ELOBSERVADOR
Giora sussman

“Pensábamos que la nuestra era una misión imposible”

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Después del secuestro del avión, le pidieron a mi unidad que estuviera alerta para cualquier tipo de evento. Nunca pensamos que eso se resolvería con una operación militar. Terminé mi actividad el jueves a la tarde y como tenía planeado salir de viaje el fin de semana fui a pedir permiso para irme a casa junto con mi equipo.
No me enteré de lo que pasaba hasta las 22, cuando me llamaron a una reunión de oficiales en la oficina del comandante de mi unidad, Yoni Netanyahu, donde nos explicaron el plan. Fue un shock. ¿Qué está pensando esta gente? Están locos. Era una misión imposible.
Cuando terminó, me dediqué a preparar todo para darles instrucciones claras a los soldados al otro día. Desde ese momento e, incluso en camino hacia Entebbe, siempre pensé que el gobierno iba a llamar y decirnos: “Muchachos gracias por su esfuerzo, pero vuelvan y no lo hagan”.
El viernes y el sábado a la mañana tuve distintas reuniones. Estaba ansioso, pensaba qué pasaría si algo saliera mal, porque podía ser la última vez que viera a mi familia. Recién pude descansar cuando despegamos, porque me quedé dormido.
Antes de aterrizar Yoni nos despertó y alentó, nos dio una palmada en la espalda siempre sonriendo. Tenía mucha confianza y ese fue un mensaje muy fuerte para nosotros. Tenía mucha adrenalina y excitación, pero estaba muy concentrado en lo que tenía que hacer y focalizado en que todo estuviera listo y esperando por el enfrentamiento.
Salimos en el Mercedes Benz rumbo a la nueva terminal y a cincuenta metros de la torre de control unos guardias ugandeses nos amenazaron. Para mantener el efecto sorpresa, les disparamos con revólveres con silenciadores. No sé si les pegamos o no, pero fue una señal para que los demás también los atacaran.
Fue un momento crítico porque dejó de ser una operación silenciosa como la habíamos planeado. Yoni decidió que bajáramos diez metros antes para no estar cerca de la puerta de la terminal. Uno de los terroristas salió de la terminal y Yoni gritó: “Vamos, no tenemos tiempo. Adelante”. Todos los equipos corrieron hacia la puerta.
Me quedé todo el tiempo en el hall junto con los rehenes mientras mi gente atacaba a los soldados ugandeses y a los terroristas que estaban en la sala VIP. Estaba muy concentrado en la tarea que estaba haciendo y en coordinar a otro equipo que debía ir al segundo piso. No podíamos perder el efecto sorpresa en ningún momento.
En el vuelo de regreso, la sensación era de éxito. Sentíamos que habíamos participado de un evento histórico, que era algo único. Estábamos de muy buen humor, hasta que en Nairobi nos enteramos de que Yoni había muerto. A partir de allí fue una mezcla de emociones.
Cuando llegué a casa, mi novia, hoy mi esposa, me abrazó. Estaba muy preocupada porque no le había avisado nada. Un amigo le había dicho que la operación de mi unidad había sido exitosa y que uno de los oficiales había sido asesinado, sin darle nombres.
Soy afortunado de haber formado parte de esa misión