indignación por ejemplo, recibieron una alimentación anabólica del oficialismo: lavar dinero y limitar el poder judicial. La primera en forma de escandalete farandulario, la otra en pragmatismo verticalista legislativo, ambas con la pátina lastimosa de la vergüenza ajena. En plan de sopesar el rumor de los autoconvocados, me ubiqué en Callao y Corrientes minutos antes de las 19 hs. A los veinte minutos, transitaban más de 100 personas por cada corte de semáforo. Pocos autos bajaban por la avenida, no había concentración, y los caminantes fluían a paso rápido hacia el Obelisco más por la vereda derecha que la izquierda, para satisfacer el imaginario de los panelistas televisivos oficiales. Media hora después, desde Corrientes y Libertad, se divisaba una dispersa multitud que ocupaba todo el ancho del asfalto en caudal constante. Quince minutos antes de las ocho, desde las lomadas que rodean al Obelisco, pude apreciar la multitud desde la avenida Santa Fe que apuraba el paso, con más elementos, como banderas, carteles, globos, pancartas, hojas escritas, cartones pintados. De un lado, individuos concurrentes inorgánicos, del otro, una masa tan organizada como en la protesta de noviembre pasado. Pero varias diferencias: la cantidad era cinco veces mayor, la presencia de jóvenes se había triplicado, como la de grupos familiares con menores de edad, y un detalle llamativo, la presencia de gente con menos recursos económicos, ya por vestimenta o sus formas expresivas. Estaba en una marea amplia y diversa. Tomé rumbo hacia la Plaza de Mayo a diez minutos de las ocho, intuía que si no me apuraba el acceso a la fuente pútrida sería imposible pues nadie se detenía a manifestar, el objetivo era claro: tomar el territorio histórico de una vez. En el triángulo de Rivadavia y Diagonal Norte tuve que alinearme en un pasillo natural de personas que se desplazaban lentamente entre la abigarrada multitud, empujando y arrastrado por cierta cortesía entusiasta. Finalmente accedí a la gramilla Mauri, esos canteros delimitados con reja, que esta vez fueron colmados por la gente: Mauri, tu gramilla fue pisoteada. Allí hablé con José de Barracas (¿por qué le gusta llamarse como oyentes de radio a la medianoche, cuando intervienen para dejar mensajes temáticos?) que me sorprendió: “La clase política está contaminada con la historia de sus actos, hace falta algo más que sangre nueva, el socialismo.” Le contesto que la progresía K invoca al socialismo venezolano. “No, eso es una chantada, hablo de socialismo en serio, no como el livianito de Binner, trotskysmo nene...”. Le recuerdo que no tienen respuesta electoral. “Es que la gente teme a los cambios, pero no entiende que con este modelo político capitalista nos vamos a pique.” ¿Usted es trosko? “Ni ahí, soy jubilado, y me cagan los aportes todos los meses. El clientelismo nos arruinó, no hay inclusión.” Tiembla el celular, es Juan, el fotógrafo de PERFIL que me espera en Rivadavia 530. Otra vez a cruzar el triángulo apelmazado de humanos, esta vez apretado contra la pared del edificio Mauri. A duras penas consigo un lugar para no ser arrastrado por los que saltan, porque el que no lo hace “es Boudou”. Ser Boudou, qué estigma. Juan levanta la cámara y nos encontramos: mala noticia, debemos volver a la plaza por ese pasillo denso en cuerpos, esta vez a los empujones y ya sin respuesta amable, nos insultan varias veces. En las veredas cercanas a la fuente patística hacemos las tomas de rigor, y percibimos que la multitud se desplaza hacia Avenida de Mayo: “vamos al Congreso, aprobaron las leyes de impunidad judicial”, dice una señora vestida de gimnasta olímpica.

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Recorrí la distancia entre la Casa de Gobierno y el Palacio Legislativo en clase turista, al lado de una bandera argentina desplegada de unos veinte metros por seis, que quienes la sostenían rotaban de manera aleatoria al ritmo del apuro. Por un momento parte de la gente se detiene en torno a una persona, a diez metros advierto una cejas llamativas, y una señora mayor de 70 años anota que es la senadora Estenssoro, que vino a protestar con nosotros. Faltando diez minutos para las diez ya estábamos frente al Congreso, las rejas en esa otra plaza dirigieron a la mayor parte de los manifestantes a Entre Ríos y Rivadavia. En esa zona está la estatua de bronce El Pensador de Rodin, ¿por qué el pensamiento está enrejado? ¿Temen que escape además de que lo roben? Ya cansado, me acerco a la reja del Palacio Legislativo que no tenía las vallas por delante, lo que indicaba dos cosas: subestimaron el número de la convocatoria y creyeron que los manifestantes no serían tan dinámicos, que estarían ausentes ante la votación compulsiva del paquete de leyes para la sumisión judicial. Del lado de Yrigoyen, un cordón policial de infantería, motos y policías uniformados, corta la calle con vallas. En el punto donde la reja se hace más baja, al comienzo de la explanada, me trepo para ver en perspectiva. Más gente se sube, y al estilo del fútbol, toda la reja queda ocupada. La guardia policial mira separada por otra reja, hablan por handy. Un chiquito de unos 20 años está subido sobre la columna que tiene la antorcha simbólica: “Ahí saltan para el otro lado, seguro que se pudre.” (Ver recuadro) En menos de 5 minutos una multitud se instala en la entrada, despliegan la bandera argentina, llevan un cajón negro con la leyenda Justicia para entregárselo a los legisladores. A las 22:30 hs. comienza la desconcentración, ya se tomó el palacio devaluado, al menos el frente. Comienzo a desandar hacia la 9 de Julio y contemplo cómo gritan desde allí arriba, entre las columnas y capiteles que evocan una gloria importada: tomaron el símbolo, tomaron la calle, hicieron masa crítica. No hubo liderazgo, sí impulso. Ah, y que la clase política tiemble en la noche, la consigna final que gritaron fue clara: que se vayan todos.


*Escritor.

 

Los defensores de la fe

A medida que los manifestantes saltaban la reja del Congreso, los pocos efectivos estacionados sobre el lateral de la calle Yrigoyen comenzaron a desesperar. Un grupo de veinte salió a la carrera para volver a aparecer en la explanada por la puerta inferior donde un camión de bomberos asoma su culata. El grupo comando constaba de diez uniformados varones, cinco mujeres con casco y pechera naranja, una señora excedida en carnes de coleta rubia que no podía saltar la pared, y algunos más disfrazados de Sérpico. Se dispusieron en línea contra la pared curva que sube hacia la entrada, cuando un osado señor mayor que ingresó desde la reja fue atacado por un policía “de civil”. Ya en el piso, y a punto de ser detenido, recibió el apoyo de un veloz grupo de jóvenes de tamaño considerable que lo rescató de los arriesgados agentes. Al instante acudieron más jóvenes enardecidos y la formación móvil volvió presurosa por donde vino. De este lado de la reja los insultaron en tonos que recordaban a Berni, Garré, incluyendo a todos sus familiares.