Uno de cada tres argentinos está escolarizado. En el país, la matrícula sigue creciendo año a año. Los niveles donde más aumenta son el secundario y la universidad. En la escuela media actualmente la tasa de escolarización llega al 89%, pero en ese nivel aún persisten dificultades: un tercio de los estudiantes no alcanza el umbral de los aprendizajes mínimos esperados, según se desprende del análisis de las pruebas de evaluación de la calidad educativa nacionales y las internacionales en las que participa la Argentina desde 1993.
Un informe producido por la Universidad Pedagógica de la provincia de Buenos Aires (Unipe) destaca que la matrícula estalló en la Argentina democrática: de los poco más de 6 millones de alumnos que tenía el sistema educativo en 1980, según datos oficiales, fueron 10.600.000 en 2003 y se llegó a los 13 millones en la actualidad. Fue en la década de los 90, con la extensión de la obligatoriedad de la escuela a diez años, cuando ese aumento se sintió más. Esto fue así en toda la región latinoamericana, donde la escolarización creció al 1,7% anual en promedio en los 90, y desde 2001 a la actualidad siguió creciendo pero a un ritmo menor, de 0,6% anual, según datos del Sistema de Información de Tendencias Educativas en América Latina (Siteal).
El logro del crecimiento de la matrícula escolar no fue casual. El trabajo de la Unipe rescata las políticas públicas y el esfuerzo sostenido “de la sociedad” para dotar al sistema educativo de recursos y nuevas herramientas que hicieran de la escuela el lugar predilecto para los niños y los jóvenes desde el comienzo de la democracia hasta la actualidad. Por eso encaró una investigación en la que incluyó entrevistas a 11 de los 16 ministros de Educación en democracia. No estuvieron las voces de ninguno de los funcionarios del gobierno de Raúl Alfonsín (dos de los cuatro ministros murieron), pero sí se entrevistó a Adolfo Stubrin, secretario de Educación entre 1987 y 1989 y hombre clave en el Congreso Pedagógico Nacional.
Tal vez uno de los aspectos más destacables del estudio es que facilita la revisión de las políticas educativas de los 90, hasta ahora en parte “demonizadas” por el mundo académico vinculado al oficialismo. “Hay grises”, admitió a Perfil el rector de la Unipe, Adrián Canellotto. En esa etapa, destacó, “aumentó la matrícula y se reformularon los contenidos curriculares. Tras la lectura de las declaraciones de los cuatro ministros de ese período se puede concluir que en esos años había una economía y un proyecto de país que iba en sentido inverso de lo que pasaba en educación”. Canellotto aseguró que el trabajo permite “correr de escena el discurso de que la educación es una tragedia”. Y en ese sentido destacó algunos guarismos que arroja la investigación: el analfabetismo descendió del 6% en 1980 al 1,9%; en 2011 había 13.800 escuelas secundarias contra las 5.100 que tenían sus puertas abiertas en 1984; la matrícula universitaria estalló: 500 mil estudiantes en 1984 y más de 1.700.000 en la actualidad. Y el dato de la inversión en educación: 2,2% del PBI en 1984 y 6,5% en 2011. Fueron señaladas también en este informe las políticas públicas no educativas que impactaron en el sector, sobre todo en el aumento de la matrícula escolar, como la creación de Conectar e Igualdad, programa que desde 2010 entrega netbooks en las aulas secundarias, y el pago de la asignación universal por hijo. El informe, que puede leerse y descargarse completo de internet (http://editorial.unipe.edu.ar/), incluye también las opiniones de especialistas del área, entre los que se destacan Rafael Gagliano, María del Carmen Feijoó y Diego Rosemberg, entre otros.
La pedagoga Inés Dussel señaló la década menemista como una etapa asociada a “una actitud cínica frente a la política y los ideales del bien común”, pero advirtió que la Argentina “aún no termina de volver” de ese “descrédito de la política, los jueces y la función pública” agudizado en ese período. “La educación no se mejora de la noche a la mañana, ni puede resolver por sí sola las cuestiones que las sociedades no resuelven; pero sí pude constituir un espacio democrático de trabajo con actores plurales y con tiempos más largos que la próxima coyuntura electoral.”
Feijoó invitó a pensar lo que ocurrió en la sociedad durante estos treinta años: la democratización de las relaciones “microsociales” en la familia y cómo esto impactó en la educación. En ese sentido, resaltó lo que significa para la educación de los chicos “la incorporación de las mujeres al mundo laboral, el crecimiento de las separaciones, la conformación de familias ensambladas, el reconocimiento de las nuevas identidades de género, la formación familiar con cónyuges del mismo sexo, el crecimiento del embarazo adolescente” y la “aceptación social” de los nuevos modelos familiares.