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emprender desde cero

Marcela Prado: una rosarina que no reconoce fronteras

Emigró a Estados Unidos con 300 pesos, fue madre joven, vendedora ambulante y niñera. Con esfuerzo y sin contactos, construyó un imperio.

Marcela Prado
Marcela Prado | Gentileza

“Yo era muy llorona en una época, te juro, a veces entraba Julio a mi oficina y me veía sentada en un rincón llorando. ¡Es que no teníamos plata! Y de repente me llamaban del puerto y me decían que estaban pidiendo coimas para descargar una mudanza, y yo necesitaba entregar las cosas para poder cobrar y pagar sueldos”. Por primera vez en más de una hora y media de conversación, Marcela Prado no me mira a los ojos. Su mirada se fija un poco hacia arriba y ligeramente a la derecha.

No intento captar su atención.

Asombra haber llegado a un punto en el que esa mujer, que parece hecha para llevarse el mundo por delante, se queda en silencio.

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Marcela Prado es rosarina y dirige la empresa de logística internacional que ella misma fundó, AB Group Shipping. Su oficina está en Doral, la ciudad más joven del condado de Miami-Dade, a menos de 15 minutos del aeropuerto que conecta las dos Américas, y a ellas con todo el mundo.

Fue madre soltera a los 23. “Quedé embarazada de mi novio, y eran otras épocas. Tres veces me sugirieron que abortara, diferentes personas, que incluso me ofrecían pagarme todo, pero yo estaba orgullosa con mi panza”, recuerda.

Su madre la ayudó a criar a Rodrigo los primeros años, cuando ella trabajaba en el juzgado de faltas del municipio de su ciudad natal. Eran los 90, época en que los argentinos no necesitaban visa para viajar a Estados Unidos.

Entonces un compañero de trabajo le sugirió a Marcela que por qué no probar. “Yo me pregunté qué pasaría si no lo intentaba, o sea, pensé si no me lo iba a reprochar más adelante, porque esas cosas quizá las podés hacer en un momento y después pasó el tren”. Dejó a Rodrigo con su mamá, pidió licencia en su trabajo y puso en pausa su carrera universitaria –tercer año de Medicina–. Vendió un Fiat 600 por el que le dieron $ 300, que convirtió en la misma cantidad de dólares. “Y así me vine, a probar suerte”.

Sonríe, Marcela, con esa sonrisa que tiene la gente cuya esencia se mantiene inmutable aun cuando todo a su alrededor haya dado mil vueltas; son quienes tienen la extraña capacidad de revisar episodios de su vida y rematar con una sonrisa, porque ven la simpleza de las cosas que parecen intrincadas o increíbles.

“Hoy volvería a venir, aunque las condiciones no son las de antes, por cómo está la cuestión inmigratoria –reflexiona– y, por supuesto, que me veo empresaria y sé que venir me abrió un mundo, pero yo me volví empresaria acá, empecé de cero totalmente”.

Limpió baños en Mc Donald’s, fue vendedora ambulante, cuidó niños y repartió folletos en la calle hasta que la contrataron en una empresa de logística, como vendedora. “Había días que usábamos las moneditas de un jarro que teníamos para comprar comida”, recuerda.

Años después, fundó la empresa que hoy dirige.

La perseverancia hizo que Marcela no dejara de poner esfuerzo en su emprendimiento, aun cuando los números no cerraban. “Varias veces pensé en cerrar, pero seguí adelante, y siempre pensando en crecer. Por eso, cuando nos estabilizamos, abrí oficinas en otros países”.

Mientras tanto, la vida como inmigrantes trajo algunas angustias imborrables: “No pudimos ir a despedir a mi exsuegra a Argentina, porque estábamos en una jaula de oro, es decir, dentro de Estados Unidos empezamos a vivir cada vez mejor, pero no podíamos salir porque estábamos tramitando la residencia”.

Una de cal y una de arena en el relato de esta mujer emigrada cuyo lugar en el mundo sigue siendo Rosario. “Yo amo mi ciudad, el río Paraná, mi barrio. De hecho, fijate vos, cada vez que viajo cambio el pasaje de regreso, porque me quedo más tiempo”.

Piensa un poco cuando se le pregunta si su plan es volver.

Respira, ceba un mate.

“Lo que pasa es que ahora mis dos hijos viven acá, el más grande trabaja conmigo, formó familia, mi nieto es americano, yo me hice ciudadana. Si bien mi hija que vive conmigo en casa ahora se va a Argentina a estudiar en la universidad, creo que ya eché raíces en Miami”.

Aunque su teléfono móvil está apoyado en el escritorio contiguo, llama la atención el parpadeo casi constante de la pantalla. Y, como dato añadido, resulta que esas alertas no responden solo a cuestiones de sus negocios. Marcela Prado fundó y dirige dos organizaciones sin fines de lucro con las que ayuda a mujeres argentinas, y latinas en general, a realizar sus proyectos y también, cuando hace falta, a resolver problemas personales. Además, es directora de la Cámara de Comercio Argentino Americana en Florida.

“Mi deseo de ayudar viene desde siempre, porque en Rosario atravesé momentos duros, en los que no tenía nada y acá volví a pasar por esas situaciones. Entonces puedo ponerme en el lugar de quien, a lo mejor, sale hoy de su casa para ganarse la vida en esta sociedad, tan consumista y competitiva, peleando por abrirse paso, pero resulta que en la casa dejó a su hijo porque no tiene quién se lo cuide. Yo pasé por esas cosas, y a las mujeres nos ha costado mucho hacer camino”.

La empresa por la que hace dos meses Marcela Prado recibió el premio a la excelencia empresarial comenzó a florecer con las mudanzas de familias argentinas que decidían retornar, allá por 2003.

“Yo agarraba el auto y me iba a Sarasota, Tampa y Orlando a vender mudanzas, aunque mi esposo me dijera que había que parar un poco para ordenar la compañía. Pero si yo paraba de vender dejaba de entrar dinero y teníamos una deuda grande que nos habían dejado”.

Lo anterior merece algunas aclaraciones: Sarasota y Tampa son ciudades ubicadas en la costa oeste de Florida, hacia el Norte respecto de Miami. Desde luego, son menos turísticas que Orlando y, a su vez, allí la proporción de hispanos disminuye sustancialmente (son ciudades habitadas por blancos, tal como Estados Unidos los define), al tiempo que, de acuerdo con los estudios al respecto, se incrementa cierto rechazo a la comunidad latina.

En ese contexto, y sin dominar el inglés oral, Prado conducía sola poco más de 450 kilómetros antes de cruzar hacia el centro y llegar a Orlando. Peor aún, “en ese tiempo el teléfono se me quedaba sin señal antes de llegar a Naples –a dos horas de Miami–, así que seguía con un mapa de papel, paraba en estaciones de servicio y llamaba a los clientes para preguntarles cómo llegar a sus casas”. ¿Tenía miedo? Puede que sí, pero confiaba en que no estaba haciendo nada malo.

Así creció AB Group Shipping, y entonces fundó MRP Trucking, su propia empresa de logística terrestre.

La conversación continúa y Marcela Prado sigue narrando anécdotas que provocan perplejidad. De aquel colegio de monjas de Rosario, cuya comunidad la juzgó luego del bachillerato por disfrutar de su embarazo en vez de interrumpirlo, a esta empresaria de 56 años, referente femenina de la comunidad latina en el sur de Florida, su camino le confirmó que lo que vale es la convicción.

Se hace cargo de que es muy difícil seguirle el ritmo. Es consciente de que su motor la lleva a no parar de hacer, con un estilo en el que la planificación no está antes que la acción. Por eso últimamente su agenda está plagada de eventos, y le solicitan que asesore a quienes proyectan montar sus empresas en Miami o recién llegan.

Casi como en secreto, sobre el final de la charla, me muestra una foto en la pantalla de su teléfono. Ella está posando junto a una asesora de la alcaldesa del condado de Miami-Dade, Daniella Levine Cava. “Cuando yo estaba en el tribunal de faltas de Rosario, pensaba que mi camino estaba en la política. En el último evento en el que charlamos, se lo conté a ella, y me preguntó qué estoy esperando”.

Cambiar las cosas podría sonar utópico, pero, como explicó Galeano, la utopía sirve para seguir haciendo camino. Y está claro que esta mujer argentina tiene mucho por recorrer.

*Periodista.