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congreso en la royal society of medicine, en londres

Hubris, el mal del poder que intoxica

El síndrome, que Nelson Castro sostiene que padece la Presidenta, se repite entre líderes del mundo. Galería de fotos

La presidenta Cristina Fernández de Kirchner.
| Cedoc

Desde Londres.

“El poder es dulce, es como una droga y el hábito incrementa su deseo. El poder intoxica”. Con estas palabras definió el poder el filósofo Bertrand Russell y precisamente sobre esa intoxicación, hoy identificada por los médicos como síndrome de Hubris, se habló el pasado lunes 17 en la Royal Society of Medicine de Londres durante una serie de ponencias reunidas bajo el título Leadership: stress and Hubris (Liderazgo: estrés y Hubris).

En la Grecia Antigua se solía decir que aquellos que robaban la escena en el teatro sufrían de Hubris. Su traducción literal sería “orgullo” o “arrogancia extrema” y en la filosofía griega se hablaba de Hubris como de una forma de humillar a una víctima por el puro placer de hacerlo. Sin embargo, en el mundo moderno, el síndrome de Hubris define “un estado mental, un trastorno de la personalidad adquirido en el ejercicio del poder y que, aunque tiene rasgos de patología, no entra en la categoría de enfermedad”. Así lo definió durante el encuentro Sir Lord David Owen, un neurólogo que saltó a la política, fue ministro de Salud y Relaciones Exteriores y decidió regresar a la investigación médica en 2003, buscando respuestas a un trastorno que vio crecer de cerca en el primer ministro Tony Blair y en su aliado estadounidense en la Guerra del Golfo, George W. Bush.

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Owen decidió dedicarle al muy poco estudiado síndrome varios años de su vida. De esos estudios nacieron libros como El síndrome de Hubris. Bush, Blair y las intoxicaciones del poder o In sickness and in power: illness in heads of government during the last 100  years (En la enfermedad y en el poder: dolencias en las cabezas de los gobernantes durante los últimos cien años).

La gente proclive a padecerlo ejerce posiciones de poder durante períodos prolongados en los que pueden desarrollar síntomas claros de Hubris, como exceso de confianza en su capacidad de decisión, rechazo tajante a las críticas, desconexión con la realidad, narcisismo desmedido, una preocupación exagerada por el aspecto físico y una tendencia a ver el mundo como un lugar en el que dejarán huella. En los casos más extremos, precisamente como el del ex presidente estadounidense George W. Bush y el ex primer ministro británico Tony Blair, se añade la invocación a Dios o a un ser superior como el “guía” que dirige sus pasos. “Ambos dijeron que fue Dios quien les dijo que debían invadir Irak. Ese dios es visto como el único con capacidad para juzgarlos, por lo que quienes tratan de aconsejarles o quienes les llevan la contra se encuentran con un muro de rechazo. El ego es la víctima principal del Hubris”, explicó el neuropsicólogo Ian Robertson.

Precisamente el nombre de Blair fue uno de los más repetidos durante las ponencias. “Este político no siempre sufrió de Hubris. Probablemente, cuando llegó al poder en 1997, era una persona normal. Pero estuvo tantos años al mando de su país –una década– que se le subió a la cabeza. Curiosamente, a pesar de ya no ser parte del gobierno, aún cree ser muy importante en su pequeño papel de representante del Cuarteto para Oriente Medio. Sus acciones y sus palabras indican que no sólo no se ha curado sino que el síndrome se ha agravado”, subrayó Sir David Owen, quien ha estudiado a fondo el lenguaje del ex primer ministro durante años.

Dime de dónde vienes... De hecho, aunque a menudo le preguntan su opinión sobre el posible Hubris de políticos de todo el mundo, Owen explicó a PERFIL que él prefiere centrarse sólo en los políticos que hablan inglés: “Sería irresponsable ir señalando con el dedo a políticos argentinos o españoles sin ser plenamente consciente de los matices del idioma y la cultura. Seguramente, en América Latina ser extravagante es algo más normal que en países del norte de Europa, mucho más comedidos en su forma de expresarse”. 

En la Royal Society of Medicine se desgranaron las diferentes razones y consecuencias biológicas, neurológicas, sociales y laborales que provoca el comportamiento de los que padecen este síndrome tanto en ellos como en su entorno, y no sólo en el mundo de la política sino también en el de instituciones públicas o privadas.

Fue el caso del economista del Banco de Inglaterra Andy Haldane, quien realizó un sorprendente e irónico recorrido por los comportamientos hubrísticos que sufren quienes toman decisiones dentro de un banco que, como el suyo, rige el destino económico de los británicos. “En el ejercicio del poder hemos identificado cuatro formas de comportamiento sesgado: el personal, que lleva a la corrupción o el enriquecimiento personal; el miope, que te hace sacrificar el futuro para obtener resultados inmediatos; el exceso de confianza, que produce información imprecisa y el sesgo de pensamiento de grupo, que hace que en determinados entornos nadie se atreva a contradecir el pensamiento único del grupo. Todas estas características se podían observar en los dirigentes del Banco de Inglaterra antes de la crisis de 2008, y desde entonces hemos tratado de crear mecanismos para identificarlos, pero es un trabajo lento” reconoció Haldane, que hizo un claro mea culpa ante el estallido de una crisis que los bancos centrales de los países europeos no supieron prever.

También fue fascinante escuchar cómo John Coates, un agente de Bolsa reconvertido en neurobiólogo, ha analizado las reacciones químicas del cuerpo humano frente a las situaciones de estrés a las que se enfrentan diariamente quienes trabajan con acciones. “Quienes tienen grandes responsabilidades a su cargo no siempre toman decisiones racionales sino que las reacciones químicas que produce en ellos el estrés pueden sin duda marcar su agenda mucho más de lo que nos imaginamos”, explicó.

Atractivo. Una de las sesiones más apasionantes la protagonizaron tres periodistas, Jon Snow de Channel 4, Stefan Stern del Financial Times y Polly Toynbee, del Guardian. Además de hacer un anecdotario de sus encuentros con líderes políticos afectados de Hubris –el nombre de los ex primeros ministros británicos Blair y Thatcher se repitió a menudo durante la sesión– también realizaron su propia autocrítica respecto a la debilidad que siente la prensa por todo político o empresario con aires de grandeza. “Son personajes que nos dan mucho juego y ante los que a veces nos mostramos demasiado permisivos. Nos necesitan y nosotros a ellos. Por eso alimentamos su Hubris” reconoció Snow.

Por último tomó la palabra Sir Lord Owen, quizás quien más haya hecho por colocar sobre el mapa la problemática inherente a este síndrome en el ámbito del gobierno y quien anunció una propuesta de ley para reducir a dos mandatos de cuatro años tanto el cargo de primer ministro como el de diputado en el Reino Unido. “Sería una forma de minimizar los efectos del síndrome de Hubris, del que por lo general pueden recuperarse sin problemas quienes renuncian o se retiran del poder, como en el caso de George W. Bush, de quien sus propios amigos dicen que volvió a ser el hombre que era antes de llegar a la Casa Blanca”.

“Un tercer mandato de CFK sería negativo”
Uno de los casos más claros de Hubris de la historia es Margaret Thatcher. Según ha venido escribiendo desde hace un tiempo, Nelson Castro (ver columna) sostiene que también Cristina Fernández de Kirchner lo padece. Enterado de los trabajos de Castro, el doctor Peter Garrard, miembro de la organización Daedalus Trust, organizadora del congreso, contactó al periodista argentino. Garrard explicó a PERFIL:  “Diagnosticar Hubris no es difícil, y por lo que ha señalado Castro, el de Fernández de Kirchner parece un caso claro. Por eso, si consiguiera un tercer mandato, podría ser negativo para el país ya que la única cura para este síndrome es abandonar el poder”.

La mayor parte de los políticos y empresarios de los que se habló en el congreso, desde Richard Branson –“un claro caso de Hubris”–, al ultraderechista Nigel Farage –“cero carisma y muchísimo Hubris”– fueron hombres. Y es que aún hay pocos estudios sobre las diferencias de género respecto a este síndrome. Según explicó el neuropsicólogo Ian Robertson, “la testosterona tiene un peso químico clave en las reacciones emocionales, pero afecta de forma distinta a hombres y mujeres, y quizás ahí esté la respuesta; aunque hace falta investigar mucho más para tener certezas” dijo el investigador.