La izquierda, la derecha, el centro, todos y todas, son alguna de las caras del peronismo. Trostkistas y comunistas, fascistas y liberales, el colectivo LGBT (Lesbianas, gays, bisexuales y trans), católicos integristas y curas villeros, burócratas sindicales y sindicalistas combativos, son peronistas o se sienten obligados a atajarse. Dicen “me crié en un barrio peronista”, “mi familia era peronista”, “mi mejor amigo es peronista”. Detrás de “nadie puede estar en contra de las banderas de la justicia social” esgrimido por los políticos más ajenos a la cultura peronista, se esconde el pragmatismo de no negarse a recibir un voto peronista, pero también el temor a que te pongan de “gorila” y salgas del juego. Nadie quiere cargar esa mochila.
Discutir a Perón y al peronismo, preguntar, pedir explicaciones, es convocar a los demonios. Si sos peronista, o fuiste, temés que se desaten sobre tu vida las Diez Plagas de Egipto, que pases al bando enemigo, que te tilden de traidora. El peronismo es un cobijo. Es la argentinidad posible, tan ingenua como violenta, que elige vivir ensimismada para evitar confrontarse con la realidad. Es el melodrama a escala social, la dramaturgia simple del bueno y el malo, Braden o Perón, Patria o buitres, la gran escena de nuestras emociones en estado puro: el mito argento que aceptamos, el precio por pertenecer.
Pero el peronismo no resiste un chequeo. Basta rascar apenas el relato para que lo que aparece sea bastante distinto a lo que se creía. Allí donde se instaló en el imaginario al 17 de octubre como una jornada épica, un antes y después definitivo, el pueblo como protagonista de la jornada que logró sacar de la cárcel al coronel de los trabajadores, lo que hay es una operación de inteligencia con respaldo de la Policía Federal y la complicidad de la dictadura de Farrell para evitar que la coalición que copó las calles un mes antes, el 19 de setiembre, desplace al GOU del Gobierno.
Allí donde el sentido común creado por el relato peronista ve en la Unión Democrática a la quintaesencia de la antipatria, el fantasma que nadie quiere repetir, la foto del fracaso, en realidad hubo una coalición transversal preocupada porque la Argentina se transforme en el refugio de los nazis derrotados en la guerra, ya que el nazismo tenía centenares de adeptos en la Argentina, de recursos operativos, de inversiones, de medios. Había oligarquía en la UD, sí, y también en el peronismo. Porque Juan Carlos Picazo Elordy, conocido estanciero y miembro de la Sociedad Rural Argentina, fue el ministro de Agricultura y Ganadería de Perón. Ayer, igual que hoy, el problema no es que fuera un oligarca, sino de qué lado estaba.
En El relato peronista dedico varios capítulos a contar el golpe del ’43 y esa dictadura que duró tres años, lo que sucedió hasta la victoria de Perón en las urnas, pero desde la perspectiva de los partidos y sindicatos de oposición. No doy apenas los títulos de lo que pasó, sino que me detengo en detalles y vivencias, muchos de los cuales tomé en diarios de los países vecinos, ya que en la Argentina había censura. Además de oligarcas, había socialistas y comunistas en la UD, y radicales. Igual que en el peronismo. Había hombres y mujeres que habían peleado por los derechos sociales en uno y otro lado, había gran compromiso y ganas de un país mejor en uno y otro lado. Todos eran argentinos. Pero el relato peronista necesitó demonizarlos para poder confundir y dominar.
Donde se cree que las elecciones del 24 de febrero fueron “ejemplares”, hay una fenomenal trampa en que la oposición entró, y de la que nunca pudo salir. Allí donde es imposible ver que Perón tuvo todo el respaldo del Estado para su campaña electoral, que se hizo en medio del Estado de sitio, y por lo tanto su gobierno fue la continuidad del proceso del ’43, se les olvida que Perón asumió el 4 de junio, exactamente tres años después del golpe.
Ese 4 de junio de 1946, El País, de Montevideo publicó un editorial que evitó tanto el optimismo como la pura adjetivación contra Perón y el proceso que lo llevó al poder, que era habitual en el diario por esa época. Con capciosa austeridad tituló: “Nuevo gobierno argentino”. Trató de no abundar en epítetos, ya que “se sabe cuál fue nuestra posición frente al régimen militar”, explicó que el candidato de ese golpe “se presentó como un reformador social” y que “como la Argentina estaba muy demorada (en esa materia), una bandera de esa índole tenía que inspirar grandes simpatías, como que respondía a una necesidad perentoria”.
Expresó votos “porque el acierto y el éxito coronen” la gestión de Perón, “porque la Argentina retorne al seno de las democracias americanas, para no apartarse jamás de ese destino”, y “porque la evolución social en aquella república la ponga al diapasón de las que, como la nuestra, han dedicado preferente atención a la solución de esos problemas”.
Ese sutil dedo en la llaga –la falta de legislación social en la Argentina– de un diario que notoriamente vivía la derrota de la UD como propia, viene bien para puntualizar cuál era el estado de cosas en el país vecino, ya que existe en la Argentina la percepción de que el peronismo fue vanguardia en América Latina en derechos sociales y políticos, lo que no es cierto.
El sufragio femenino estuvo vigente en Uruguay desde 1927, en ocasión de un plebiscito para decidir la integración de una localidad a un departamento (provincia). La corte electoral dictó un decreto que decía que “las personas sin distinción de nacionalidad y sexo que deseen intervenir en el plebiscito, deberán inscribirse previamente en el Registro que abrirá la Comisión Especial Parlamentaria”.
La primera mujer que votó se llamaba Rita Rebeira, era de color, inmigrante brasileña y tenía 90 años. En 1932 se formalizó el voto femenino a través de la Ley 8.927 para las elecciones nacionales y en 1938 las mujeres votaron por primera vez en elecciones donde resultó electo el presidente Alfredo Baldomir.
En cuanto a legislación social, la jornada laboral de ocho horas, la prohibición del trabajo de menores de 13 años, el derecho de huelga, el amparo a los desocupados, por ejemplo, así como el divorcio vincular, la protección a los derechos de los hijos naturales, el voto secreto y universal, formaron parte de un modelo iniciado a partir de 1913, con el impulso de una corriente de pensamiento liderada por el dirigente colorado Luis Battle y Ordóñez, que promovía un país más justo en términos sociales y económicos, para lo que se necesitaba un Estado intervencionista en casi todos los aspectos, pero sin lesionar las instituciones de la democracia, mucho menos las libertades en general, incluida la libertad de prensa.
Derechos sociales y libertades nunca fueron contrapuestos en Uruguay, una nación orgullosa de su tolerancia. Por razones difíciles de comprender, en la Argentina creemos que tenemos que pagar la justicia social con nuestra libertad. Es una cosa, o la otra. La libertad es el precio de la justicia. El que tiene una opinión distinta acerca de cómo hacer justicia social y lo expresa, le hace el juego al enemigo (la plutocracia, la oligarquía, el imperialismo, la derecha, en fin, el nombre de los malos según la época).
En cambio aquí cerca, apenas cruzando el Río de la Plata, le encontraron la vuelta al asunto antes que nosotros, sin tener que optar por ninguno de los factores, ni haciendo ninguna puesta en escena. Porque los uruguayos tampoco fueron obligados a ser parte de esta verdadera teatralización de la política que se llama peronismo, un relato que por cierto nos encanta, que forma parte de nuestra personalidad como Nación, pero que en términos generales carece de todo sustento, como nos lo suelen recordar nuestros vecinos.
En la Argentina creemos que los equivocados son los otros. Son ellos, todos, los que no entienden. El peronismo es lo mejor que le puede pasar a cualquier sociedad, que se la pierden, porque se niegan a beber del agua que corre por el subsuelo de la Patria sublevada.
Cuando el presidente chileno Ricardo Lagos designó a Ignacio Walker como canciller, el 29 de noviembre de 2004, gobernaba aquí Néstor Kirchner, y se recordó en El Mercurio una nota que unos meses antes el académico había escrito en su calidad de director ejecutivo del Centro de Investigaciones Económicas para Latinoamérica (Cieplan).
“Tiendo a pensar que el verdadero muro que se interpone entre Chile y la Argentina no es la cordillera, sino el legado del peronismo y su lógica perversa”, había escrito Walker, para quien “la irrupción del peronismo ahondó la vulnerabilidad estructural de la economía argentina con el modelo de industrialización de invernadero, basado en altos niveles de protección, un esquema corporativo y clientelista, construido sobre la base de las prebendas y la influencia política sobre la economía”. Explicó que la situación, desde entonces, sólo ha empeorado, y que “si bien muchas de las reformas estructurales llevadas a cabo por Menem apuntaron en la dirección correcta, lo fueron, en definitiva, en el esquema de la ‘plata dulce’, primero merced a las privatizaciones y luego al endeudamiento externo”.
“¿Y Kirchner? Bueno, se encuentra empeñado en cuidar su único verdadero capital político, su popularidad, que bordea el 60%. ¿Respetar tratados y contratos? No, si ponen en riesgo esa popularidad con cualquier pretexto”.
El artículo cayó como una bomba en la Casa Rosada, que se enteró porque lo publicó Clarín el 2 de octubre, y se replicó inmediatamente por los otros medios locales. El presidente argentino anunció que el viaje que tenía programado para el 30 de noviembre quedaba suspendido, y que no iba a aceptar disculpa alguna, porque sus palabras hacia el presidente y su partido eran imposibles de revertir. Kirchner quería la cabeza del recientemente designado canciller.
No era el mejor funcionario para un país que temía que Kirchner incumpliera los acuerdos en materia de provisión de gas. De este lado de la cordillera, tal vez, era la excusa perfecta. Fríamente las disculpas que Walker hizo enfáticamente en público, fueron aceptadas. Bielsa dijo que “el conflicto será superado, pero no olvidado, porque no se puede olvidar que a uno le digan que es ignorante en economía, que no respeta los acuerdos jurídicos y que pertenece a un partido con características fascistoides”.
¿Por qué siempre creemos que los equivocados son los otros? ¿Es tolerable un país semejante? ¿Es necesario mostrar todo el tiempo los dientes? ¿Para qué? ¿Estamos seguros, todavía hoy, que la libertad era el precio que había que pagar para tener una Nación socialmente justa, económicamente libre y políticamente soberana? ¿El peronismo real, el que gobernó entre 1946 y 1955, fue justo, libre y soberano? ¿O también eso forma parte del relato?
¿Es muy distinto ese peronismo original a este kirchnerismo?
*Periodista y escritora.