ELOBSERVADOR
Roberto Gargarella

“No se trata de ampliar derechos, sino de cambiar los mecanismos del poder”

En La sala de máquinas de la Constitución, el libro que acaba de publicar, el sociólogo y abogado describe cómo muchas veces el “relato” aparece como un valor superior a la ley. Su rol en los debates del ‘94.

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En seminariogargarella.blogspot.com.ar, puede encontrarse una de las claves, la clave política argentina quizá, para leer el libro La sala de máquinas de la Constitución: “Uno de los lemas autocelebratorios del período dice que éste es ‘el gobierno de la ampliación de derechos’. El asunto que se invoca (la ampliación de derechos) es importantísimo y merece ser reivindicado aunque, tal como hoy se lo formula, remite a varios problemas: i) el objetivo ha sido, de algún modo, cumplido por casi cualquier gobierno democrático; ii) en un sentido relevante, lo que se afirma sobre la ampliación de derechos no es cierto; y iii) aun si la política de ‘ampliación de derechos’ fuera distintiva (sólo) de esta época, ella pecaría por un defecto gravísimo: se han distribuido derechos, pero no se ha distribuido poder”. Para  Roberto Gargarella, analizar la Constitución, las constituciones, el constitucionalismo, es leer esa tensión –que en la Argentina adquiere un formato de dramatismo– entre las preguntas del presente y su consolidación en la letra de la ley. “Fue Alberdi quien señaló esta cuestión: las constituciones vienen esencialmente a hablar al presente, a contestar sus cuestiones esenciales”. Y el formato que adquiera tendrá una relación directa con la posibilidad de transformar la realidad, especialmente a partir de cambiar los mecanismos del poder”. Gargarella tiene experiencia en la cuestión: entre 1985 y 1993 trabajó junto a Carlos Nino en los temas referidos a la reforma constitucional. De aquella experiencia reconoce que su sentido final fue alterado: “Exclusivamente la reelección de Menem. Si los Kirchner no hubieran tenido la reelección, hubieran intentado hacer una reforma” y viene a responder una cuestión que seguramente habla de la actualidad: “El kichnerismo no alteró las condiciones esenciales del poder conservador liberal”.
Atiende a PERFIL desde México, donde se encuentra dando clases. Desarrolla su actividad académica a lo largo de todo el mundo. Fue profesor e investigador de universidades como Columbia, Pompeu Fabra y Chicago, entre otras. Su libro analiza a autores de todo el continente –no deja de prestar atención al constitucionalismo del siglo XIX norteamericano–, pero siempre da la sensación de que su prosa clara y afilada (“filo” que está presente en la palabra “filosofía”) siempre habla hacia nuestra realidad, nuestro contexto.  
—¿Por qué a alguien que se define como de izquierda le interesa la temática de la Constitución?
—A mí me interesó precisamente enfocar ese punto. Es que desde el siglo XIX existe una tradición de pensadores que creían que la Constitución podía representar una parte de la solución de los problemas. Y se pensó mucho en la cuestión de cómo abrir ventanas a la participación popular, cómo limitar el poder. Es una cuestión que la izquierda tematizó mucho, incluso desde la Revolución Francesa. Y es algo que también se pensó, y mucho, desde el marxismo.
—Parece que en la tradición revolucionaria la cuestión del poder es anterior a la de la Constitución...
—Es que cualquier Constitución tiene dos partes. La de los derechos y lo que yo llamo la de la “sala de máquinas”. Y es cierto que hay una tradición al respecto que cierra mucho la creación de un poder popular. Hay una suerte de pacto constitutivo liberal conservador que es difícil de mover. Precisamente, esto es a lo que me refiero cuando digo que hay que entrar a la sala de máquinas. Hay que pensar a partir de ahí.
—¿Se puede cambiar la realidad desde la Constitución?
—No. Pero sí el derecho es parte de los cambios necesarios. Experiencias como la de Colombia o Costa Rica, o incluso la de Sudáfrica, demuestran que desde las leyes y la Justicia hay un cambio posible. Por eso me molesta mucho el modo en que se tratan estas cosas en la Argentina. El planteo habitual que surge del Gobierno, que dice: “Si quieren cambiar algo, creen un partido político y gánennos”. Me parece que es reproducir el esquema liberal conservador, más allá de los planteos.
—De las constituciones que estudió, ¿hay alguna que le atraiga particularmente?
—Hay una tradición radical, que surge en Chile en el siglo XIX y tiene un anclaje jacobino. Pensadores como Santiago Bilbao. También es muy interesante leer a Thomas Paine. Es posible poner el acento en la relación entre los ciudadanos y las instituciones.
—¿Cómo se accede a la sala de máquinas?
—Es una cuestión que no debe eludirse en la Argentina. Y que de alguna manera habla de cómo no se pudo romper la tradición elitista. En estos años, no se pudo romper con eso. No se quiso romper. Una muestra es el presidencialismo excesivo. La reforma de Menem, en el fondo, fue para la reelección. Como los K ya la tenían, ni se preocuparon por el tema. Es cierto que hay progresos. Pero que son más el fruto del paso del tiempo que de una idea que los sostenga. Es cierto que hoy no te matan por manifestar. Salvo, claro, que seas de alguna minoría, como los qom.
—¿No les interesa esta transformación?
—Es un fenómeno común en el mundo. Pero en la Argentina se repite. El uso que hace el Gobierno de la Justicia tiene su representación simbólica en el vínculo del Gobierno con jueces de la tradición más antigua, como Norberto Oyarbide.
—En el libro hay una reflexión sobre Simón Bolívar y la Constitución.
—Bolívar es un caso interesante de lo que Juan Bautista Alberdi señaló acerca de que las constituciones hablan siempre del presente. Su diagnóstico fue eficaz pero su solución fue resolver la cuestión del poder a través de mayor autoritarismo. Su pensamiento fue muy influyente en Colombia, en lo que después fue Venezuela, en Bolivia. Pero desde el pensamiento constitucional y de izquierda, fue criticado. Jeremy Bentham criticó a Bolívar y el mismo Marx habló muy mal de él.
—¿Y el uso del término “bolivariano” por parte de Hugo Chávez y sus seguidores se podría inscribir en esta tradición?
—El recurso de usar un capital simbólico es muy frecuente en los gobiernos actuales. Chávez era una persona culta. Hizo un uso manipulativo, pero toma esa tradición.