ELOBSERVADOR
Es realmente la nueva politica?

Pluralismo buena onda y amarillo

El partido de Mauricio Macri es el único de alcance nacional surgido luego del “que se vayan todos” que acompañó la salida de Fernando de la Rúa. El libro Mundo PRO, del que se publica un fragmento, analiza cómo se constituyó esa fuerza

Fiesta. El PRO no sólo representa una ideología basada en “solucionar los problemas de la gente”: también es una estética. En él conviven distintas ideas, como las de Gabriela Michetti, Mariano Narodo
| Cedoc Perfil

El PRO es un partido nacido de las cenizas del sistema político en la Ciudad de Buenos Aires. Como ningún otro de su tiempo, pudo unir a peronistas y radicales, empresarios y profesionales del mundo de las organizaciones no gubernamentales (ONG), dirigentes de la derecha tradicional y personal político y técnico de pasado progresista.

El PRO es un partido de la época crítica de los partidos, que se presenta como la fuerza de aquellos que se meten en política, aunque la mitad de sus cuadros proviene de familias politizadas y cuenta con una historia de militancia previa.
En el origen fue una fundación, Creer y Crecer. Desde 2001 la financiaba el empresario Francisco de Narváez. Allí se gestó esta fuerza que se asomó a la actividad política y al Estado para brindar eficiencia y gestión. “Más allá de la izquierda y la derecha”, dicen muchos de sus referentes. “Porque los problemas no tienen ideología, como tampoco las soluciones”.

Quizá por eso en aquella fundación de la que emergió Compromiso para el Cambio (CC) había más expertos y profesionales que políticos. Y los había de diferentes orientaciones ideológicas, aunque primaran los economistas ortodoxos y los técnicos conservadores: se podía convocar a especialistas de pasado progresista para que propusieran políticas llave en mano. Se pagaba bien y se escuchaba con atención. Mariano Narodowski, antiguo dirigente comunista, luego asesor del principal sindicato docente nacional, la Confederación de Trabajadores de la Educación de la República Argentina (Ctera), llegó así a las huestes macristas y en 2007 asumió en el Ministerio de Educación de la Ciudad.

Esto no les gusta a los autoritarios
El ejercicio del periodismo profesional y crítico es un pilar fundamental de la democracia. Por eso molesta a quienes creen ser los dueños de la verdad.
Hoy más que nunca Suscribite

Dado que se construyó en esa distancia respecto de la política, el PRO atrae la atención del público con sus escenas mediáticas: globos, bailarines callejeros, equilibristas en zancos. Se trata de actos con gran atractivo visual, casi como un casamiento soñado. Lo peor que puede pasar es que nadie se acerque. El PRO necesita del público, y en especial del ciudadano común, no politizado: hombres y mujeres para los que la política también es una actividad distante. A ellos les habla.

No por eso se debe pensar que el macrismo reniegue de la militancia. Al contrario, encuentra canteras de militantes, aunque en determinados espacios con más facilidad que en otros: la militancia como carrera profesional, por un lado, y la militancia como voluntariado, por el otro. Así traza el crecimiento político al interior de la organización: un espacio de crecimiento laboral y de compromiso moral. Se pueden transitar los dos senderos al mismo tiempo, o elegir uno de esos modos dominantes de implicarse en el macrismo.
Los jóvenes –en una era de celebración de la juventud, que no monopoliza el kirchnerismo– aparecen como la nueva fuerza motora en el partido. El PRO recluta en universidades de élite como la Católica Argentina (UCA) y la Torcuato Di Tella (UTDT), pero también en la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires (UBA); intenta llegar a los barrios populares del sur de la ciudad, pero sólo logra implantar a algunos de sus dirigentes, o captar a quienes ya estaban trabajando, como el dirigente social de la Villa 20 de Lugano, Maximiliano Sahonero, heredero de un capital territorial familiar.

Los demás, de Rivadavia hacia el norte.
Pero como el PRO constituye un equipo, aprovecha esa complementariedad. Una suerte de división del trabajo organiza lo que cada facción puede dar. Así se selecciona a los dirigentes políticos y líderes sociales y sus diferentes recursos se canalizan al servicio de la organización partidaria y del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. Pocas veces en la corta historia de la CABA se creó tanta confusión entre partido y gobierno –acción paradójica por poco republicana– y hasta hoy se suceden las denuncias de opositores que exigen la distinción entre los actos de gobierno y los actos proselitistas, entre las inversiones públicas y los gastos de campaña.
El PRO cuenta con un liderazgo singular para unir sus mundos: Mauricio Macri, poseedor de un carisma que no todos le reconocen. Es un empresario exitoso que comparte la alegre fiesta de una organización en auge; es un team leader que sabe formar equipos con los mejores; combina el conservadurismo católico y el tradicionalismo familiar –fue padre en medio de un proceso electoral, paseó a su hija de dos años por sets de televisión y escenarios en la campaña siguiente– con un aire relajado y una algarabía de gestión.

Macri pone en escena valores ajenos al mundo político y opuestos a los que las clases medias urbanas progresistas consideran que las representan (la cultura, la mesura, los valores igualitaristas). Acaso por su notorio padre, un gran empresario contratista del Estado en los 70 y hombre de la noche en los 90, ha convertido su cualidad de manager en un valor político fundamental. En 2003 esa bandera le alcanzó para atraer a buena parte del electorado porteño, aunque no para hacer pie en los territorios progresistas del noroeste y norte porteño. Macri comenzó entonces un viraje progresivo en su presentación de sí.

Dejó el bigote marcial, se rodeó de mujeres sensibles, comenzó a manifestar aprecio por el valor de lo público. Se acercó al mundo de las nuevas espiritualidades que practican los sectores medios urbanos en busca de nuevos credos. Ya en el gobierno propuso una ciudad bella y hedonista (“Va a estar bueno Buenos Aires”) a la vez que ecológica (“Buenos Aires Verde”), que atrajo a los hijos de esa progresía: bicisendas, festivales verdes, cultura pop, meditaciones colectivas y una celebración de la vida plácida. Lejos de las tensiones políticas del kirchnerismo, su visión del crecimiento económico y el auge de consumo en la década de 2000 prometía una bonanza sin conflicto.

La imagen de Macri como un nene de papá inútil y malcriado, tan afín a la mirada predominante de buena parte de la militancia progresista, se debilitó de a poco, sin que esa misma militancia lo percibiera. Una imagen estereotipada del otro se corresponde con una imagen autocomplaciente de sí: en esa ecuación radica buena parte de la imposibilidad de entender el fenómeno del PRO y la construcción política de su líder principal.
En este libro queremos contribuir a esa comprensión –a estas alturas, necesaria– de uno de los fenómenos políticos más importantes de la primera década del siglo XXI en Buenos Aires. Una empresa exitosa que se debe ubicar en la trama de la historia de la que emergió, no como una anomalía sino como uno de sus gajos más potentes.


¿Ideología o marketing?
En Mundo Pro,  Gabriel Vommaro, Sergio Morresi y Alejandro Bellotti diseccionan el núcleo de una agrupación política  y, combinando historias y datos con el análisis sociopolítico, despliegan los diferentes componentes que, desde la militancia de base hasta el marketing político, del conservadurismo rancio al pluralismo “buena onda”, del voluntariado solidario a la gestión tecnocrática, delinean un producto tan misterioso como potente. El PRO, un partido nacido cuando las cacerolas y los piquetes se unieron para exigir “Que se vayan todos”, y que, a diferencia de otros experimentos partidarios efímeros, en apenas cuatro años de existencia logró ganar el gobierno de la Ciudad de Buenos Aires y hoy se presenta como una alternativa real y posible para gobernar la nación.