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La desmesura de sentirse todopoderoso

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El comportamiento de los hombres y mujeres que ocupan posiciones de poder ha sido desde siempre motivo de observación y discusión por parte no sólo de los analistas políticos, sino también de la ciudadanía. Ello es producto de las transformaciones que opera el poder sobre la personalidad y la conducta de quienes lo ejercen. Eso es lo que genera la enfermedad del poder. En un casi desconocido escrito, Ernest Hemingway atribuía a un colega suyo estadounidense la teoría de que el poder afecta de una manera evidente a la persona que lo ocupa. Según esa teoría, la enfermedad del poder comenzaba con el clima de sospecha que el poderoso tiene sobre lo que lo rodea, seguía con un estado de crispación ante cada situación en la que intervenía, continuaba con una creciente intolerancia a la crítica, proseguía con la convicción de ser imprescindible y terminaba con la creencia de que nada había sido igual antes de él y nada sería mejor después de él.

El síndrome de Hubris reúne todas las características de la enfermedad del poder. El Hubris es un concepto que proviene de la antigua Grecia. Se lo puede traducir como desmesura y hace referencia no tanto a una pulsión irracional y desequilibrada, sino a una actitud de transgresión de los límites impuestos por los dioses a los hombres que lleva a un desprecio temerario hacia el pensamiento del otro originado por los impulsos propios y las pasiones exageradas que llegan a ser patológicas.

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Debe quedar claro que el síndrome de Hubris es un mal del poder de cualquier tipo, es decir, político, económico, empresarial, sindical, y religioso. A partir de los rigurosos artículos científicos de los doctores David Owen, neurólogo y psiquiatra británico, y Jonathan Davidson, psiquiatra estadounidense, se han podido definir más claramente los síntomas y los criterios diagnósticos del mal por lo que el estudio de esta patología se ha visto incrementado en todo el mundo. Es notable observar cuan numerosa es la casuística que se ha recogido hasta aquí. Por ello, es imperioso que las estructuras institucionales establezcan normas de cumplimiento estricto de las que dependerá la posibilidad de que la sociedad pueda protegerse de los efectos nocivos del Hubris, conspicuo ejemplo de la enfermedad del poder.